Un presbítero descalzo…
Los primeros cristianos consideraron parte de su estilo de vida la decisión de no llevar calzado durante sus actividades cotidianas, caminando descalzos.
Y, de hecho, en muchas formas de espiritualidad los pies descalzos se consideran a menudo un signo de humildad y respeto, y a menudo forman parte del voto de pobreza. El arte de muchas culturas de todo el mundo muestra a una persona sin zapatos como símbolo de pobreza.
Las partes del Nuevo Testamento que nos muestran esta práctica de los primeros cristianos se encuentran en numerosos puntos. Por ejemplo, en la Carta 22 de San Jerónimo «A Eustochio». De manera aún más evidente en las palabras de Jesús, tanto en Marcos 10, 9 - “No os procuréis oro, ni plata, ni monedas de cobre en vuestros cinturones, ni alforja de viaje, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón” -, como en Lucas 10, 3 - “Id: he aquí que os envío como corderos en medio de lobos; no llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias, y no saludéis a nadie por el camino” -.
Por último, también en Juan 19, 24, que, como se describe en la carta de San Jerónimo, no se mencionan las sandalias en el Cristo crucificado: Así se cumplió la Escritura: se repartieron entre ellos mis vestidos y sobre mi túnica echaron suertes. Y los soldados hicieron precisamente eso.
En tantas jornadas de formación y de renovación reflexionamos, justamente, sobre la urgencia de una formación humana, teológica, espiritual … inicial y permanente de los presbíteros, y tratamos de esbozar una figura hipotética del presbítero ideal para los días de nuestro mundo y de nuestro tiempo …
El Papa Francisco hablaba gráficamente, también de modo atrevido, con aquella metáfora evangélica describiendo al presbítero como un pastor en medio del rebaño y, por lo tanto, impregnado del olor de las ovejas, un pastor que comparte plenamente la vida, las fatigas, los peligros y las alegrías de su rebaño.
Y el Evangelio sugiere un ministro ordenado que vaya descalzo evocando un estilo, una forma de ser y de actuar, una existencia que se vuelve elocuente, porque es diferente, porque es alternativa.
Descalzo evoca la forma evangélica de ponerse en camino de los discípulos enviados por Jesús a predicar, sin dinero en la alforja ni dos túnicas; descalzo implica la renuncia a todo lo superfluo y mantener solo lo necesario para la experiencia de fe y caridad del Pueblo de Dios.
Estar descalzo remite también, y ante todo, a Moisés ante la zarza ardiente: como aquel que se convertirá en el guía de Israel en el desierto, el presbítero está descalzo ante una tierra que se obstina en creer y considerar santa. Sí, Moisés se quitó las sandalias para acercarse a la zarza de la que salía la Palabra de Dios, porque la tierra que pisaba era santa.
Al igual que él, el anunciador del Evangelio hoy está llamado a considerar santa la tierra que la humanidad ha recibido como don y como tarea. Está llamado a tomarse en serio la tierra, la adamah y el Adam, el ser humano que proviene de la tierra: a mostrarse cercano y solícito hacia la fragilidad de cada uno, hacia la pérdida de sentido, hacia la necesidad vital de comunidad que impregna nuestro tiempo tan pobre de amistad y tan rico de violencia de baja, mediana y alta intensidad.
De ello se derivará una manera de ser, es decir, de sentir, de acercarse, de escuchar, de ver, de tocar, …, un estilo de vida concreto, sobrio y pobre, despojado de los bienes no esenciales, reducido a lo único necesario, el Evangelio, la Buena Nueva de la vida más fuerte que la muerte.
Puede parecer extraña la imagen de un presbítero descalzo, un presbítero humilde y pobre, animado y purificado por el fuego de Pentecostés, un presbítero que sirve, que —según la etimología— se preocupa de la ración diaria de comida para cada uno, un servidor fiel que sabe que el anhelo más profundo depositado en el corazón de los seres humanos se expresa a través de un cuerpo que siente hambre, sed, frío, dolor …
Sin embargo, este puede ser el pastor ejemplar: un presbítero descalzo que sabe acercarse a los demás con la pobreza de su ser y de su actuar, que no cuenta con el oro y la plata, sino con la misericordia manifestada por el Señor hacia él, una misericordia que lo ha convertido a su vez en ministro de la compasión y misericordia samaritanas.
Ciertamente somos conscientes de las condiciones cambiantes de la sociedad, de las nuevas pobrezas que atraviesan nuestras ciudades, en sus centros y en sus periferias, de las miserias que afligen los corazones de demasiadas personas.
Somos conscientes de que en muchas regiones el presbítero vive a veces en condiciones entre la pobreza y la miseria, sabe que muchos presbíteros ya no tienen el reconocimiento social de antaño y que también luchan porque el rebaño al que tratan de acercarse ya no busca pastores, y mucho menos maestros.
No pocos presbíteros dicen ahora: «¡Nuestra vida aquí es miserable!». Sin embargo, hay presbíteros que no ceden a la autocompasión, no invocan atrincheramientos autorreferenciales ni suscitan remordimientos por épocas pasadas que no volverán.
No, la tierra sigue siendo santa, sigue siendo el lugar bendecido por el Señor que quiso habitarla en Jesucristo - Sumo y Eterno Sacerdote de la Nueva Alianza - y que sigue siendo el patrimonio común jugarse la propia existencia para que otros, los demás, vivan y lo hagan plenamente.
Y en esta tierra, el presbítero (el laico, el religioso, el Obispo, el Papa) está llamado a caminar descalzo, ligero, lleno de respeto y cuidado. Entonces, esta peregrinación evitará los caminos de la devoción intimista o de la aristocracia espiritual de salón, y se encaminará hacia espacios redescubiertos de la historia y del mundo, hacia ocasiones inéditas de fraternidad y de solidaridad: será un camino fecundo de compasión y de misericordia.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
Posdata:
En las
mencionadas jornadas de formación y de renovación presbiterales propongo un
tiempo de reflexión sobre esta oración de un presbítero que responde al nombre
de Rafael
Merry del Val (fue también Obispo y Cardenal): un ejercicio de desnudez de ese embarazoso
ego tan centro de atención y protagonista. Tanto es así, que en 2019 el
Papa Francisco quiso entregarla personalmente a sus representantes, los
nuncios apostólicos, como un recordatorio esencial para su servicio a la
Iglesia:
¡Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón, escúchame:
Del deseo de ser alabado, Líbrame, Señor
Del deseo de ser honrado, Líbrame, Señor
Del deseo de ser aplaudido, Líbrame, Señor
Del deseo de ser preferido a otros, Líbrame, Señor
Del deseo de ser consultado, Líbrame, Señor
Del deseo de ser aceptado, Líbrame, Señor
Del temor a ser humillado, Líbrame, Señor
Del temor a ser despreciado, Líbrame, Señor
Del temor a ser reprendido, Líbrame, Señor
Del temor a ser calumniado, Líbrame, Señor
Del temor a ser olvidado, Líbrame, Señor
Del temor a ser ridiculizado, Líbrame, Señor
Del temor a ser injuriado, Líbrame, Señor
Del temor a ser rechazado, Líbrame, Señor
Concédeme, Señor, el deseo de:
que los demás sean más amados que yo,
que los demás sean más estimados que yo,
que en la opinión del mundo, otros sean engrandecidos y yo humillado,
que los demás sean preferidos y yo abandonado,
que los demás sean alabados y yo menospreciado,
que los demás sean elegidos en vez de mí en todo,
que los demás sean más santos que yo, siendo que yo me santifique debidamente.
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