De la simplista simplificación a la compleja complejidad
Este artículo surge de una reflexión a su vez motivada por los comentarios de los políticos de primera fila de un partido del estado español. Los mencionados comentarios me han llevado a reflexionar sobre una cuestión nada desdeñable: la complejidad. ¿Qué se entiende por complejidad?
Es una característica, entre otras, de los grupos humanos, las relaciones y el sistema social. Cuando se trata de sistemas y fenómenos no lineales, que evolucionan, se transforman y se autoorganizan en un sistema de múltiples niveles de conexión e interdependencia.
El estadístico, economista y escritor Nicholas Nassim Taleb define estos entornos, y por lo tanto en sentido amplio «sistemas», como «extremistan». Con este término se refiere a los contextos en los que los instrumentos estadísticos diseñados para predecir fenómenos inscribibles en un sistema predecible, como el cálculo de las probabilidades que tenemos de sacar un seis al lanzar un dado, no son adecuados.
Y no lo son porque nos enfrentamos a entornos dinámicos e impredecibles, con acontecimientos extremos que presentan demasiadas variables y, por lo tanto, son complejos de predecir.
«En los sistemas complejos, la imprevisibilidad y la paradoja están siempre presentes y algunas cosas seguirán siendo desconocidas», escribía Edgar Morin, filósofo que afirmaba la necesidad de un conocimiento que superara la división entre los saberes típica de la era moderna y, al mismo tiempo, de educar a los educadores en el pensamiento de la complejidad.
Por complejidad de un sistema se entienden las propiedades del conjunto constituido por el modelo creado por el observador y el propio observador. Solo abandonando el principio causal típico de la física clásica y el concepto de certeza absoluta típico del determinismo podremos comprender la realidad del ser humano y del mundo que le rodea.
Este cambio de paradigma es evidente en la física moderna, donde el indeterminismo y la toma de conciencia de la incertidumbre han modificado la conciencia del conocimiento del hombre sobre el mundo.
En términos filosóficos, Wilhelm Dilthey, antes que Edgar Morin, abordó la cuestión de las Geisteswissenschaften, es decir, el conjunto de disciplinas que tienen por objeto el mundo humano y se distinguen de las ciencias de la naturaleza, que podían tener una base autónoma con respecto a estas últimas, sin por ello ser consideradas menos rigurosas.
Según Wilhelm Dilthey, el supuesto relacional debía estar representado por la relación “Yo-Mundo”, sustituyendo el paradigma causal por el de la comprensión, «donde la dinámica constitutiva de representar, sentir y querer debía reflejar mejor la complejidad irreducible del hombre en su totalidad».
En otras palabras, la experiencia humana, al estar encarnada en sistemas complejos de interacciones y variables en parte desconocidas, y tal vez incognoscibles, no puede reducirse, sintetizarse ni comprenderse en sistemas de simple causa-efecto.
El observador, y su acto de observar, modifican el sistema observado y los fenómenos que se producen en él. El observador crea los fenómenos que observa, modifica las dinámicas del sistema con el que entra en relación, como sostienen Étienne Gilson y los filósofos del «realismo mediado».
Werner Heisenberg también afirmó en 1942 que «en el ámbito de la realidad cuyas condiciones están formuladas por la teoría cuántica, las leyes naturales no conducen, por lo tanto, a una determinación completa de lo que ocurre en el espacio y en el tiempo; lo que ocurre (...) queda más bien en manos del azar».
Ante esta revolución paradigmática, la psicología no puede sino tomar conciencia de que se enfrenta a sistemas complejos, a la experiencia irreducible del ser humano, que solo podemos intentar comprender a través de la observación, la empatía y la conciencia de estar profundamente implicados en lo que observamos.
Los Baranger expresan este concepto como Campo Bipersonal; la situación del análisis es una estructura resultante del encuentro entre las vidas mentales del paciente y el analista. En este sentido, el psicólogo, más que otros, debe tener siempre presente su papel en las complejas dinámicas del sistema del que forma parte y que pretende describir. Para ello, el reduccionismo propio del paradigma causal no es suficiente.
En otras palabras, la realidad humana es compleja. Y defender esa complejidad del sistema humano y de la experiencia humana es una tarea intrínsecamente irreducible. Dicho con otras palabras, seguramente menos complejas: debemos mirar con precaución, seguramente hasta con recelo, las simplificaciones, los atajos mentales y los artículos que reducen la experiencia psíquica a un manual de instrucciones para sintonizar los canales de un televisor.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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