Escuchar el grito de la carne
El tigre de la guerra ha salido de la jaula y volver a meterlo será muy difícil. En realidad, son los propios domadores, con Estados Unidos de América a la cabeza, quienes la han desatado con el deliberado fracaso diplomático de Donald Trump.
Él, y ahora también los europeos, con un liderazgo desinformado e irrelevante y la contribución de las derechas soberanistas y populistas que han aceptado de facto la agenda bélica de Benjamín Netanyahu.
Estos días, aquí y allá, se nos presentan análisis lúcidos que plantean con amarga conciencia la cuestión de cómo la guerra ha vuelto al centro de la escena mundial, cómo el tigre ha salido de la jaula.
Y
nosotros, los ciudadanos de a pie, somos cada vez más impotentes. Pero no lo
son los organismos internacionales y Europa, y esa politiquería nacional hecha
de visiones cortas y respiros nacionalistas insanos.
Qué lejos estamos de la intuición de convertir la guerra en un tabú, es decir, en un comportamiento humano inaceptable al igual que otros comportamientos como el incesto. Porque, al igual que el incesto, la guerra atómica conduce a la extinción de la especie.
En cambio, hoy en día la
guerra ha vuelto a legitimarse como instrumento ordinario de resolución de
conflictos. Goza de buena prensa y pone en mal lugar a quienes se atreven a
cuestionarla. No solo la humanidad de las decisiones, sino también su eficacia.
Incluso la voz firme y discordante del Papa León XIV -
«las ideas pueden enloquecer y las palabras pueden matar. La carne, en
cambio, es de lo que estamos hechos todos: es lo que nos une a la tierra y a
las demás criaturas. La carne de Jesús debe ser acogida y contemplada en cada
hermano y hermana, en cada criatura. Escuchemos el grito de la carne,
sintámonos llamados por nuestro nombre por el dolor ajeno» - parece ser
una voz que no se escucha, como por otra parte, en este tema, ha sido durante
mucho tiempo la del Papa Francisco.
Sin embargo, como comunidad cristiana, deberíamos atrevernos más. Hay un silencio, una incapacidad de «escuchar el grito de la carne» que degrada la fuerza del mensaje cristiano. Cuántas pocas veces he oído rezar durante las eucaristías por las mujeres y los hombres, los niños y los ancianos de Gaza, de Járkov, de Haití o de Sudán, víctimas inocentes de la «tercera guerra mundial a plazos».
La historia
queda fuera de las asambleas cristianas de la celebración de la fe y a menudo
incluso nos jactamos de ello: ‘no podemos mezclarnos ni ensuciarnos las
manos creando descontento, polarizaciones y divisiones’ dicen algunos...
Oscilamos entre ser complacientes con el pensamiento dominante y un pacifismo sin mediación. Deberíamos aplicar con racionalidad el principio bíblico del "no matarás", el mandato evangélico del "en cambio yo os digo...", pero buscando soluciones como el desarme progresivo, el fortalecimiento de los organismos internacionales y dando voz a la diplomacia.
Justamente lo contrario de lo que se está haciendo.
Hoy se sigue fielmente el lema de aquel militar prusiano (uno de los más
influyentes en la ¿ciencia? militar moderna), Carl Von Clausewitz, que decía
que la guerra es la continuación de la política con otros medios.
No, la guerra es el fracaso de la política. El derecho
internacional y la política: estos son los instrumentos para garantizar la paz.
Nunca una reacción que no sea proporcional y estar siempre y en todo momento
del lado de las víctimas.
Por eso quien quiere al pueblo judío debe estar del
lado de los palestinos. Esta situación nos perjudica a todos, pero también en
esto somos muy tímidos. No es posible que todos los días en las comunidades
cristianas no se rece por los niños ucranianos y palestinos. También la
vida cristiana debe educarnos para la paz.
Si todos los días en la Eucaristía se rezara por Gaza,
por Ucrania, por los migrantes muertos en el mar, y por los conflictos y las guerras
de las que nadie se acuerda, y por…, nos educaríamos como pueblo para sentir el
dolor del mundo. Y para imaginar formas diferentes de gestionar los conflictos.
No creo que Mahatma Gandhi o Martin Luther King o... fueran visionarios... Si todos hiciéramos así, desarmaríamos incluso a aquellos que quieren hacer la guerra.
La invitación del Papa León XIV a una paz
desarmada y desarmante es muy realista, nos interpela a todos. La guerra es la
solución que parece más sencilla, pero en realidad es la más irracional de
todas. Además de la más injusta.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF



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