Cuando Dios se hace madre
“Los que estamos aquí tenemos los mismos sentimientos; somos objeto de un amor sin fin de parte de Dios. Sabemos que tiene los ojos fijos en nosotros siempre, también cuando nos parece que es de noche. Dios es Padre, más aún, es madre. No quiere nuestro mal; sólo quiere hacernos bien, a todos. Y los hijos, si están enfermos, tienen más motivo para que la madre los ame. Igualmente nosotros, si acaso estamos enfermos de maldad o fuera de camino, tenemos un título más para ser amados por el Señor” (Juan Pablo I, Ángelus del 10 de septiembre de 1978).
Palabras, de hace casi 47 años, llenas de ternura para el mundo, desgarrado por matanzas inútiles entonces y ahora.
Sin embargo, fueron palabras que despertaron sospechas en algunos bienpensantes versados en teología, maestros del dogma, peritos del canon, que gritaron herejía, pero también en parte del Pueblo de Dios, acostumbrado a verlo como un Padre, un hombre, un ministro ordenado y no como una mujer o una madre.
¿Tenían razón? ¿Se puede o no se puede decir que Dios es también madre?
La Biblia está llena de referencias a un Dios con características maternales: su ternura, los verbos utilizados para predicar su amor, los miembros involucrados en su actuar (entre ellos las entrañas de la misericordia), revelan una naturaleza tradicionalmente considerada maternal: «Yo soy tranquilo y sereno, como un niño destetado en brazos de su madre, como un niño destetado es mi alma» (Salmo 131,2); si el abandono a Dios se vive con tanta confianza, típica del niño que hunde su rostro en la dulzura de los brazos maternos, entonces Dios debe ser como una madre.
¿Y qué decir de las palabras dirigidas por Dios mismo a su pueblo, hijo visceralmente amado: «Cuando Israel era joven, yo lo amé (...) yo era para ellos como quien sostiene a un niño en sus mejillas, me inclinaba sobre él para darle de comer...» (Oseas 11,1.4). ¿Quién no vería en estas imágenes el cuidado típico de una madre?
Si por maternidad entendemos también el misterio del origen, del seno de la vida, del nacer, no hay nada más divino que esto; de hecho, al crear al ser humano: «Dios dijo: hagamos al hombre» (Génesis 1,26). Hagamos y no: hago. Utilizó la primera persona del plural para revelarse a sí mismo como padre y madre de la criatura, única y sexuada al mismo tiempo.
Una metáfora, pero también una esencia divina que encarna y trasciende la distinción humana de los sexos. Trasciende la paternidad y la maternidad humanas, aunque es su origen y su imagen, por exceso de amor: «Mi padre y mi madre me han abandonado, pero el Señor me ha acogido» (Sal 27,10): es la comparación que todo creyente podría hacer entre sus padres y Dios.
Una relación confirmada, doctrinalmente, por el Catecismo de la Iglesia Católica (239): «conviene recordar que Dios (...) no es ni hombre ni mujer (...) trasciende, por tanto, la paternidad y la maternidad humanas». Una verdad reconocida desde los antiguos Concilios, como, por ejemplo, el de Toledo (XI, en el año 675), que, distanciándose tanto del monoteísmo patriarcal como del panteísmo matriarcal, estableció que el Hijo fue engendrado y puesto en el mundo de utero patris.
Si
Dios no fuera madre, ¿dónde estaría Él en las raíces de nuestra memoria,
perfumadas de leche?
Si Dios no fuera madre, ¿dónde estaría allí donde los hijos son negados, abandonados, desconocidos por sus padres?
Si
Dios no fuera madre, ¿dónde estaría allí donde no hay nadie más que ella para
salir temprano por la mañana a llevar comida a casa para todos?
Si
Dios no fuera madre, ¿quién estaría para consolar las lágrimas de los hijos y
de los pobres en los territorios del hambre, de la guerra, de la vergüenza?
Si
Dios no fuera madre, ¿dónde estaría allí donde solo las manos de una mujer
curan las heridas de los enfermos y moribundos, de todos y de cada uno de los
santos inocentes?
Si
Dios no fuera madre, ¿dónde estaría Él para Jesús, allí en Nazaret, cuando no
había ningún padre carnal para una madre sola?
¿Dónde
estaría para ese hijo solo en la cruz, que grita: «Padre mío, ¿por qué me
has abandonado?», si Él no se reflejara en una madre tenaz y torturada
por el dolor bajo el oprobio del mal que hace el hombre?
Dios también se hizo madre para cuidar de la humanidad.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
No hay comentarios:
Publicar un comentario