lunes, 9 de junio de 2025

Cor ad cor loquitur.

Cor ad cor loquitur 

En 1855, San John Henry Newman encontró una frase en una carta que San Francisco de Sales escribió al Arzobispo de Bourges: 

Quantum vis ore dixerimus,

sane cor cordi loquitur,

lingua non nisi aures pulsat.

 

La sinceridad del corazón, 

y no la abundancia de palabras, 

es lo que toca el corazón de los hombres: 

la lengua solo hace vibrar los tímpanos.

Cuando, el 12 de mayo de 1879, Newman fue nombrado cardenal, no encargó un escudo propio, sino que tomó uno del siglo XVII, heredado de su padre. Como lema eligió: Cor ad cor loquitur. Esta frase, concisa y elocuente, profunda y elegante, expresa en realidad el fundamento de la vocación cristiana que Newman vivió plenamente tanto en su experiencia de vida como en su tormentoso y profético pensamiento teológico. 

¡El corazón de Dios habla al corazón del hombre! 

En el escudo aparecen tres corazones rojos que simbolizan las tres Personas divinas. El Padre, el Amante, canta una sola palabra: ¡Hijo mío, tú eres mi amado! El Hijo, el Amado, canta una sola palabra: Abbà, ¡tú eres mi amado! El Espíritu Santo, el Amor, es el «yo te amo», el «Cor ad Cor» entre el Padre y el Hijo. 

Este Amor trinitario, dice San Pablo, «ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu que nos ha sido dado». Dios no es una «energía impersonal» o un demiurgo que creó el mundo y lo dejó a merced de su destino de corrupción. 

La Santísima Trinidad es el Dios personal que, en Cristo por medio del Espíritu, se comunica cor ad cor con los hombres creados a su imagen y semejanza y divinizados a través de la redención. 

Newman escribe que Cristo nos llama durante toda la vida. Nos llamó primero en el bautismo... Tanto si obedecemos su voz como si no, Él sigue llamándonos benignamente. Si traicionamos nuestro bautismo, nos llama al arrepentimiento; si nos esforzamos por responder a nuestra vocación, nos llama de gracia en gracia, de santidad en santidad, mientras tengamos vida. 

La vida del hombre, en efecto, se desarrolla diariamente a través del diálogo divino de corazón a corazón con la Santísima Trinidad. 

¡El corazón del hombre habla al corazón de Dios! 

Newman, en su segundo sermón en la Universidad de Oxford, al describir la diferencia entre el filósofo y el cristiano, afirma que el filósofo aspira a un principio divino; el cristiano, a un agente divino. El verdadero creyente en Cristo se siente constantemente atraído por la unión sublime con Dios, a la que llega a través de la vida de la Gracia. Vivir la experiencia de la fe implica siempre ser acogido como persona en una relación «personal» con el Dios «personal». 

En definitiva, Newman está convencido de que, a través de la mediación de la Iglesia de Cristo, lo que importa es vivir plenamente esta relación cor ad cor con la Santísima Trinidad. 

En su maravilloso libro Apologia pro vita sua, nos confiesa que, a la edad de quince años, encontró la paz en el pensamiento de dos, y solo dos, seres absolutos y de intrínseca evidencia luminosa: yo mismo y mi Creador. 

En el itinerario de su conversión, nos revela otra reflexión fundamental: la de reconocer que la Iglesia católica no permite que imágenes de ningún tipo, materiales o inmateriales, símbolos dogmáticos, ritos, sacramentos, santos, ni siquiera la propia Virgen María, se interpongan entre la criatura y su Creador. En todas las cuestiones entre el hombre y su Dios hay un enfrentamiento cara a cara, «solus cum solo». Solo Él crea; solo Él redime; ante su mirada terrible salimos del mundo de los vivos; en la visión de Él está nuestra eterna bienaventuranza. 

En un momento de intensa relación con Dios, Newman teje una confesión letánica de interrogantes: ¿Cómo es posible que no te ame con toda mi alma? ¿Acaso no me atrajiste hacia ti y no me elegiste en medio del mundo para ser tu siervo e hijo? ¿No tengo acaso el deber de amarte mucho más que los demás, aunque todos deban amarte? No sé lo que has hecho individualmente por los demás, aparte, claro está, de que moriste por todos; pero sé lo que has hecho por mí. Tanto has hecho, amor mío, que me comprometo a amarte con todas mis fuerzas. 

Toda unión personal con Dios debe estar inmersa en un amor intenso y sublime por Él, de lo contrario todo se convierte en una relación sacro-retórica fría, opaca y distante. 

¡El corazón del hombre habla al corazón del hermano! 

Toda relación filial de corazón a corazón con Dios se convierte en fundamento y origen de la relación fraterna con los demás. El hombre nuevo en comunión con Dios vivirá naturalmente en comunión con sus hermanos a través del exquisito lenguaje del corazón, tal y como vivían los primeros cristianos que salieron del corazón de Pentecostés: La multitud de los que habían creído tenía un solo corazón y una sola alma (Hch 4,32). Todos ellos eran uno, porque todos tenían un solo corazón y una sola alma. El «sacramento» de la concordia se convertía en signo de credibilidad y estímulo para la conversión. 

El quinto sermón en la Universidad de Oxford tenía como tema: «La influencia personal como medio de difusión de la verdad». Newman, al afirmar que nadie puede ser conquistado para Cristo y su Iglesia solo con argumentos teológicos, explica que la verdad del Evangelio ha sido sostenida en el mundo no por un sistema, ni por libros, ni por argumentos, ni por poderes temporales, sino por la influencia personal de aquellos hombres... que son a la vez maestros y modelos de ella. 

Newman explica que la reflexión intelectual sobre la verdad revelada es de gran importancia, pero que la verdad debe vivirse en relación con los demás. Quien vive la verdad, aunque sea desconocido para el mundo, despertará en quienes lo ven sentimientos de naturaleza diferente a los que despierta la simple superioridad intelectual. Los hombres ilustres a los ojos del mundo son grandísimos desde lejos, mientras que, al acercarse, se encogen; en cambio, la atracción que ejerce una santidad inconsciente posee una fuerza irresistible. Persuade al débil, al tímido, al dubitativo y al investigador. 

Luego, hablando de los santos, que son pocos pero suficientes para hacer progresar la obra silenciosa de Dios, dice que, al tener una influencia irresistible, son testigos creíbles que transmiten la verdad cor ad cor, llevando la luz de Cristo a quienes se dejan iluminar. Newman está convencido, de hecho, de que: Un puñado de hombres como estos, enriquecidos con dones superiores, bastarían para salvar el mundo en los siglos venideros. 

Acoger al Dios que se entrega 

El pan no está hecho para ser analizado, sino para ser comido, saboreado y ofrecido a los demás. La fe, recibida como un don, no debe solo ser pensada, sino traducida en acción. Quien cree tiene un corazón que da. La fe no solo me hace creer en la existencia de Dios, sino que me abre el corazón para acoger al Dios que se entrega. 

En la divina Liturgia, culmen y fuente de la vida cristiana, Dios me habla cor ad cor a través de las Sagradas Escrituras. Al participar del Cuerpo y la Sangre de Cristo, nos convertimos en Él un solo Cuerpo, un solo corazón y una sola alma. 

Sugestiva y tierna es esta oración que brota del corazón de Newman: Oh, santísimo y amabilísimo Corazón de Jesús, tú estás escondido en la Sagrada Eucaristía y aquí palpitas siempre por nosotros. Ahora, como antaño, dices «deseabas con deseo»: yo te he deseado ardientemente. Te adoro con todo mi corazón y con toda mi veneración, con mi ferviente afecto y con mi voluntad más sumisa y resuelta. Oh, Dios mío, cuando vienes a mí en la santa Comunión y pones en mí tu morada, haz que mi corazón lata al unísono con el tuyo... Llénalo tanto de ti que ni los acontecimientos cotidianos ni las circunstancias de la vida puedan perturbarlo, y que en tu temor y en tu amor pueda encontrar la paz. 

Ver con los ojos del corazón 

Newman trata de mirar la vida presente y la futura como las ve Dios: con los ojos del corazón. Su último objetivo es: «Ver al Rey... en su esplendor». Por eso su mirada aguda y profética trata de abolir de la vida del cristiano la charlatanería vacía e hipercrítica, la profesión de fe ociosa, la reflexión soberbia sobre la doctrina de la fe, el alarde de vanidad que se esconde en el corazón humano, que critica sin construir y que ansía sobresalir sobre los demás, destruyendo. En los Sermones Anglicanos XV, afirma: Aquellos que ponen como gran objeto de su contemplación su propio yo, en lugar de su propio Creador, naturalmente se exaltarán a sí mismos. Es esta auto idolatría la que destruye toda relación cor ad cor, tanto interpersonal como comunitaria, eclesial y social. 

Los maestros de danza rusos enseñan que hay que bailar con el alma. No se trata solo de mover los brazos, las piernas y la cabeza, sino que cada gesto debe venir del corazón, expresando la armonía interior. El punto de concentración del artista es el interior de su alma, donde contempla la idea que quiere expresar fuera de sí mismo. El lugar de la creación es el corazón del artista. Solo cuando la razón penetra en el corazón, la profecía estalla en la vida. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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