Trinidad, la parábola de la amistad
Al principio no hay triste soledad, sino una relación íntima. Padre, Hijo, Espíritu: un Dios que danza. La Sabiduría juega entre los hijos del hombre (Pr 8,30).
Al principio, Dios crea, separa no para
dividir, se retira no para cerrarse, sino para hacer espacio. Amar es esto: no
invadir, sino generar. No retener, sino dar a luz.
Dios es la Única Danza del Padre que da, del Hijo que recibe, del Espíritu que nos une en sí mismo. Al principio no había lo mío ni lo tuyo, sino el aliento del nosotros. «Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza». Somos tri_unidad: cuerpo, alma, espíritu. Única relación. Única danza. Nos hacemos uno en la danza de los demás. Nadie es una isla. Nadie basta a sí mismo.
Estamos hechos para abrazar, no para poseer. Para ser amados y capaces de amar. Todos somos hijos únicos, singulares, deseados, no clonados. Generados, no prefabricados. Hemos venido al mundo para no estar solos. Uno por uno por uno. Tres en uno. Así amarás: al Señor tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo. Tres latidos de un solo corazón. Una sola paz que respira en muchos.
No estás equivocado si te sientes dividido. El cuerpo, el alma y el espíritu a veces hablan idiomas diferentes. No estamos hechos pedazos. Incluso cuando estamos y nos sentimos en conflicto con nosotros mismos. Extraños incluso para quienes están a nuestro lado. El Espíritu, viento silencioso, reúne los miembros, cose la carne herida, recuerda toda la verdad (Jn 16,13).
Amar es un camino. El Espíritu viene, no para juzgar y condenar, sino para sanar, curar, salvar al ser humano en todos sus vínculos. «El Espíritu os guiará a la verdad completa». No es una verdad abstracta. Es aquel que se acerca, te toma de la mano. Es una verdad que cose, reconcilia, unifica. Te lleva de vuelta a casa.
Cuando se es dos, se necesita un tercero». Todo amor, en la dualidad, se cierra. Entra en cortocircuito. El tercero abre, no rompe, genera. No es un espejo, es fuente, curso y desembocadura. «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo». Jesús no dice: «Como yo os he amado, así amaos vosotros». Dice: «Amaos unos a otros como yo os he amado». Porque el tercero, el Espíritu, pasa y habita fecundamente el espacio entre dos.
Es Él quien impide que el amor se convierta en posesión. Es Él quien abre el vínculo hacia la vida de los demás. «Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea». Es el hijo, el amigo, el Otro del otro, el extranjero. Es el tercero quien se hace garante del vínculo y guardián de los pasos. Soplo en cada umbral.
Donde hay uno solo, hay soledad. Donde hay dos, hay pareja, y también puede haber cierre. El tercero es aliento. Es promesa. Es apertura. Es ese «donde dos o tres» están reunidos... Allí el Señor se hace presente. Está en medio de ellos.
«Gratis lo recibisteis, dadlo gratis». De unos a otros. No siempre a los mismos. Todo don solo está vivo si fluye. No lo retengas. No lo devuelvas. Repártelo a otros.
Siempre hay un tercero, en la lógica del don que se
hace garante para que toda relación humana sea abierta y generativa. En la
confianza y la verdad, en la libertad y la responsabilidad que requiere.
– Al
nacer: el padre, en la relación madre-hijo, la puerta abierta de par en par
desde el útero al mundo.
– Al
crecer: el maestro, que rompe el círculo de los iguales y te empuja más allá.
– En
la amistad: es el Zorro, que muestra al Principito cómo amar a «su» rosa sin
poseerla. Responsabilidad que nace de la palabra, del vínculo que salva.
– En
el amor: el hijo, la palabra prometida, la soledad custodiada. Rilke diría: «proteger,
tocar, saludar». El amor es generación, no fusión. Todo lo que se
genera, como una obra de arte, cuenta un amor que no se cierra sobre sí mismo.
– Al
atravesar un conflicto, el mediador es aquel que se hace equi-próximo a ambas
partes. No toma posición, no se pone a favor de uno contra el otro. No
sustituye a las partes, no las confunde. Su presencia dispone a las partes un
nuevo espacio de encuentro, de reconocimiento. Cada uno accede a una nueva
narración de sí mismo junto al otro. De ahí puede surgir un deseo de
reparación, una recomposición diferente del vínculo, un gesto de perdón, un
camino de reconciliación.
– En
la relación de cuidado, cuán valiosas son las presencias terceras: personas
que, por diversos motivos, acompañan al enfermo y a sus familiares,
permaneciendo cerca de ellos con atención y discreción, a la distancia
adecuada.
– En la muerte, el Tercero es el testigo silencioso y fiel que custodia la memoria. Es la comunidad que se reúne en torno a la ausencia, que acoge el dolor y lo confía a la comunión de los vivos y los difuntos-vivos en Cristo. Es quien transmite el sentido, quien recuerda al corazón que la muerte no tiene la última palabra, y quien sabe decir que el amor nunca tendrá fin y que tú no has terminado.
Dios habita en ti. No lo busques en otra parte. Cuerpo, alma, espíritu: ya eres un hogar. No estás equivocado. No llegas tarde. No hagas a Dios a tu imagen: es Él quien te ha hecho a su imagen. Capaz de bailar.
Si te sientes destrozado, recógete. Si te desprecias, acógete. Si te sientes disperso, reencuéntrate. No te resignes a la división. Recupera tu forma: estás hecho para la unidad. La comunión es tu origen. La belleza brilla como la luz en las grietas.
La Trinidad no es un misterio que hay que descifrar, es fuego en el que habitar. Es una mesa redonda, preparada y abierta a cualquiera que se siente a ella.
«La esperanza no defrauda» porque Dios nunca deja de hacer unidad en ti. Pasado, presente, futuro: se dan la mano.
El Tercero rompe el «yo o tú», rompe los
duelos estériles y abre a la justicia de todo buen vínculo. El Tercero es el
Otro del otro. Es cada rostro humano que te recuerda que no lo eres todo. En un
mundo dividido, Tres se sientan a la mesa: se escuchan, se hablan, se dan y se
reciben. El Espíritu reabre el taller del mundo. Y la paz vuelve a ser posible.
Tres en Uno
Dios,
en la creación,
se
retrae —
genera
espacio.
Ama
sin poseer,
crea
sin cerrar.
Estamos
hechos
de
aliento compartido,
no
de soledades armadas.
Tres
en uno:
Padre,
Hijo, Espíritu —
una
relación que baila,
un
amor que se abre,
que
nunca se cierra.
El
otro no es una amenaza,
sino
un rostro que completa,
es
el tercero que salva,
es
la voz que rompe el duelo.
No
estás equivocado
si
te sientes destrozado:
eres
imagen
de
un Dios plural.
Encontrarte
a ti mismo
es
volver a casa.
Dentro
de ti,
Dios
aún habita.
Dentro
de ti,
la
división no es destino,
es
una herida abierta
que
puede sanar.
En
tiempos de conflicto,
allí
se sientan los Tres,
y
en medio de ellos
florece
la verdad,
la
justicia,
la paz.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF




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