No a la fuerza sino con la humildad
La mies es abundante, pero son pocos los que trabajan en ella. Jesús siembra nuevos ojos para leer el mundo: la tierra madura continuamente espigas de trigo muy bueno. Enseña una nueva mirada sobre el hombre de siempre: es como un campo fértil, alegre de frutos abundantes.
Siempre hemos interpretado este pasaje como una lamentación por la escasez de vocaciones presbiterales o religiosas. Pero Jesús entona su alabanza a la humanidad: el mundo es bueno. Hay mucho bien en la tierra, mucho buen grano.
El sembrador ha sembrado buena semilla en los corazones de los hombres: muchos de ellos viven una vida buena, muchos corazones inquietos buscan solo una pequeña rendija para abrirse a la luz, muchos dolores solitarios esperan una caricia para florecer en la confianza.
Jesús envía a sus discípulos, pero no para entonar lamentos sobre un mundo distraído y lejano, sino para anunciar un cambio radical: el Reino de Dios se ha acercado, Dios está cerca.
Mira a tu alrededor, el mundo que nos parece sumido en una crisis sin salida es también un inmenso laboratorio de ideas nuevas, de proyectos, de experiencias de justicia y paz. Este mundo lleva en su seno otro mundo, que crece hacia una mayor conciencia, más libertad, más amor y más cuidado de la creación. Él ha sembrado todo esto, y nadie podrá arrancarlo de la tierra.
Pero falta algo, faltan quienes trabajen por el bien de hoy. Faltan obreros de la belleza, segadores del bien, agricultores que sepan hacer crecer los brotes de un mundo más justo, de una mentalidad más positiva, más humana.
A ellos les dice: Id: no llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias... Os envío desarmados. Lo decisivo no son los medios, lo decisivo no son las cosas. Solo si el anunciador es infinitamente pequeño, el anuncio será infinitamente grande.
Los mensajeros traen consigo un pedacito de Dios. Si tienen el Evangelio dentro, lo irradiarán a su alrededor. Por eso no necesitan cosas.
No tienen nada que demostrar, tienen que mostrar el Reino iniciado, a Dios dentro. Como una mujer embarazada no tiene nada que demostrar: lleva un niño en su seno y es evidente para todos que vive dos vidas, que lleva una vida nueva. Así ocurre con el creyente: vive dos vidas, lleva en su interior la vida de Dios.
Os envío como corderos en medio de lobos. Y no significa: os envío al matadero. Porque hay lobos, es cierto, pero no vencerán. Quizás son más numerosos que los corderos, pero no son más fuertes.
Os envío como presencia desarmada, a combatir la violencia, a oponeros al mal, no con un «más» de fuerza, sino con un «más» de bondad. La bondad que no es solo la respuesta al mal, sino también la respuesta al sinsentido de la vida - Paul Ricoeur -.


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