Recorrer con confianza los caminos
Los setenta y dos discípulos se van, de dos en dos, dependientes cada día del cielo y de un amigo; sin bolsa, sin alforja, sin sandalias, sin cosas, sin medios, simplemente hombres. El anunciador debe ser infinitamente pequeño, solo así el anuncio será infinitamente grande.
No llevéis nada y decid: volvamos a ser sencillos y naturales, lo que importa es muy poco. Los discípulos son reconstructores de la humanidad, y su primer paso contiene el arte del acompañamiento, nunca sin el otro. Dos no es la suma de uno más uno, es el comienzo de la comunión.
Entonces también podéis recorrer los caminos, pasar por medio de entre las dificultades, con valentía y confianza: os envío como corderos en medio de lobos. Que quizá son más numerosos, pero no más fuertes, que pueden morder y hacer daño, pero que no pueden vencer.
Os envío como corderos, sin colmillos ni garras, pero no a la derrota y al martirio, sino a imaginar el mundo bajo otra luz, a abrir el paso hacia una casa común más cálida, llena de libertad y afecto. Los campos de la vida también son violentos, Jesús lo pagará con su sangre, y sin embargo entrega a los suyos una visión del mundo tan hermosa como una sorpresa, una pequeña maravilla de positividad y luminosidad: la mies es mucha, pero los obreros son pocos.
Los ojos del Señor brillan por el buen grano que rebosa en los campos de la vida: son hombres y mujeres fieles a su tarea, gente de corazón espacioso, de palabras luminosas, hombres generosos y leales, mujeres libres y felices.
Donde nosotros tememos un desierto, él ve un verano perfumado de frutos, ve poetas y enamorados, niños y bufones, místicos y locos que ya no saben caminar pero han aprendido a volar.
Jesús envía a sus discípulos no a entonar lamentos sobre un mundo distraído y lejano, sino a anunciar el cambio radical: el Reino de Dios se ha acercado. Y las palabras que confía a los discípulos son sencillas y pocas: paz a esta casa, Dios está cerca. Palabras directas, que salían del corazón y llegaban al corazón.
Nosotros nos quejamos: ¡el mundo se ha alejado de Dios! Y Jesús, en cambio: Dios se ha acercado, Dios está en camino por todas las calles, muy cerca de ti, llama a tu puerta y espera que le abras. En cualquier casa que entréis, decid: paz a esta casa.
Jesús sueña con la reconstrucción del ser humano a través de miles y miles de casas hospitalarias y brazos abiertos: la hospitalidad es el signo más fiable e indiscutible del alto grado de humanidad que ha alcanzado un pueblo, primera piedra de la civilización, primera palabra civil, porque donde no se practica la hospitalidad, se practica la guerra y se impide el shalom, es decir, la paz que es el florecimiento de la vida en todas sus formas.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


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