lunes, 30 de junio de 2025

La oración: un acto de fe.

La oración: un acto de fe 

Esta palabra constituye, junto con el ayuno, la limosna y la peregrinación, la tarea operativa más predicada para el jubileo, el «qué hay que hacer». 

Oración es una palabra emparentada con «precariedad». En efecto, en su origen indicaba la condición de quien siente el riesgo de que algo esencial en su vida no esté garantizado y, por eso, se dirige a Dios para pedirle ayuda. 

Este significado acaba sustentando la idea de que en la oración intentamos doblegar la voluntad de Dios a nuestras necesidades, deseos (a veces incluso caprichos). Esta forma de pensar está muy presente en la vida de muchos fieles cristianos, que acaban confirmando o no su fe en función de si Dios se deja «doblegar» o no a sus peticiones. 

En realidad, la forma cristiana de rezar, que nos viene directamente del Evangelio, es otra. «Cuando recéis, no malgastéis palabras como los paganos, que creen que por su palabrería serán escuchados. No seáis, pues, como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de que se lo pidáis» (Mt 6,7-8). 

La oración cristiana no sirve para «arrebatar» a Dios una atención benevolente hacia nosotros, porque Él ya sabe lo que realmente necesitamos y ya nos lo está ofreciendo. No está distraído, no hay que «convencerlo» de un acto de clemencia. 

La oración cristiana no sirve para cambiar el corazón de Dios hacia nosotros, sino para cambiar nuestro corazón hacia Él: «No os inquietéis por nada, sino que en todo, mediante la oración y la súplica, con acción de gracias, presentad vuestras peticiones a Dios (...). Y la paz de Dios, que supera todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Fil 4,6-7). 

Por el simple hecho de ponernos en contacto con Él, su paz nos «guarda», es decir, cambia nuestra forma de ver el motivo por el que rezamos. 

Esto se debe a que la oración cristiana es el aliento de la relación con Dios, la comunicación activa y constante con Él, derivada del hecho de que nuestro corazón ha sido capturado por Él. Por lo tanto, es una dinámica contraria a quienes piensan que Dios debe dejarse capturar por nuestras necesidades. De hecho, la oración cristiana primaria no es la petición, sino el simple estar en su presencia, sintiendo su amor, sin decir nada y sin hacer nada. 

Dentro de esta actitud fundamental cobran sentido las cinco formas de la oración cristiana: la alabanza, la acción de gracias, la petición, la intercesión y el arrepentimiento. 

Si hemos experimentado realmente estar en su presencia, sintiendo su amor, la alabanza surge espontáneamente, como cuando estamos enamorados de una persona y nos sentimos impulsados a mostrarle cuánto amor sentimos por ella, y así darle las gracias se convierte en la consecuencia natural. 

Si hemos experimentado realmente estar en su presencia, percibiendo su amor, la petición, para nosotros mismos o para otros (intercesión), también se vuelve espontánea, pero sin sentir la necesidad de una respuesta positiva, so pena de romper la relación. 

Si hemos experimentado realmente estar en su presencia, percibiendo su amor, el arrepentimiento se convierte en una necesidad irrefrenable de pedir perdón por no haber estado a la altura de su amor infinito, pero con la certeza en el corazón de que seremos perdonados. 

Si, por el contrario, no hemos tenido esta experiencia, la oración se convierte realmente en un intento de «apaciguar» a Dios. Y así, los ritos, incluso los comunitarios, de la oración corren el riesgo de ser vividos como «los paganos» del Evangelio, que «creen que son escuchados a fuerza de palabras». En sí mismo, rezar cinco rosarios en lugar de uno solo, o tres Ave Marías en lugar de un simple saludo a Ella, no cambia en nada ni nuestro corazón ni el de Dios. 

Porque orar no es un acto mágico, sino un acto de fe: tiene eficacia para nosotros si creemos que Dios nos ama de verdad, habiéndolo experimentado. Por lo tanto, no sirve de nada aumentar el número de oraciones, sino entrar en contacto con nosotros mismos con la percepción de su amor. Y esto no pasa necesariamente por recitar fórmulas de oración.

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

 

 

 

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