Un complejo equilibro del Papa León XIV
Solo ha pasado un mes desde aquel 8 de mayo en que fue elegido y ya escucho a algunos de los católicos más comprometidos y atentos a la dimensión social del mensaje cristiano quejarse del Papa León, diciendo que no tiene la fuerza, la incisión ni el coraje del Papa Francisco, y están dispuestos a apostar que, dada la intención del actual Papa de armonizar y complacer a todas las diferentes corrientes de la Iglesia, asistiremos a un pontificado, si no de bajo perfil, ciertamente marcado por un inevitable efecto contemporizador. ¿Será así?
Encontrar el punto de equilibrio entre las diferentes
fuerzas centrífugas y centrípetas significa alcanzar el precioso centro
denominado «justo medio» por Aristóteles y «aurea mediocritas» por Horacio,
pero no hay que olvidar que, con frecuencia, esta noble intención ha producido
históricamente solo mediocridad, el resultado inevitable de una serie de
compromisos y de palos de ciego sin ton ni son a la nada
En realidad, hay dos exigencias diferentes que marcan
y determinan el papel del Papa en nuestros días: la de ser un guía espiritual
del mundo y la de ser un gobernante sabio y prudente de la Iglesia católica. Y
la cuestión es que estas dos exigencias son contrapuestas, una empuja hacia un
lado y la otra hacia el otro, ¿cómo se pueden conciliar?
La exigencia profética está representada por las
diferentes expresiones de la sociedad a nivel social, económico, cultural,
político y, sobre todo, por todos aquellos que, independientemente de su fe o
falta de ella, luchan por la justicia, por la paz, por un medio ambiente menos amenazado
por el cambio climático; y está representada, en consecuencia, por aquellos
creyentes que identifican la tarea principal de los cristianos en relacionarse
con el mundo para servirlo, introduciendo cada vez más paz, justicia y amor.
La segunda exigencia que determina hoy el papel del
Papa es la tradicional, la que coincide con su condición de sucesor de Pedro y
que, por lo tanto, le asigna el gobierno de la Iglesia católica. Pedro
no fue un profeta, sino aquel a quien Jesús dio la potestas clavium, el poder
de las llaves con las que abrir o cerrar, y a quien dijo «apacienta mis
corderos».
En sus diversas y articuladas estructuras (la Curia
romana, las nunciaturas, las universidades, las escuelas católicas, las
misiones, las parroquias diseminadas por todo el mundo, …), la Iglesia expresa
la necesidad de ser gobernada en armonía, y esta exigencia está sumamente
representada por aquellos católicos que identifican la tarea principal de los
cristianos en ser Iglesia, «Pueblo de Dios», «rebaño», «piedras vivas». Según
esta perspectiva, se trata de hacer que la Iglesia sea cada vez más unida y más
fuerte, de modo que pueda «evangelizar» cada vez más y así hacer del mundo, en
cumplimiento de su misión, una gran Iglesia.
Para la primera perspectiva, en cambio, la tarea de la
Iglesia consiste en ser «sal de la tierra» y «levadura
de la masa», los cuales (tanto la sal como la levadura) solo tienen
sentido en la medida en que sirven a la realidad más grande en la que se
insertan, porque si toda la tierra se convirtiera en sal y toda la masa en
levadura, sería realmente un gran problema. Esta perspectiva concibe a la
Iglesia en función del mundo y, por lo tanto, asigna al Papa la tarea de ser
profeta; la otra perspectiva concibe al mundo en función de la Iglesia y, por
lo tanto, asigna al Papa la tarea de ser pastor.
Se trata de dos exigencias muy diferentes que, sin
embargo, hoy recaen sobre la misma persona, tirando ahora de un lado y ahora
del otro, y creando una tensión difícilmente conciliable.
Estas dos exigencias no son en absoluto fácilmente
compatibles, porque la primera requiere riesgo, profecía, valentía,
imprudencia, cualidades sin las cuales no hay profecía, mientras que la segunda
requiere diplomacia, capacidad de mediación, arte del compromiso, diálogo y
escucha, las artes típicas sin las cuales no hay gobierno.
La exigencia profética requiere un hombre en oposición
al mundo y a sus poderes, porque solo estando en la oposición se puede ser guía
espiritual del sueño de la utopía y de la alternativa del cambio. La exigencia
pastoral, en cambio, requiere un hombre de gobierno, en armonía con todos los
componentes a los que está llamado a servir y gobernar en espíritu de servicio.
Hoy en día, el mundo necesita urgentemente guías
espirituales que sepan hablar a la parte buena de los seres humanos, a su
nobleza original y no a sus instintos tribales. Es la diferencia entre un político-político y un
político-estadista, el segundo de los cuales sabe dirigirse a las aspiraciones
mejores y más constructivas de los seres humanos, llevándolos a desear el bien
común, es más, el Bien Común, la «Res Publica», y no solo el bien de su propio
bando o partido. Estos líderes son las personas más valiosas para un país,
porque la política, o mejor dicho, la Política, es, como enseñó Aristóteles
en la Ética a Nicómaco, «la ciencia arquitectónica en su grado más
elevado». Pero, ¿dónde están hoy en el mundo los políticos-estadistas
de este nivel?
El Papa León Magno se reunió con Atila y salvó a Roma de la destrucción: ya sea historia o leyenda, este relato indica que
la Iglesia, en algunos momentos de la historia occidental, ha desempeñado una
función complementaria al Estado, que había incumplido sus tareas.
Hoy, afortunadamente, los Estados no han fallado en su
capacidad de organizar la vida humana, siguen siendo capaces de proporcionar
seguridad, orden, servicios, esas estructuras indispensables que contienen el
peor de los males que puede afligir a una sociedad, es decir, la anarquía y la
consiguiente guerra de todos contra todos.
Sin embargo, los Estados son cada vez menos capaces de hablar al corazón, al alma, al sentimiento interior de los seres humanos, es decir, a su parte más importante.
¿Quién habla de la
ética? ¿De la moralidad, de la
virtud, de esa dimensión por la que los seres humanos somos verdaderamente humanos y no genes egoístas? ¿Quién hablade esa disposición
de la energía vital que se define como ‘lo humano en el ser humano’ y que se identifica con nuestra capacidad de bondad?
Unir estas dos dimensiones y funciones, de profecía y de gobierno, será un arte complejo, tal
vez incluso difícil, pero en esa capacidad se jugará el pontificado del Papa
León XIV y se medirá el valor moral y espiritual de su persona.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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