martes, 10 de junio de 2025

Contemplación: el arte de la mirada de la gratitud y de la alabanza.

Contemplación: el arte de la mirada de la gratitud y de la alabanza 

La celebración de la Jornada de la Vida Consagrada Contemplativa también nos recuerda la necesidad de ofrecer una nueva mirada, de aprender a vivir el silencio de la contemplación y adoración, superando la preocupación tantas veces banal de lo cotidiano. 

Estar, de hecho, en contemplación es la única manera de abrir una puerta hacia el otro, hacia cualquier y todo otro, evitando convertirlo en nuestros deseos, en nuestras expectativas, quizá obligándolo incluso a vivir dentro de los límites y muros que nosotros mismos hemos erigido por seguridad y comodidad, olvidando que lo hemos hecho, quizá, simplemente para tranquilizarnos. 

Estar, de hecho, en contemplación es adentrarse en una mirada con una atención diferente, detenida, pausada, sosegada, tranquila, sin preocuparse por hacer preguntas, ofrecer respuestas, por…, sino tratando de mirar para comprender dónde reside el corazón. Ver, mirar, contemplar suspendiendo los juicios, ralentizar… entrenando los ojos para ver los prodigios encajados en lo cotidiano. 

Nuestros ojos, precisamente al cerrarse, pueden abrirse de verdad: por eso, por ejemplo, los adivinos y los poetas de los mitos suelen ser ciegos. No vivimos el cumplimiento del asombro porque no establecemos la intimidad adecuada con las cosas y las personas que nos rodean: somos hombres cuya capacidad de atención dura unos segundos, devoramos sin saborear, preferimos la superficie al todo. 

A nuestra generación, marcada por la prisa por la acción, se le pide que redescubra la importancia de la contemplación. La acción y la contemplación son la sístole y la diástole de la vida: cuanto más se exagera en una, más reclama sus privilegios la otra, porque el corazón sin acción se seca, sin contemplación se pudre. 

Detenerse no significa quedarse inmóvil sino estable que es lo contrario de inestable, aquel que nunca se detiene y, por lo tanto, enferma. Detenerse es crear cada día espacios de intimidad que permiten a lo cotidiano ampliar los horizontes de nuestra mente y encontrar el espacio para contemplar, sin doblarlo, forzarlo o pretender entenderlo. 

¡Hay que tener el valor de invertir en lo que podría parecer una pérdida! Pero ‘perder tiempo’ y detenerse a contemplar es la única manera de ‘ganarlo’, poniendo de relieve que lo que a veces parece tiempo perdido resulta ser, en realidad, la forma más adecuada de favorecer los procesos de aprendizaje y crecimiento, de discipulado y seguimiento. 

Detenerse significa ejercitarse en el asombro y la maravilla que, una vez más, nos propone la vida en su misterio. Marcel Proust afirmaba que «el verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevas tierras, sino en ver con nuevos ojos». 

Qué difícil se ha vuelto ver la grandeza del mundo en el que vivimos. Estamos tan absortos en nosotros mismos que hemos perdido la costumbre de levantar la vista para dejarnos llenar, atravesar e iluminar por la contemplación. 

Las ciencias naturales no nos hablan de la belleza. Nos han acostumbrado a considerar la naturaleza como un objeto de estudio. Somos capaces de descifrar microscópicamente todo lo que existe, podemos definir la estructura física, analizar la composición química, medir las propiedades energéticas de cada cosa. 

Sin embargo, esto no significa que seamos capaces de discernir los vínculos que existen entre la miríada de cosas creadas; el significado de la materia, el sentido de la tierra, la orientación del mundo... Su belleza, su bondad, manifestación de Dios. 

De un tiempo a esta parte pienso que solamente los artistas ven y muestran las cosas más allá de su apariencia. Qué difícil es ver sin la Epifanía. Cada partícula de la creación lleva inscrita en sí misma una huella, un código, una orientación, de tal manera que el mundo entero se presenta como un signo que desvela y revela. 

Y el hombre puede contemplar así el cosmos no solo desde fuera, sino también desde dentro. Puede ver lo visible unido a lo invisible. Porque la belleza de lo que ve le dice lo que no ve. El caos en el mundo surge del rechazo humano del Logos, que es orden y sentido del mundo. 

Sin la luz divina, el hombre ve el universo a imagen de su propia decadencia. Ya no ve la materia unida a su sentido, sino que divide lo visible de lo invisible, separa el fenómeno de su contenido espiritual. Sin la luz divina, lo que es símbolo y lugar de encuentro con Dios, se vacía de sentido; lo que es transparente, se vuelve opaco. 

Quienes han recibido el don de una mirada contemplativa sobre el mundo, consiguen levantar el velo opaco de las cosas, consiguen devolverlas a la Epifanía original, primera, verdadera. Consiguen hacer corresponder a la Epifanía la «diafanidad», la transparencia de la creación. Consiguen manifestar el propósito, la visión con la que todo fue creado y con la que todo se mantiene en el ser. Consiguen así, al igual que la Liturgia, abrazar el mundo en un plano diferente, donde el agua, el aceite, el fuego y los colores se asumen con toda su fuerza simbólica y se incorporan a la alabanza. 

La mirada contemplativa es una mirada cautivada por las Epifanías: no es una mirada pasiva. Es la mirada contemplativa la que deja pasar la luz, la que deja pasar el Logos, la Palabra que Dios quiere decirnos. 

El arte de ver (y de desvelar y revelar) es, por tanto, una verdadera contemplación, una fuerza transformadora y creadora. Una fuerza que, a través de la transformación del corazón y de la mirada, transforma realmente también el mundo. Una fuerza que permite reconducir todo a la unidad en la verdad y en la belleza original de nuestras vidas, abriendo una ventana a la eternidad. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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