miércoles, 4 de junio de 2025

Pentecostés, inicia la aventura de la fe.

Pentecostés, inicia la aventura de la fe

El Espíritu desciende sobre los corazones de los Apóstoles y las mujeres cincuenta días después de la Pascua, el día en que los judíos celebraban el don de la Ley, por parte de Dios, a su pueblo en el Monte Sinaí: el Pentecostés cristiano es el comienzo de la nueva ley basada en el amor. 

La imagen del fuego que se divide en muchas llamas para llegar a cada miembro de la comunidad no debe tomarse literalmente, aunque haya inspirado siglos de producción artística: es funcional al deseo de Lucas de representar esta unidad: un solo fuego, cuyo calor alcanza y envuelve a cada uno... 

El Espíritu viene para todos, une en la verdad. Esa verdad tan profunda que es difícil de aceptar, tanto que Jesús se preocupa de que los Apóstoles no puedan soportar su peso. Cuando dice estas palabras —«muchas cosas tengo que deciros, pero ahora no las podéis soportar»—, sabe que se acerca el momento de la muerte en la cruz y, por tanto, el miedo y la confusión para los Apóstoles, y quiere asegurarles una vez más: no estaréis solos, vendrá el Espíritu e iluminará vuestro futuro. 

Jesús nos ama con nuestras limitaciones; el Espíritu nos ayudará a superarlas, poco a poco, respetándonos y guiándonos «a toda la verdad» y «nos anunciará las cosas futuras». En el fondo, el don de la Sabiduría es este: no es saberlo todo, sino emprender el camino que, poco a poco, gradualmente, nos llevará a comprender un poco más y a mirar un poco más lejos. 

Podríamos decir que la promesa de la venida del Espíritu es tranquilizadora, pero hasta cierto punto: el Espíritu no se ve, sopla donde quiere, para reconocerlo se necesita discernimiento, personal y comunitario. 

Ciertamente, abre nuevos caminos, rompe los esquemas. Jesús no dejó recetas fáciles: haced esto, aquello y lo otro... No dejó doctrinas para aprender de memoria. Dijo que el mandamiento más importante es el amor, y dejó como testamento que cada uno encontrara su propia manera de vivirlo y cultivarlo para que diera frutos, reinterpretándolo día tras día. 

Y ahora deja a los Apóstoles y a las mujeres en manos del Espíritu, aquel que se sitúa fuera de todo esquema y camino ya trazado. Quien decide seguirlo debe estar realmente muy disponible. A cambio, se encontrará más libre: libre de esquemas rígidos, de la monotonía, de inercia, incluso de sí mismos y de la esclavitud a sus propios límites. 

El Espíritu transforma al grupo cerrado y asustado de los Apóstoles en una Iglesia misionera, formada por testigos. Hermanos sí, pero en salida. Porque ahí fuera el mundo sigue siendo masacrado por guerras y conflictos, produciendo injusticia y pobreza, arruinando la naturaleza y las criaturas. Y por eso necesita la luz que pueden aportar aquellos que han acogido en su interior al Espíritu. 

Porque, no lo olvidemos, el Espíritu ha venido para todos y para cada uno, y a cada uno le queda la libertad de acogerlo y escucharlo y, por tanto, de aceptar la aventura, o de rechazarlo para permanecer en su territorio conocido y aparentemente tranquilizador. 

La Iglesia que comenzó su camino con la Ascensión y Pentecostés:


es una Iglesia de amigos y de hermanos (no de títulos de eminencias, monseñores, padres, …), en la que las diversidades se armonizan en una única fraternidad;

 

es una Iglesia de creatividad, porque no sigue recetas, sino que deja imaginar y soñar, mover y actuar, al latido del Espíritu;

 

es una Iglesia en salida, porque el Espíritu invita, llama, provoca a la salida y pone en camino;

 

es una Iglesia sinodal. 

Pentecostés no ocurrió una vez para siempre. Más que un acontecimiento, es una manera de ser, es un proceso que nunca ha dejado de existir, para todos y para cada uno, para la comunidad y para la persona individual. 

Al igual que los Apóstoles entonces, también nosotros hoy estamos llamados a elegir si confiamos en el Espíritu y lo seguimos, o si permanecemos encerrados en la autorreferencialidad de nuestros cenáculos.

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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