No molestarás al extranjero ni lo oprimirás - Éxodo 22, 21 -
Al ver, al escuchar, al leer, …, siempre desde la distancia mediática lo que se escribe o se dice sobre lo que está sucediendo en Gaza, es espontáneo repensar la Biblia.
La ley de Moisés, que comienza con los Diez Mandamientos y continúa en los Libros del Éxodo, del Levítico y luego en el Deuteronomio con un conjunto de preceptos más detallados, aparece inmediatamente como «política».
Todo ello indisociable de la experiencia de la esclavitud de los judíos en Egipto y de la violencia genocida, de matriz «nacionalista», del faraón (que también significa «gran casa», palacio real), soberano y figura divina.
La esclavitud, en cualquiera de sus formas, es un ejemplo opuesto o un contraejemplo de la Ley divina transmitida a Moisés en el desierto. El pueblo judío es liberado de la esclavitud y la violencia para poder acceder a una forma de vida política verdaderamente emancipadora.
La Ley de Moisés induce, invita, a un abandono, a una salida, de la relación entre oprimidos y opresores y no a la búsqueda, obstinada e incluso sangrienta, de una inversión de las relaciones de fuerza. «No molestarás al extranjero ni lo oprimirás, porque vosotros fuisteis extranjeros en la tierra de Egipto» (Éxodo 22, 21), ordena Yahvé a Moisés.
La Ley se basa en la autoridad de esa experiencia vivida para instar a los judíos, que salieron y se salvaron de la esclavitud egipcia, al respeto de la dignidad de todo ser humano. Por ejemplo, con el imperativo del Shabat -el sábado-. Este permite a todos, independientemente de su estatus y condición, disfrutar de momentos de descanso periódicos; ningún individuo puede ser obligado a trabajar de forma continua y definitiva, como en el Egipto del faraón, donde se separaba a los esclavos-trabajadores extranjeros de los hombres libres egipcios, que podían disfrutar de su tiempo libre.
En el capítulo 25 del Levítico también se encuentra el imperativo de la remisión de las deudas, la prohibición de los préstamos con intereses, el descanso regular de las tierras cultivadas (la rotación de cultivos, el barbecho), pero también el rechazo de la apropiación exclusiva de la tierra, del territorio. Porque, advierte Dios, «la tierra es mía y vosotros sois como inquilinos y extranjeros» (Levítico, 25, 23).
Los males políticos contra los que se levanta toda la Ley del Éxodo, del Levítico, del Deuteronomio recorren y alimentan la historia hasta nuestros días. Adoptan formas diferentes, pero siempre injertadas en estructuras sociales como el abuso, la colonización, el capitalismo: conquistas y acaparamientos de tierras y recursos naturales por parte de comunidades, Estados, naciones invasoras y ocupantes, especulaciones financieras; relaciones opresivas que humillan y explotan o tienden a expulsar y eliminar de sus territorios a poblaciones enteras; nacionalismos que identifican a los emigrantes o incluso a los indígenas, los autóctonos, como usurpadores a los que hay que expulsar o como la causa de todos los males.
Todas las relaciones de opresión en las que el interés, la apropiación y el disfrute de unos se buscan y se consiguen con desprecio por la dignidad de los demás, constituyen el mal, donde irónicamente ¿y absurdamente?, se encuentran y se llevan a la ruina, conjuntamente, oprimidos y opresores, palestinos y judíos.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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