lunes, 9 de junio de 2025

Compasión y misericordia: la llamada a ser incluso más que humanos.

Compasión y misericordia: la llamada a ser incluso más que humanos

Ojalá el cristianismo se hubiera convertido en una ética practicada por los hombres, pero el cristianismo es mucho más que una ética. El punto de partida de esta reflexión fue el comentario que el Papa León XIV realizó sobre la parábola del buen samaritano durante la catequesis del pasado 28 de mayo (https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/audiences/2025/documents/20250528-udienza-generale.html), cuando subrayó que la vida está hecha de encuentros que hacen aflorar «lo que somos».

 

Y ahí ni siquiera hace falta ser religioso, como pone de manifiesto el texto del Evangelio de Lucas, que muestra al sacerdote y al levita que no sienten compasión por la persona herida en el camino. «La práctica del culto no lleva automáticamente a ser compasivo», observó el Papa león XIV, «de hecho, antes que una cuestión religiosa, la compasión es una cuestión de humanidad. Antes de ser creyentes, estamos llamados a ser humanos».

 

No solo humanos sino también más que humanos. Y me explico. La parábola del buen samaritano parte del tema del prójimo porque a Jesús le preguntaron sobre este tema y Él respondió que el prójimo no es el que está a tu lado; el prójimo eres tú. La proximidad no es «estar cerca», la compasión en este sentido es tu movimiento, tu dinámica con la que, superando todos los obstáculos —y vemos el obstáculo que debe superar el samaritano—, te acercas lo más posible hasta entrar en las entrañas del otro.

 

El término griego para «misericordia» (éleos) significa precisamente romper tus entrañas. Las entrañas se rompen, se mueven ante la visión del otro en el suelo, masacrado.


 

Y, como en un flujo de conciencia, las palabras deben aterrizar de inmediato, y hacerlo con naturalidad, con la actualidad más atroz. Cuando, por ejemplo, ves a los niños de Gaza, si sientes compasión en el sentido literal con el que se dice en la parábola del buen samaritano, significa que tus entrañas se desgarran como las suyas. No se trata, pues, de «sentirse cercano», sino de acercarse a ese hombre masacrado en la calle, convirtiéndose uno mismo en un masacrado como él, sintiéndose masacrado como él. El resto es hacer buenas obras, el resto es llevar ayuda humanitaria a Gaza, llevar comida y bebida, lo cual, por supuesto, está muy bien, es muy bueno, pero no es el sentido radical de la parábola.

 

Esta radicalidad no se agota en la mencionada parábola, sino que remite a la página más radical del Evangelio. Este texto debe leerse junto con el discurso de las Bienaventuranzas, en el que encontramos la palabra más paradójica y extraordinaria que se dice, incluso con respecto a la Primera Alianza, al Antiguo Testamento: amad a vuestros enemigos. El que es masacrado allí en la calle es, de hecho, «enemigo». Sientes que tus entrañas se desgarran por el dolor que ves en el otro, y ese otro es tu enemigo.

 

Nos cuesta detenernos en lo escandaloso de las palabras de Jesús, hoy, pero también entonces y durante todos los siglos que nos separan de cuando fueron pronunciadas: Esas palabras siempre han sonado escandalosas y nunca se han vivido hasta el fondo.

 

Y aquí no se trata de religiosidad, sino de gracia. Aquí entra en juego la gracia por la que algunas personas logran ser como el buen samaritano. Pero así es en muchos otros pasajes evangélicos.


 

Y me permito citar una famosa expresión del Obispo San Agustín en su Comentario al Evangelio de Juan: Ad hoc Deus vocat [...] Ne simus homines - a esto nos llama Dios, a ser no humanos, sino más que humanos -. No a un llamamiento humanitario genérico, sino a esa compasión.

 

Después de presenciar lo que estamos presenciando en Gaza, me gustaría decir que ojalá al menos hubiéramos conservado un poco de humanidad. Sin embargo, la palabra de Jesús es paradójica también en esto, y está claro que si eliminas la paradoja del mensaje, conviertes el cristianismo en una ética.

 

Seguir siendo humanos se ha vuelto muy difícil, pero aún más difícil es responder a la exigente propuesta del Evangelio, que pide más porque pide amar al enemigo. Tener esa compasión por la que te metes en el cuerpo del otro, esa empatía extrema.

 

Esa empatía extrema es María. La figura cristiana que encarna esta misericordia total y gratuita de querer salvar es María. Al igual que el buen samaritano, que no quiere otra cosa que salvar, no juzga, salva. A quien es su enemigo, no lo juzga, lo salva. «He venido a salvar, no a juzgar», como dice Jesús en el Evangelio de Juan. Todo esto es paradójico, pero es el cristianismo del Evangelio.


 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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