Poner una dosis de acedia en la vida
La acedia, el vicio capital que, más que ningún otro, cuando lo nombramos nos deja perplejos durante unos segundos. La gula, la ira, la envidia y la lujuria son vicios que, con solo pensarlos, evocan imágenes, recuerdos y formas que los describen a la perfección. Cuando pensamos en la acedia, en cambio, siempre tenemos ese segundo de desconcierto. ¿Qué es? ¿No hacer nada en todo el día? ¿El ocio continuo? ¿La diversión? ¿Dormir dulcemente?
Demos un paso atrás y ayudémonos con la etimología de la palabra. El término acedia deriva del griego ἀκηδία, que significa negligente, indolente, descuidado. En el pasado, literalmente, significaba la inercia ante la ausencia de dolor o cuidado, es decir, un estado de pasividad ante la falta de sensaciones positivas y negativas. Una especie de tristeza o melancolía, a veces utilizadas como sinónimos de acedia.
¿Nos recuerda algo? A mí me hace pensar en similitudes con lo que la OMS define como la patología psiquiátrica más extendida en el mundo, es decir, la depresión. De hecho, hay elementos en común con este tipo de patología, como la anhedonia, es decir, la incapacidad de sentir interés y placer en la búsqueda de las actividades cotidianas normales que satisfacen nuestras necesidades (por ejemplo, comer, las relaciones personales, etc.).
Como sabemos, la depresión es una enfermedad extremadamente incapacitante, que afecta a la esfera cognitiva y afectiva, y repercute en la vida laboral, social y en la salud física. La persona se encierra en un estado de impotencia en el que siente que no puede hacer nada.
Si lo pensamos bien, la acedia, de entre todos los vicios capitales, es el único que no tiene un fin real, una necesidad explícita que satisfacer. La gula tiene la comida, la lujuria el placer carnal, la ira el desahogo de la rabia, en la pereza se flota en un limbo donde no se busca ni la alegría ni el dolor, sino la ausencia de todo para no sentir nada.
Desde este punto de vista, más que un vicio, parece una condición que pocos querrían experimentar. Pero veámoslo también desde un punto de vista más contemporáneo.
La acedia, ahora, se asocia más con la pereza y la falta de ganas de actuar, de comprometerse. Pensemos, por ejemplo, en el término NINI o NEET, que designa a los jóvenes que no estudian, no trabajan y no tienen intereses.
La acedia se convierte en un término transgeneracional, un ejemplo para indicar las principales diferencias entre una generación y otra, el famoso «los jóvenes de hoy en día no quieren hacer nada», representa un indicador entre quién es mejor y quién es peor.
Desde este punto de vista, la pereza se parece más al aburrimiento, y esto, en mi opinión, esconde aspectos positivos.
Y lo digo porque vivimos en una sociedad que nos pide que nunca nos detengamos, que trabajemos, produzcamos, nos comprometamos, alcancemos objetivos y nos impongamos siempre nuevos límites; debemos satisfacer a los demás, estamos sujetos a estímulos continuos, confundimos las necesidades con los deseos, tenemos aficiones que se convierten en un segundo trabajo. Incluso el tiempo libre se llena constantemente, convirtiéndose más en un compromiso que en un momento de relax.
Ante todo esto, el aburrimiento y el aburrirse se convierten casi en un gesto de rebelión o, en cualquier caso, en un momento para nosotros mismos. Parar y no hacer nada, dejar que el cuerpo, la mente y el alma sedimenten los pensamientos, recarguen sus energías sin la ansiedad de tener que hacer algo por fuerza.
Aburrirse, que es también una acción en cuanto que carece de pensamientos, tiene que ver con el redescubrimiento de nuestra individualidad, un momento en el que hablamos, de verdad, con nosotros mismos.
Retomemos la etimología de la palabra acedia. Intentemos pensar en la acedia no como tristeza y melancolía, sino como aburrimiento, donde detenerse a no hacer nada es un momento para cuidarnos a nosotros mismos.
Lo digo con las palabras que siempre me han impactado: «Me di cuenta de que podía estar bien cuando comprendí que era yo quien envenenaba mi vida cada vez que me aburría, porque en el aburrimiento estaba realmente solo conmigo mismo».
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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