lunes, 9 de junio de 2025

Un complejo equilibro del Papa León XIV.

Un complejo equilibro del Papa León XIV

Solo ha pasado un mes desde aquel 8 de mayo en que fue elegido y ya escucho a algunos de los católicos más comprometidos y atentos a la dimensión social del mensaje cristiano quejarse del Papa León, diciendo que no tiene la fuerza, la incisión ni el coraje del Papa Francisco, y están dispuestos a apostar que, dada la intención del actual Papa de armonizar y complacer a todas las diferentes corrientes de la Iglesia, asistiremos a un pontificado, si no de bajo perfil, ciertamente marcado por un inevitable efecto contemporizador. ¿Será así?

 

Encontrar el punto de equilibrio entre las diferentes fuerzas centrífugas y centrípetas significa alcanzar el precioso centro denominado «justo medio» por Aristóteles y «aurea mediocritas» por Horacio, pero no hay que olvidar que, con frecuencia, esta noble intención ha producido históricamente solo mediocridad, el resultado inevitable de una serie de compromisos y de palos de ciego sin ton ni son a la nada

 

En realidad, hay dos exigencias diferentes que marcan y determinan el papel del Papa en nuestros días: la de ser un guía espiritual del mundo y la de ser un gobernante sabio y prudente de la Iglesia católica. Y la cuestión es que estas dos exigencias son contrapuestas, una empuja hacia un lado y la otra hacia el otro, ¿cómo se pueden conciliar?


 

La exigencia profética está representada por las diferentes expresiones de la sociedad a nivel social, económico, cultural, político y, sobre todo, por todos aquellos que, independientemente de su fe o falta de ella, luchan por la justicia, por la paz, por un medio ambiente menos amenazado por el cambio climático; y está representada, en consecuencia, por aquellos creyentes que identifican la tarea principal de los cristianos en relacionarse con el mundo para servirlo, introduciendo cada vez más paz, justicia y amor.

 

La segunda exigencia que determina hoy el papel del Papa es la tradicional, la que coincide con su condición de sucesor de Pedro y que, por lo tanto, le asigna el gobierno de la Iglesia católica. Pedro no fue un profeta, sino aquel a quien Jesús dio la potestas clavium, el poder de las llaves con las que abrir o cerrar, y a quien dijo «apacienta mis corderos».

 

En sus diversas y articuladas estructuras (la Curia romana, las nunciaturas, las universidades, las escuelas católicas, las misiones, las parroquias diseminadas por todo el mundo, …), la Iglesia expresa la necesidad de ser gobernada en armonía, y esta exigencia está sumamente representada por aquellos católicos que identifican la tarea principal de los cristianos en ser Iglesia, «Pueblo de Dios», «rebaño», «piedras vivas». Según esta perspectiva, se trata de hacer que la Iglesia sea cada vez más unida y más fuerte, de modo que pueda «evangelizar» cada vez más y así hacer del mundo, en cumplimiento de su misión, una gran Iglesia.

 

Para la primera perspectiva, en cambio, la tarea de la Iglesia consiste en ser «sal de la tierra» y «levadura de la masa», los cuales (tanto la sal como la levadura) solo tienen sentido en la medida en que sirven a la realidad más grande en la que se insertan, porque si toda la tierra se convirtiera en sal y toda la masa en levadura, sería realmente un gran problema. Esta perspectiva concibe a la Iglesia en función del mundo y, por lo tanto, asigna al Papa la tarea de ser profeta; la otra perspectiva concibe al mundo en función de la Iglesia y, por lo tanto, asigna al Papa la tarea de ser pastor.

 

Se trata de dos exigencias muy diferentes que, sin embargo, hoy recaen sobre la misma persona, tirando ahora de un lado y ahora del otro, y creando una tensión difícilmente conciliable.

 

Estas dos exigencias no son en absoluto fácilmente compatibles, porque la primera requiere riesgo, profecía, valentía, imprudencia, cualidades sin las cuales no hay profecía, mientras que la segunda requiere diplomacia, capacidad de mediación, arte del compromiso, diálogo y escucha, las artes típicas sin las cuales no hay gobierno.


 

La exigencia profética requiere un hombre en oposición al mundo y a sus poderes, porque solo estando en la oposición se puede ser guía espiritual del sueño de la utopía y de la alternativa del cambio. La exigencia pastoral, en cambio, requiere un hombre de gobierno, en armonía con todos los componentes a los que está llamado a servir y gobernar en espíritu de servicio.

 

Hoy en día, el mundo necesita urgentemente guías espirituales que sepan hablar a la parte buena de los seres humanos, a su nobleza original y no a sus instintos tribales. Es la diferencia entre un político-político y un político-estadista, el segundo de los cuales sabe dirigirse a las aspiraciones mejores y más constructivas de los seres humanos, llevándolos a desear el bien común, es más, el Bien Común, la «Res Publica», y no solo el bien de su propio bando o partido. Estos líderes son las personas más valiosas para un país, porque la política, o mejor dicho, la Política, es, como enseñó Aristóteles en la Ética a Nicómaco, «la ciencia arquitectónica en su grado más elevado». Pero, ¿dónde están hoy en el mundo los políticos-estadistas de este nivel?

 

El Papa León Magno se reunió con Atila y salvó a Roma de la destrucción: ya sea historia o leyenda, este relato indica que la Iglesia, en algunos momentos de la historia occidental, ha desempeñado una función complementaria al Estado, que había incumplido sus tareas.

 

Hoy, afortunadamente, los Estados no han fallado en su capacidad de organizar la vida humana, siguen siendo capaces de proporcionar seguridad, orden, servicios, esas estructuras indispensables que contienen el peor de los males que puede afligir a una sociedad, es decir, la anarquía y la consiguiente guerra de todos contra todos.

 

Sin embargo, los Estados son cada vez menos capaces de hablar al corazón, al alma, al sentimiento interior de los seres humanos, es decir, a su parte más importante. 


¿Quién habla de la ética? ¿De la moralidad, de la virtud, de esa dimensión por la que los seres humanos somos verdaderamente humanos y no genes egoístas? ¿Quién hablade esa  disposición de la energía vital que se define como ‘lo humano en el ser humano’ y que se identifica con nuestra capacidad de bondad?

 

Unir estas dos dimensiones y funciones, de profecía y de gobierno, será un arte complejo, tal vez incluso difícil, pero en esa capacidad se jugará el pontificado del Papa León XIV y se medirá el valor moral y espiritual de su persona.


 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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