viernes, 20 de junio de 2025

Donde nosotros vemos desiertos, Dios ve oportunidades.

Donde nosotros vemos desiertos, Dios ve oportunidades 

Evangelio de calles y casas. Van los setenta y dos, al aire libre, sin bolsa, sin alforja, sin sandalias, sin cosas, sin medios, simplemente hombres. 

De dos en dos, no solos, con al menos un amigo en quien apoyarse cuando el corazón falla; de dos en dos, para sostenerse mutuamente; de dos en dos, como una tienda ligera para la presencia de Jesús, porque donde dos o tres están unidos en mi nombre, allí estoy yo. 

Y sienten una sensación de ligereza, de frescura, de valor: os envío como corderos en medio de lobos, pero no prevalecerán, quizá serán más numerosos que los corderos, pero no más fuertes, porque sobre ellos vela el Buen Pastor, el Pastor hermoso. 

Y las palabras que confía a los discípulos son sencillas y pocas: paz a esta casa, Dios está cerca. Palabras directas, que salían del corazón y llegaban al corazón. Pero por encima de todo, una visión del mundo, la mirada exacta con la que recorrer las calles y las casas: la mies es mucha, pero los obreros son pocos, orad, pues... 

El ojo grande, el ojo puro de Dios ve una tierra rica en cosecha, allí donde nuestro ojo opaco solo ve un desierto: la cosecha es abundante. Jesús nos contagia de su mirada luminosa y positiva: los campos rebosan de buen grano, allí donde nosotros solo vemos inviernos y números que disminuyen. 

Jesús envía discípulos, pero no para entonar lamentos sobre un mundo distraído y lejano, sino para anunciar un cambio radical: el Reino de Dios, Dios mismo se ha acercado. Nosotros decimos: hay distancia entre los hombres de hoy y la fe, ¡se han alejado de Dios! Y Jesús, en cambio: el Reino de Dios está cerca. Es realmente una mirada diferente. 

Y los discípulos, por las calles y las casas, llevan el rostro de un Dios que camina hacia nosotros, que entra en las casas, que no se queda encerrado en su templo, detrás de muros de sacerdotes o levitas. En cualquier casa que entréis, decid: paz a esta casa

No una paz genérica, sino a esta casa, a estas paredes, a esta mesa, a estos rostros. «La paz hay que construirla artesanalmente, empezando precisamente por las casas, por las familias, por el pequeño contexto en el que cada uno vive» (Papa Francisco). 

La paz es una palabra que hay que llenar de gestos, de muros que derribar, de perdones pedidos y concedidos, de confianza renovada, de acogida, de escucha, de abrazos. 

Jesús y los suyos proclaman que Dios se ha acercado, superando todo lo que separaba la tierra del cielo; es un padre experto en abrazos y derriba lo que margina a los publicanos y a los pecadores, lo que separa a los escribas del pueblo, a los fariseos de las prostitutas, a los leprosos de los sanos, a los hombres de las mujeres. 

Entonces la paz, verdaderamente la esencia del Evangelio, avanzará desde la periferia de las casas hasta conquistar el centro de la ciudad del hombre. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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