miércoles, 4 de junio de 2025

Trinidad, fe en movimiento.

Trinidad, fe en movimiento 

Al acercarnos al misterio inagotable de la Trinidad, que recordamos este Domingo, deberíamos entrar en la tensión que la Palabra pone de relieve, es decir, la que existe entre la búsqueda y la revelación. 

Es en la búsqueda constante del rostro de Dios donde se demuestra la vitalidad y el arraigo de una fe: de hecho, si toda relación humana cambia con el tiempo, por múltiples factores, lo mismo ocurre con la fe, si está anclada en la vida y en su fuerza. 

Por eso, el Evangelio subraya que el discípulo no puede poseer todo al principio, porque la capacidad de quien sigue a Jesús es siempre perfectible, mejorable, esencialmente humana (y falible). 

La «verdad completa» es solo don del Espíritu, que da, concede, revela en el momento oportuno, en un camino de adhesión progresiva. Quien se cree llegado, quien cree haber agotado el misterio de Dios (una contradicción en términos), no está en la dinámica evangélica. 

Este fue el mismo camino de los Doce, con resultados diferentes, desde su llamada hasta la Pasión, desde la Resurrección hasta la misión y hasta el fin de sus días. ¿Acaso no será lo mismo para nosotros? 

La confirmación de este «movimiento» de la fe —y de la vida— se encuentra en lo que podemos intuir de la Trinidad, donde el círculo de amor entre las tres personas divinas es lo contrario de la fijeza, ya que el amor dado-recibido es siempre movimiento, en una danza eterna de don y acogida, de salida y entrada y, finalmente, de revelación hacia la humanidad. 

Por eso, cada vez que pretendemos circunscribir a Dios, atribuirle con certeza fronteras y límites, deberíamos sentir una señal de alarma: el Dios revelado por Jesús de Nazaret no puede ser limitado. Él está siempre más allá, es siempre más, y nos empuja a ir siempre más allá. 

Del mismo modo, deberíamos sentir preocupación cuando nuestra vida de fe se repite siempre igual en el tiempo, en los estados de vida, en las diferentes situaciones que vivimos: es señal de que nuestro camino ya no es un camino, sino una parada. Es señal de que nuestra conversión, que nunca termina, ha sido dejada de lado. 

Una sana inquietud que nos estimula al bien, a la búsqueda, a la humildad es un don de la gracia. Ante la Trinidad, nos hará bien preguntarnos qué amor tenemos y, sobre todo, qué fe tenemos: ¿está en humilde movimiento o está firme, fija, demasiado segura de sí misma? 

El agua, si está estancada, no es buena para beber; la bicicleta, para andar, tiene que moverse... Es precioso el verbo «jugar» que se atribuye a la Sabiduría de Dios: «jugaba delante de él en todo momento, jugaba sobre el globo terráqueo»: nuestro Dios es un Dios que juega, moviéndose hacia nosotros y entre sus tres personas... Un Dios que sabe jugar es el que nos revela la Escritura. 

El amor, lo sabemos, requiere la paciencia del camino, como la fe: «Esperar con profunda humildad y paciencia la hora del nacimiento de una nueva claridad», escribía Rainer Maria Rilke en Cartas a un joven poeta. 

Es también, en síntesis extrema, una buena descripción del seguimiento cristiano. Que es también un «hermoso juego». 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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