Yo hago nuevas todas las cosas
El relato de Pentecostés comienza con unos «efectos
especiales»: un estruendo que proviene del cielo, un viento impetuoso que llena
la casa, lenguas de fuego que se posan sobre los apóstoles, la repentina
capacidad de hablar lenguas desconocidas.
¿Qué ha sucedido? ¿Qué nos quiere decir el autor bíblico?
Los Apóstoles están reunidos para celebrar el Pentecostés judío, fiesta de la cosecha y celebración del don de la Torá. Están turbados y felices al mismo tiempo: su Señor, muerto y resucitado, los ha saludado y ha ascendido al cielo. Así que ahora se han quedado solos... ¿o no?
Jesús les prometió el Consolador, el Espíritu divino que nunca los abandonaría, y ellos, juntos, hablan de ello, se confrontan, sienten que lo que se les ha prometido es verdad. Se sienten diferentes a como eran antes, ya no son hombres desorientados e inseguros, sino personas llenas de entusiasmo y valor. ¿Qué los ha cambiado tan profundamente?
San Pablo nos lo dice: «No habéis recibido un espíritu de esclavos para volver al temor, sino que habéis recibido el Espíritu que os hace hijos adoptivos, por medio del cual clamamos: ‘¡Abba, Padre!’. El Espíritu mismo, junto con nuestro espíritu, da testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios, coherederos de Cristo, si es que realmente participamos de sus sufrimientos para participar también de su gloria».
No ser más esclavos, sino personas libres: cuando esta conciencia crece en nosotros, nos cambia profundamente, nos hace personas diferentes, capaces de afrontar con la cabeza alta las turbulencias de la vida.
La experiencia de la liberación de la esclavitud ya estaba presente en la historia del pueblo judío con la salida de Egipto, tras la cual el Señor entregó a Moisés los diez mandamientos. Diez palabras, diez preceptos declinados en futuro en el texto hebreo y que derivan de una premisa: «Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la condición de esclavitud» (Ex 20,2), por lo tanto, no te harás ídolos, no matarás, no robarás, no darás falso testimonio, etc.
Los verbos en futuro no indican una orden, sino una consecuencia, porque esos comportamientos no son compatibles con la dignidad de las personas libres. El Decálogo, las diez palabras: hablar de diez mandamientos parece injusto, no hay imperativos, ninguna imposición. Los verbos están en futuro. Esos verbos son promesas que se cumplen.
Quien ha vivido una liberación ya no es la misma persona que antes, adquiere dignidad y valor. A menudo, el recuerdo de una liberación se convierte en un acontecimiento fundacional en la vida de los pueblos.
La experiencia de la liberación nos cambia
para siempre y nos da una fuerza que no sabíamos que teníamos:
«Pentecostés es la fiesta de nuestra vitalidad. Anhelamos estar verdaderamente vivos, saber amar de verdad. Con demasiada frecuencia nos sentimos agotados, vacíos, aburridos, sin emociones ni entusiasmo. Y sentimos que no tenemos suficiente fuerza motriz en nosotros. Si admitimos esta experiencia, sentimos también en nosotros el deseo de una fuente vital que no se agote, de una fuerza que no se debilite, de un ardor que no se apague. Y así intuimos que debe haber algo como el Espíritu Santo, un espíritu que proviene de Dios y, sin embargo, está en nosotros, que participa de la plenitud de la vida y nos la comunica» (Anselm Grun).
El Espíritu enciende en nosotros un fuego que nos hace
diferentes y renovados y nos abre a los demás:
«El Espíritu Santo es también el espíritu de la misión. No existimos solo para nosotros mismos, para nuestra realización personal, sino que tenemos la tarea de difundir el mensaje divino. Tenemos la tarea de transmitir la vida, de despertarla. El Espíritu quiere animarnos a salir de nosotros mismos para encontrarnos con los demás. Nos da la confianza de que encontraremos un lenguaje que nos una, un lenguaje que los demás comprendan, porque tienen nuestros mismos deseos, nuestras mismas ideas. Debemos salir de nuestro caparazón para ir hacia los demás, no porque sepamos más que ellos, sino porque hemos saboreado la vida, tenemos en la nariz el aroma del Espíritu y deseamos descubrir y despertar esta vida también en los demás» (Anselm Grun).
Bien: el camino está trazado, ahora nos toca recorrerlo. ¡Feliz Pentecostés!
Joseba Kamiruaga Mieza CMF



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