Pentecostés, lo importante es caminar
Hay una frase que cierra el pasaje de la carta de San Pablo a los Gálatas que se ofrece en Pentecostés y que me llama la atención: «Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu».
Ese caminar resuena como un eco, porque indica un estilo: el Espíritu no es estancamiento, no es inercia, sino una invitación constante al camino.
El movimiento, el dar un paso tras otro, como gran metáfora de la vida: el Espíritu llama, insta, empuja continuamente a caminar, como consecuencia de vivir en él, como consecuencia de escucharlo.
No acogemos al Espíritu para enterrarnos, sino para jugar la vida en el camino, hasta la «verdad completa», como nos promete el Evangelio de San Juan. No es un camino vacío, sino hacia una verdad plena, que es la revelación del Padre en el Hijo.
La fe es dinámica, es crecimiento, de lo contrario es solo un talento enterrado, al que no somos capaces de dar fuerza de conversión. Una fe que no cambia es un fósil incapaz de hablar a la vida.
En el camino, estamos llamados a acercarnos a los demás: somos diferentes, incluso entre hermanos y hermanas en la fe, incluso entre hombres y mujeres que tratan de vivir el seguimiento de Jesús: lo sabemos, lo vemos, lo experimentamos cada día.
Diferentes visiones, diferentes sensibilidades, diferentes atenciones, muchas formas de rezar, hasta diferentes formas de vivir el cristianismo.
De verdad, creo que la fiesta de Pentecostés nos recuerda que no debemos temer la diversidad, sino acogerla, integrarla, sin ignorarla, esforzándonos por reconocerla, confiando en que también la diversidad es fruto del Espíritu: ¿no es este, en el fondo, uno de los mensajes del relato de Pentecostés que se encuentra en los Hechos de los Apóstoles?
Hombres de diversas nacionalidades y lenguas, de muchas historias y caminos, escuchan la voz del Espíritu reservada solo para ellos: hay una palabra para cada uno de nosotros, y solo para nosotros.
Quizás deberíamos tener más respeto por la palabra que se nos reserva, haciéndonos capaces de custodiarla, pero también deberíamos tener más respeto por la palabra dada a los demás: diferente de la nuestra, respuesta a vidas no uniformes, pero en cualquier caso don del mismo Espíritu.
Hay un hermoso y sencillo poema del gran Antonio
Machado (1975-1939), extraído de Campos de Castilla
(1912), que se construye precisamente en torno a este núcleo:
Discutiendo
están dos mozos
si a la fiesta del lugar
irán por la carretera
o campo atraviesa irán.
Discutiendo y disputando
empiezan a pelear.
Ya con las trancas de pino
furiosos golpes se dan;
ya se tiran de las barbas,
que se las quieren pelar.
Ha pasado un carretero,
que va cantando un cantar:
«Romero, para ir a Roma,
lo que importa es caminar;
a Roma por todas partes,
por todas partes se va».
No pocas veces, los cristianos somos como esos dos jóvenes que luchan y se enfrentan porque creen saber cuál es el mejor camino para llegar a la fiesta: diatribas, enfrentamientos, hasta llegar a los insultos (pensemos en cómo las redes sociales se han convertido en un campo de batalla verbal y de polarizaciones simplificadas).
Diferente es un diálogo respetuoso, que reconoce las razones del otro, aunque no las comparta. Que también sabe expresar un desacuerdo, pero sin descalificar.
Cada uno —nos recuerda el carretero— no debe olvidar que no importa qué camino tomemos: «lo importante es caminar»; esto es válido, en lugar de quedarse quieto resistiendo y queriendo convencer al otro.
La mirada debe estar puesta en la meta, en llegar a Roma... por los numerosos caminos de la fe, tan numerosos como las vidas que componen la humanidad... porque, como decía San Pablo, «hay diversidad de carismas, pero uno solo es el Espíritu» (1 Cor 12, 4).
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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