lunes, 30 de junio de 2025

Nueva inculturación del Evangelio o, lo que es lo mismo, partir de la vida.

Nueva inculturación del Evangelio o, lo que es lo mismo, partir de la vida

Tengo la fuerte impresión de que la Iglesia (sobre todo la institución, pero no solo) parece hoy cada vez más alejada de las cuestiones cotidianas, urgentes y vitales de la gente. Los grandes temas en los que se centran nuestras luchas en estos años no se perciben como urgentes, cercanos y capaces de mover las grandes pasiones de la vida. 

No quiero negar que las uniones homosexuales, el final de la vida, la fecundación asistida, …, sean asuntos graves, o que estén lejos del Evangelio, o que sean irrelevantes para la vida de las personas y para la calidad de nuestro presente y nuestro futuro. Solo quiero decir que no son cuestiones que nos sitúan en el centro de la vida cotidiana de la gente, que despiertan el entusiasmo, que responden a las grandes preguntas de la vida cotidiana. 

Hasta hace unos decenios (un mundo que nunca he lamentado, que quede claro), con sus luces y sus sombras, la Iglesia estaba, sin embargo, presente en la cotidianidad de la vida, ponía su presencia en el corazón de los deseos y las pasiones ordinarias: pensemos en el gran tema de la fiesta, que hasta hace poco estaba marcado y lleno de sentido por la Iglesia, pero también en los ritos de paso de la vida, la eternidad, el acompañamiento en el duelo, temas que estaban ligados a las grandes preguntas premodernas. 

Hoy en día, muchas de estas preguntas (no todas) han cambiado radicalmente, pero si no somos capaces de descifrarlas, interceptarlas y tratar de entrar en ellas para «habitarlas», la creciente marginalidad será solo un efecto de algo mucho más profundo y radical. Estas preguntas ordinarias y cotidianas tienen hoy sin duda que ver con la vida económica, la política, las ciudades, la multiculturalidad y mucho más. 

La nueva evangelización requiere una operación preliminar de nueva inculturación, en una posmodernidad que es un hecho cultural completamente nuevo. 

Los instrumentos para esta nueva inculturación no pueden ser principalmente encíclicas y documentos, libros u homilías: los instrumentos deben inventarse con creatividad y valentía profética. 

Esta nueva inculturación remite a la otra gran cuestión del lenguaje y del código simbólico que utiliza la Iglesia. 

Nuestros lenguajes y nuestros símbolos ya no son capaces de pronunciar mensajes: se está perdiendo gran parte de la semántica evangélica y sapiencial, precisamente porque no somos suficientemente capaces de dar un nuevo significado a esas verdades con signos y palabras que puedan ser comprendidos. 

Por ejemplo, cuando hoy una persona culta (cristiana o no) lee un número de una revista de teología, ya no siente (salvo en muy raras ocasiones) que en esas páginas se está hablando también de su vida, de sus problemas cotidianos y de los de la gente de su tiempo, de las grandes cuestiones de su vida y de la de los demás; y no porque en esas páginas de teología no estén presentes esas cuestiones, sino porque la sintaxis y la semántica de esos discursos pertenecen a un universo simbólico y cultural que hoy en día está demasiado lejos, y se siente demasiado lejos, de la vida cotidiana. 

La teología, en cambio, ha conocido épocas (no todas, pero sí algunas) en las que las quaestiones disputatae en las scholae y en los studia eran percibidas como urgentes y relevantes incluso por los comerciantes, banqueros y políticos de la época. 

Y creo que esta urgente operación de nueva inculturación, y su nueva mediación lingüística y simbólica, podrá llevarse a cabo con éxito si, como cristianos, nos tomamos más en serio la modernidad y la posmodernidad. 

Como es bien sabido, muchos (casi todos) los principios y logros de los últimos siglos en Occidente (la igualdad, la libertad, la fraternidad entre iguales y libres, los derechos individuales, etc.) son también, aunque no en su totalidad, fruto de la maduración de la semilla del cristianismo en el terreno de Europa, incluso aquellas expresiones que la Iglesia a menudo combate porque no reconoce como propias. 

Se trata de recoger las semillas de verdad que están madurando o que han madurado fuera de la Iglesia (los derechos de la mujer, la ética ambiental, los derechos de los animales, etc.), y que son un auténtico don también para la Iglesia, para que pueda comprender más profundamente su propia función y misión y encontrar hoy su nuevo lenguaje. 

Existe, de hecho, un magisterio laico que, sobre todo en nuestra época, tiene muchas cosas importantes que decir, también y de manera especial a nosotros, los cristianos: pienso en quienes hoy nos están revelando dimensiones nuevas y ocultas de la pobreza, de los derechos y de otras cuestiones que son esenciales para la propia Iglesia. 

En sus fases más luminosas (y no menos complejas, e incluso hasta difíciles, que la actual), como en los primeros siglos apostólicos y de los Padres, o durante la gran Escolástica, la Iglesia incluyó en sus síntesis elementos de verdad procedentes del mundo griego, romano, árabe, …. Fue verdaderamente Iglesia porque era más grande que la iglesia. 

Y creo que hoy nos espera un reto similar, no menos exigente, pero que no puede posponerse mucho más tiempo. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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