Panis Angelicus - César Franck -
«Te cantaré un cántico nuevo, oh Dios; te tocaré con un arpa de diez cuerdas...» Salmo 144,9.
En honor a la Fiesta del Corpus Christi, el Papa Urbano IV pidió a Tomás de Aquino que escribiera himnos en alabanza a la Sagrada Eucaristía. El Doctor Angélico compuso varios, entre ellos el famoso Sacris Solemniis.
Siglos más tarde, el compositor belga César Franck tomó las palabras de este himno y compuso originariamente una melodía extraordinaria para ellas para voz, arpa, violoncelo, y órgano. Solamente después la introdujo en su Misa a tres voces op. 12 datada en 1872. Tomada de la última sección del texto tomista (en concreto las dos últimas estrofas de las siete estrofas que componen el Sacris Solemniis), el Panis Angelicus de César Franck -que es el Ofertorio de la mencionada Misa a tres voces op. 12- se ha convertido en una de las piezas de música religiosa más interpretadas.
Su Panis Angelicus destaca por su belleza espiritual y por su capacidad de encarnar la universalidad del sentimiento religioso a través del arte en general y de la música en particular. La sencillez melódica, unida a la profundidad armónica, crea una atmósfera de suspensión mística, tocando las fibras universales de la fe y la espiritualidad. La melodía, dulce y solemne, refleja ciertamente el romanticismo de la época, al tiempo que mantiene una linealidad que trasciende las fronteras temporales.
Te propongo un primer ejercicio de audición. He escogido esta versión porque me ha parecido simplemente bella en su sencillez escueta y sin alardes: https://www.youtube.com/watch?v=kKUU7zJpP5M
En esta melodía hay un gran contraste, incluso ambivalencia, en cuanto a la emoción que se quiere evocar. Por un lado, la canción tiene un carácter muy solemne. Es como si se estuviera llorando la muerte de un ser querido. Por otro lado, hay una sensación de confianza y convicción. La música infunde al oyente esperanza y un sentimiento de triunfo final. Esta esperanza se hace explícita especialmente cuando el coro entra haciendo eco al vocalista principal en la segunda mitad del himno.
Pero ¿por qué este contraste? ¿Es esta pieza musical un canto fúnebre o un himno, una elegía o una exaltación? La respuesta es: ambas cosas. Como himno eucarístico, su música incorpora la rica teología del sacrificio de la Misa. Aquí vemos la gran paradoja de la cruz. En la humillación de Jesucristo se encuentra su gloria; con su muerte ignominiosa surge una nueva vida para nosotros; de su aparente derrota se deriva una victoria segura.
Esto es lo que hace que este himno sea tan fascinante y cautivador. Captura la paradoja del Calvario. César Franck es capaz de entrelazar y fusionar a la perfección el «Siervo Sufriente» de Isaías (Is 53) con el relato joánico del Gólgota (Jn 19).
La rica profundidad de la música se adapta muy bien a
un texto tan bello. A continuación, por si no se conoce, se presenta el texto
original en latín con su traducción al castellano:
1.- Panis angelicus fit panis hominum; dat panis
coelicus figuris terminum: O res mirabilis! manducat Dominum pauper, servus, et
humilis.
Te
trina deitas unaque poscimus: sic nos tu visita, sicut te colimus; per tuas
semitas duc nos quo tendimus, ad lucem quam inhabitas. Amen.
2.- Y el pan de los ángeles llega a ser el pan del hombre desterrado sobre la Tierra. Este pan celestial pone término a las figuras de la antigua ley. Oh maravilla. Vemos al débil, al pobre y al esclavo alimentarse del Señor.
Dios único Trinidad divina, te adoramos: dígnate visitarnos. Condúcenos por tus santas vías al objeto donde se dirigen nuestros deseos, a esa eterna luz que habita en los cielos. Amén.
La primera estrofa se centra en la Eucaristía, por lo que suele cantarse durante la celebración de este sacramento, bien en el Ofertorio, bien en la Comunión. Se alude a la doctrina de la Presencia Real tanto implícita como explícitamente: cuando se dirige la contemplación al pan mismo como objeto de adoración y veneración; o cuando se alude a Manducat Dominum (literalmente, «masticar al Señor»; Tomás de Aquino utiliza manducare, «masticar», que es un término mucho más gráfico que el común edere, «comer»).
La segunda estrofa cambia su enfoque de Cristo y la Eucaristía aquí en la tierra a la Trinidad y la morada en el cielo. Este orden, con la Encarnación como bisagra hacia el cielo, es muy rico en la tradición cristiana y especialmente prominente en el Evangelio de Juan. Porque Jesús dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí» (Jn 14, 6); y de nuevo: «Yo soy la puerta» (Jn 10, 9).
En la Eucaristía, Jesús es el Pan que ha bajado del cielo (Jn 6, 41), es decir, el cumplimiento tipológico del maná (cf. Ex 16), así como la escalera de Jacob (cf. Gn 28) por la que suben y bajan los ángeles: «En verdad os digo que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre» (Jn 1, 51).
A través de la carne humana Jesús, y solo a través de este Hijo de Dios encarnado, entramos en la bienaventuranza eterna del Reino. Esta entrada, además, se concreta en la Eucaristía, donde nos unimos a Aquel que está sentado en la derecha del Padre. En resumen, la comida eucarística en la tierra es un anticipo del banquete bienaventurado del cielo.
La disposición de este canto es la razón por la que, en mi opinión, destaca por encima de todos los demás himnos. Durante la primera mitad del himno, la música suele ser interpretada por un solista. Aquí, hay una gran melancolía en la estrofa, que se centra más en las imágenes solemnes de la muerte de Cristo. Sin embargo, en la segunda parte, un coro se suele unir al solista con un eco triunfal de las palabras. Además de emplear un contraste temático entre el dolor y la alegría, hay otras dos razones por las que esto es conmovedor, una espacial y otra temporal.
En primer lugar, la Eucaristía es más de lo que se ve a simple vista. Si pudiéramos ver con los ojos del alma y no con los de la carne, Jesucristo es Aquel que está sentado a la derecha del Padre en majestad, acompañado por María, su Madre, y rodeado por patriarcas, profetas, evangelistas, mártires, confesores, vírgenes y toda una hueste celestial. La verdad de esta realidad es una cuestión de fe y quizá solo se pueda alcanzar en un nivel espiritual profundo tras mucho silencio, oración y reflexión.
La Eucaristía, en este sentido, es similar a la naturaleza humana del Hijo de Dios en los Evangelios. Él parecía un simple hombre y, sin embargo, en el Monte Tabor, Pedro, Santiago y Juan quedaron sobrecogidos por su luminosidad cuando se presentó en gloria con Moisés y Elías, mientras el Padre, por medio del Espíritu, hablaba de su grandeza (cf. Mt 17; Mc 9; Lc 9). De manera similar, la primera parte del canto es como la humanidad de Jesús o la hostia consagrada, que permanece sola ocultando la gloria de Jesús. Sin embargo, la atención paciente a estos misterios —así como al himno— revela una realidad más profunda, la de la comunión, la armonía y la felicidad eterna.
El segundo punto por considerar se basa en la anamnesis experimentada en la liturgia. Tanto Pedro como Pablo dan testimonio de la singularidad temporal del sacrificio de Jesús:
1.- «Cristo
también padeció por los pecados una vez por todas» (1 Pe 3, 18);
2.- «La muerte que murió, la murió al pecado, una vez por todas» (Rom 6, 10).
La muerte de Jesucristo es un acontecimiento histórico que ocurrió una vez por todas. Y, sin embargo, aunque ha pasado ya en el tiempo, está siempre presente en el misterio de la Eucaristía, donde esta «ofrenda pura» que tuvo lugar en el tiempo se renueva y se celebra ahora «en todo lugar» (cf. Mal 1, 11).
De la misma manera, la primera parte de este canto se asemeja al acontecimiento único e histórico de la muerte de Jesús. Sin embargo, al igual que las voces de la segunda parte se hacen eco con alegría festiva de las de la primera, el sacrificio de Jesús resuena en el tiempo de la historia y del mundo cada vez que se celebra la Liturgia de la Eucaristía. Por eso, podemos declarar con el salmista:
«Cantad al Señor un cántico nuevo; cantad al Señor, toda la tierra. Cantad al Señor, bendecid su nombre; anunciad de día en día su salvación» (Sal 96, 1-2).
Si te parece, puedes volver a escuchar esta música que es toda una confesión de fe en el misterio de la Eucaristía: https://www.youtube.com/watch?v=kKUU7zJpP5M
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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