sábado, 14 de junio de 2025

La caridad a la manera de Jesús.

La caridad a la manera de Jesús

La caridad que viene de Dios y que, de manera especial, se manifestó en la vida de Jesucristo, es gratuita y se acerca al otro como atención y cuidado. 

Cuando Jesús cura a alguien en el Evangelio, lo levanta, le permite levantarse y caminar con sus propias piernas y así continuar el camino solo. La caridad de Jesús no aplasta al pobre en su pobreza, sino que le permite salir de ella. La caridad que brota del Espíritu del Señor no genera dependencia. 

Esto se ve muy bien en la parábola del buen samaritano (cf. Lc 10, 29-37). La compasión es el producto de una mirada que muestra atención y cuidado hacia el otro. 

La compasión del samaritano, que es lo contrario de la pena, se manifiesta en un movimiento de acercamiento, en una serie de gestos que hacen visible el deseo de devolver al pobre desafortunado, que ha caído en manos de los ladrones y ha sido maltratado, a la autonomía. 

El dinero que el samaritano ofrece al posadero es el resultado de toda una serie de gestos que manifiestan cuidado, atención, en otras palabras: amor. En este breve pasaje del Evangelio queda claro que el dinero en sí mismo no resuelve el problema de la indigencia. 

Es necesario ver al pobre y no solo pasar junto a él. Un ver que provoque interés por el otro, un camino de reciprocidad, que nos ponga en condiciones de compartir el tiempo, la inteligencia para comprender lo que hay que hacer y, luego, también lo que tenemos materialmente. 

El compartir material debe ir siempre precedido de la compasión por el otro, de un camino de empatía con el que sufre, de lo contrario, el encuentro con el pobre se reduce a la pena. 

Cada vez que Jesús entra en contacto con los pobres, se mueve por la compasión, que es lo contrario del sentimiento de pena. Mientras que el sentimiento de compasión se centra en el otro en su situación de pobreza y se preocupa por sacarlo de ella, el sentimiento de pena se centra en uno mismo. 

Quien se mueve por un sentimiento de pena no está interesado en resolver el problema del indigente, sino en satisfacer una necesidad personal, que en este caso significa tranquilizar su conciencia con un gesto inmediato y con muy pocas consecuencias para el futuro. 

Hay toda una forma de hacer caridad que dice claramente de qué camino espiritual venimos.

Hay otro texto que nos puede ayudar a comprender el método de Jesús en su relación con los pobres. Es el famoso texto de la multiplicación de los panes y los peces. Con los pobres no se juega, cuando los encontramos no podemos simplemente embaucarlos con palabras, se necesita pan, es decir, hay que inventar algo. 

Estos versículos del Evangelio de Mateo (14, 13-21) enseñan que el camino que recorren los cristianos para ayudar a los hermanos y hermanas más pobres no es el mismo que recorre el mundo. Hay un método diferente. 

Por un lado, no se puede quedarse de brazos cruzados ante tantas situaciones de miseria; por otro, la acción social a la que está llamado el cristiano se lleva a cabo de una manera muy especial. De hecho, si el mundo entra en el mundo de los pobres dando cosas, el cristiano, siguiendo el ejemplo de Jesús, se las hace entregar. 

Hay que recorrer un largo camino de encarnación, que es al mismo tiempo un camino de muerte, para que los propios pobres nos entreguen el pan que compartiremos con ellos, para devolvérselo bendecido. 

Si el mundo entra en la realidad de los pobres con la arrogancia de quien ya lo sabe todo y tiene que darlo y enseñarlo todo, nosotros, los cristianos, deberíamos entrar en el mundo de los pobres como Jesús lo hizo con nosotros, es decir, en silencio, esperando mucho tiempo antes de decir una palabra y revestir continuamente de silencio esa palabra. 

Si el mundo entra con arrogancia en el mundo de los demás, sin escuchar a nadie y creyendo que cada gesto, cada don suyo es lo justo y necesario que los pobres esperan y por lo que, sin duda, deben dar las gracias, el cristiano, por el contrario, entra en el mundo del otro de puntillas, escuchando, tratando de ayudar al pobre a abrirse, a entregar sus problemas y, a partir de ahí, empezar a responder. 

La relación con los pobres debe preceder a la materialidad de las cosas que se dan. Puede ser un discurso simplista, pero corresponde a la realidad que Jesús ha señalado. Ciertamente, la relación como prioridad no significa que debamos agotar nuestra relación con los pobres en charlas. En todo caso, Jesús nos enseña que todo debe ir precedido de la atención al otro, del cuidado de las relaciones. 

El otro dato importante en el camino hacia los pobres es la capacidad de involucrar a las personas que nos rodean, tal como lo hizo Jesús, que involucró a sus discípulos: «Dadles vosotros de comer». 

Es un imperativo que revela un dato importante, a saber, que la comunidad es la primera responsable de los pobres que viven en su territorio. Esto significa que el camino hacia los pobres no puede delegarse en alguien y, al mismo tiempo, que la bondad y la sensibilidad de alguien nunca pueden sustituir a la comunidad, que siempre debe estar involucrada. 

Con demasiada frecuencia, el discurso caritativo se vive como una actitud aislada de alguien que se siente realizado con ello. Ayudar a las personas de la comunidad a vivir la caridad como un don del Señor y no como una satisfacción personal para satisfacer la propia conciencia es la primera caridad que podemos realizar dentro de la propia comunidad. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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