miércoles, 4 de junio de 2025

Pentecostés, un espíritu inspirador.

Pentecostés, un espíritu inspirador

En la costumbre un poco repetitiva que tenemos con la liturgia, donde los tiempos «fuertes» son el Adviento y la Cuaresma porque las fiestas más importantes son la Navidad y la Pascua, nos olvidamos (culpablemente o no, no se sabe...) de acoger el tiempo de Pascua como una gracia y un don. 

El camino hacia Pentecostés es fagocitado por las celebraciones de los sacramentos de primeras comuniones, por el mes mariano de mayo, por el verano que se avecina y ya se prevé en estos calores y bochornos de primavera, por el cierre del curso académico y por la provisión de las actividades del verano y de las vacaciones estivales … 

Pentecostés se avecina, llegando casi de puntillas, sin ser advertido, como un acontecimiento casi sin contenido, relegando al Espíritu Santo («que es Señor y da la vida», decimos en el Credo) al limbo de las imágenes sin identidad (y de las fiestas sin un dulce típico). ¿Para qué «sirve» entonces el Espíritu Santo, al que nos cuesta dar rostro y sustancia? 

En una novela que me emocionó hace unos años, escrita por William Paul Young y titulada «La cabaña», la Santísima Trinidad se muestra al protagonista en forma de una matrona negra corpulenta que prepara tarta de manzana y dispensa sabiduría en su cocina (el Padre), de una especie de vaquero joven y apuesto que parece trabajar en una granja (el Hijo) y de una joven amable y un poco misteriosa que se dedica a cuidar los jardines con sabiduría y paciencia (el Espíritu). 

Esta imagen del Espíritu me reconforta mucho, porque me ayuda a reconocer que el Dios de Jesús no es la enésima divinidad que, tras algunos efectos especiales, nos deja con el problema de la obediencia moral, entregándonos, en el mejor de los casos, al sentimiento de culpa por nuestra incapacidad de hacer el bien y convirtiendo el Evangelio en un manual de moral para no equivocarnos. 

El Dios de Jesús nos ha revelado precisamente en Él que en el centro de todo está el amor. No entendido como un ejercicio de destreza, sino como la realidad que mantiene unido todo. 

No es posible separar el amor de Dios y el amor al prójimo, como afirma 1 Jn 4,19-21: «Nosotros amamos porque él nos amó primero. Si alguien dice: «Amo a Dios», y odia a su hermano, es un mentiroso. Porque quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y este es el mandamiento que hemos recibido de él: que quien ama a Dios, ame también a su hermano». 

La novedad, lo nunca visto ni imaginado, reside en el hecho de que el amor de Dios se ha revelado en Jesús de una forma y en una medida extraordinaria y sublime, luminosa y consoladora. Pero sin duda sorprendente y «desconcertante». 

¿Para qué «sirve» el Espíritu Santo? Para mantenernos en el amor que Jesús nos ha dado sin medida. 

Y, por lo tanto, este es el único mandamiento al que debemos someter nuestra libertad: ser asimilados a su amor por medio del Espíritu, aprendiendo día tras día a donarnos a nosotros mismos sin la medida del sentido común, del miedo, del cálculo, de la respuesta humana, aunque sea lícita. 

Si la medida del amor sigue siendo el propio «yo», pronto se derrumba. Si la medida del amor es la entrega de Jesús hasta el extremo (εἰς τέλος), entonces se podrá comprender verdaderamente cuál es el bien que el otro me está pidiendo. 

El Espíritu enseña un estilo, ofrece aliento, es memoria creativa de la historia humana de Jesús. En Él, el estilo de amor de los discípulos de Jesús será fácilmente reconocible por todos: precisamente por eso, la comunidad de los discípulos puede convertirse en fermento de un proyecto de humanidad renovada por el Espíritu, que realiza la voluntad del Padre en este mundo, en esta época histórica, en este contexto humano. 

A pesar de toda apariencia de «volatilidad», el Espíritu cultiva con pasión la tierra del corazón y de la mente de quienes intuyen una medida diferente de su propia humanidad, de quienes la reconocen visible en el rostro de Jesús, de quienes se ponen en el camino que ya muchos hombres y mujeres han recorrido imperfectamente, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Y con toda la alegría que solo Él sabe sacar de nosotros. 

La verdad sobre nosotros mismos es que estamos hechos para amar

y necesitamos ser amados.

La verdad sobre Dios es que Dios es amor,

un amor misterioso y exigente, pero a la vez muy tierno.

Este amor con el que Dios nos envuelve es la clave de nuestra vida,

el secreto de todas nuestras acciones.

Estamos llamados a actuar por amor,

a gastar gustosamente nuestra vida por nuestros hermanos y hermanas,

y a dejar que explote nuestra creatividad

y a ejercer nuestra inteligencia al servicio de los demás. 

Al imaginar el Espíritu Santo podemos visualizar una púa. Ese pequeño instrumento en forma de triángulo que, sostenido entre los dedos, sirve para pulsar las cuerdas de una guitarra y hacerlas sonar. 

No encuentro una imagen más bella para describir lo que la tercera persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo, obra en nosotros. Él es como una púa divina que toca y hace vibrar las cuerdas de nuestro corazón para extraer las armonías más bellas, y lo hace con extrema dulzura y delicadeza.


Es Él quien nos hace sentir el deseo y la profunda nostalgia de Dios.

 

Es Él quien reza en nosotros «con gemidos inexpresables, porque ni siquiera sabemos qué es conveniente pedir».

 

Es Él quien nos guía a la Verdad plena.

 

Es Él quien nos recuerda las palabras de Jesús.

 

Es Él quien nos mueve desde dentro hacia el bien, el amor, la caridad perfecta.

 

Es Él quien nos sugiere las palabras que debemos decir, si lo invocamos con confianza.

 

Es Él quien nos hace tomar conciencia del pecado y nos mueve al arrepentimiento.

 

Es Él quien nos hace testigos de Cristo, incluso en medio de las tribulaciones y persecuciones.

 

Es Él quien nos hace insatisfechos con la mediocridad y nos estimula a alcanzar las cimas más altas de la santidad evangélica. 

Como un guitarrista experto, Dios toca con ligereza y maestría las cuerdas de nuestro corazón, a través de su púa divina, el Espíritu Santo, para que de nuestra vida brote un maravilloso canto de alabanza, amor y alegría. 

Para que el sonido de un instrumento sea agradable, es necesario que las cuerdas estén bien afinadas. Del mismo modo, es necesario que los sentimientos de nuestro corazón estén en sintonía con los de Dios. 

Además, para que la pieza se interprete bien y a tiempo, todo maestro de música que se precie recomienda el uso del metrónomo. El metrónomo es ese instrumento que, al producir un impulso constante, ayuda a los músicos a tocar a tiempo y a mantener un ritmo constante en la interpretación de una pieza. 

Así como es importante seguir el tiempo en la música, también lo es captar inmediatamente las santas inspiraciones y corresponderlas. Porque si dejamos escapar una inspiración, perdemos esa oportunidad para siempre; quizá haya otras, pero aquella inspiración nunca volverá. Sin embargo, hay que aprender a reconocer y discernir si las inspiraciones provienen de Dios o no. Si es Dios quien las suscita, traen paz y no inquietud. 

Pero paz no es sinónimo de vida tranquila. Al igual que el viento impetuoso que entra en una habitación donde hay un escritorio lleno de hojas y las hace volar por todas partes, así a veces el viento del Espíritu trastoca nuestros planes, nos incomoda y preferimos fingir que no sentimos ciertas inspiraciones para permanecer tranquilos. Tranquilos sí, pero ¿también felices? 

No entristezcamos al Espíritu Santo, sino invoquémoslo a menudo para que nos ilumine y, sobre todo, para que llene nuestro corazón de su amor. 

Como un maestro experto sabe reconocer y reproducir el ritmo de una pieza musical, afinemos nuestro oído interior para aprender a reconocer las visitas del Espíritu Santo, sus acentos y sus pausas: sus movimientos interiores. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

No hay comentarios:

Publicar un comentario

María, Virgen y Madre de la espera.

María, Virgen y Madre de la espera   Si buscamos un motivo ejemplar que pueda inspirar nuestros pasos y dar agilidad al ritmo de nuestro cam...