El arte de una contemplación integral: abrazar la realidad en su totalidad
La contemplación auténtica requiere un valor especial: el de no apartar la mirada cuando la realidad se presenta en toda su crudeza. A menudo confundimos la oración contemplativa con una huida hacia lo bello, lo consolador, lo armonioso. Pero contemplar significa acoger la vida tal y como es, no como nos gustaría que fuera.
Cuando San Francisco abrazó al leproso, no estaba eligiendo lo bello por encima de lo feo, sino que estaba aprendiendo a ver a Jesús incluso allí donde la belleza parecía negada. No estaba ignorando la enfermedad, sino contemplándola como parte del misterio de la encarnación.
La vida tiene muchos sabores, y la contemplación nos enseña que incluso lo amargo y lo salado pertenecen a la mesa de Dios. No podemos permitirnos elegir solo los aspectos que nos tranquilizan. El árbol seco no es menos digno de contemplación que la flor que florece. La naturaleza es vida y muerte, armonía y violencia, pero todo está en equilibrio.
Durante los años de formación, oí hablar a menudo de «unificación». Era una idea extraña y misteriosa que sugería que, tarde o temprano, en la vida espiritual se podía llegar a la unidad de la persona.
Probablemente entonces lo malinterpreté según mis expectativas, pero creía que unificar significaba que todas las dimensiones de la persona iban al unísono, en una sola dirección, sin tensiones ni contradicciones.
¡Creo que no lo entendía! La experiencia de la vida, también la de la fe y la del espíritu, me han enseñado que el verdadero reto es, en cambio, conseguir caminar dentro de todo lo que somos contemplándolo en una visión de conjunto que ve a la persona en su realidad. Y todo es «persona».
Este es el paso más delicado de la contemplación. Es relativamente fácil aceptar la naturaleza en su ciclicidad de vida y muerte, es más complejo contemplar sin resistencia nuestros límites, nuestras sombras, nuestros fracasos.
Sin embargo, como enseñan los grandes maestros espirituales, es precisamente en nuestra pobreza donde se manifiesta la riqueza de Dios. No debemos fingir ser diferentes de lo que somos, ni esforzarnos por contemplar solo nuestros «mejores» aspectos.
El santo no es aquel que ha eliminado las contradicciones, sino aquel que las ha integrado en su camino hacia Dios.
Esta visión unificada nos libera de la fatiga de dividir continuamente la experiencia en «aceptable» e «inaceptable». Cuando contemplamos, no juzgamos: miramos. Y en este mirar sin juzgar, incluso el dolor puede convertirse en puerta hacia el Misterio.
Tal vez el icono más perfecto de esta contemplación integral es María al pie de la Cruz. Ella no aparta la mirada de su Hijo desfigurado, no huye ante la aparente derrota de todo aquello en lo que había creído. Contempla el Misterio incluso cuando este adquiere los rasgos de la devastación.
En ese momento, María no está eligiendo el sufrimiento, está eligiendo permanecer presente a la realidad en su totalidad. Y en esta presencia total, que no excluye ni siquiera la contradicción más estridente, se realiza la contemplación más elevada.
Esta contemplación que lo abarca todo no nos vuelve pasivos ni resignados. Al contrario, nos libera para la acción. Cuando ya no tenemos que gastar energías en luchar contra la mitad de la realidad, podemos dedicarnos por completo a servir a la vida dondequiera que se manifieste.
La contemplación, más que salir del mundo, es una forma de entrar en él de manera diferente, desde lo alto y con amor. Es una mirada que transforma, no porque cambie la realidad, sino porque cambia nuestra forma de habitarla.
Pero es sobre todo en la relación con el prójimo donde esta forma de contemplar revoluciona nuestra vida. Dejo de buscar en el otro lo que espero, no limito mi mirada a las características positivas, sino que acojo al otro en su realidad verdadera, contradictoria, unificada... Cuando me acerco a esta mirada, experimento una chispa de la luz que ilumina la mirada de Dios sobre nosotros.
La conclusión paradójica de este camino es que la contemplación integral no se alcanza «haciendo» algo más, sino dejando de excluir algo. Es un acto de rendición, no de conquista porque se trata dejar de intentar llegar a la fuerza donde no puedes llegar. Haz lo que puedas para caminar, pero luego siéntate y disfruta del placer de descansar contemplando el panorama.
Y contempla el panorama completo. Incluso cuando incluye el invierno además de la primavera, la noche además del día, la cruz además de la resurrección. Porque todo esto, misteriosamente, es un solo panorama: el de Dios que se revela en la historia.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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