sábado, 19 de julio de 2025

A paso de discípulo: esbozo de una espiritualidad peregrina.

A paso de discípulo: esbozo de una espiritualidad peregrina 

Entre las muchas pistas posibles para abordar el tema de la peregrinación, he escogido una con siete pasos que caracterizan la experiencia y la vida del peregrino: decidir, prepararse, partir, caminar, llegar, volver y contar. 

Estos son los mismos pasos que acompañan a los peregrinos, individuos o grupos, a lo largo y ancho de la Biblia. Son pasos que me ayudan a reconocer las actitudes de mi propio ser-en-peregrinación. Descubro que estos pasos no son secuenciales ni definidos, ni consecuentes, sino que se entrecruzan y dialogan de manera impredecible. 

La peregrinación es una experiencia profundamente personal, aunque se viva en compañía: cada peregrino recorre (y decide recorrer) su propio camino, eligiendo cada día cuál será el siguiente paso por dar en su vida. 

1.- Decidir 

Decidir es el paso decisivo y el más difícil. La peregrinación no comienza cuando nos ponemos en camino, sino cuando surge en nuestro corazón el deseo de partir: un camino nunca comienza con la partida, sino mucho antes, con el pensamiento y la preparación; en otras palabras, con la pregunta de por qué emprender ese camino. 

Las motivaciones del peregrino pueden ser muy diferentes: emprender un camino de búsqueda de sí mismo, realizar un acto de devoción, dar gracias por una gracia recibida o hacer un gesto de penitencia y conversión; caminar para pedir una intercesión... 

Muy a menudo, la motivación no está clara ni siquiera para el peregrino, que no es consciente de lo que le impulsa. Sin embargo, lo que todos tienen en común es un deseo: la búsqueda de una estrella, que en última instancia, y allí en lo profundo, se revela como una misteriosa nostalgia de Dios, un gran deseo de Dios. 

2.- Prepararse 

Sin embargo, no se puede improvisar ser peregrino: la peregrinación es una experiencia que debe prepararse adecuadamente. El verbo “prepararse” se declina en varias dimensiones: física, cultural, espiritual y práctica. 

La peregrinación es una larga oración hecha con el cuerpo no una actividad deportiva, pero sin duda, y sobre todo en el caso de las peregrinaciones más largas y exigentes, será importante preparar adecuadamente el cuerpo. 

También es importante conocer el recorrido, los pueblos por los que se va a pasar, los puntos peligrosos, las etapas y las paradas, por lo que es necesario hacerse con un mapa. 

Por último, la preparación espiritual debe entenderse en un sentido amplio y no solo religioso: significa dialogar con uno mismo para cuestionarse las motivaciones profundas, el sentido y el estado de ánimo con el que se quiere partir, las preguntas que nos hacen caminar. ¿Quién, qué y cómo estamos buscando? 

Incluso la preparación de la mochila se convierte en un ejercicio «espiritual», en el que debemos elegir qué llevar y, sobre todo, qué no llevar, dejando en casa lo superfluo. 

3.- Partir 

Partir requiere la capacidad de dejar ir: antes que el valor para partir es necesario tener el valor de dejar atrás. En este sentido, partir significa romper, desgarrar e interrumpir el curso ordinario de la vida y reconocer en el camino mismo un nuevo y poderoso centro de gravedad. 

Este aspecto excepcional de la partida puede parecernos extraño, pero podemos comprenderlo recordando a los peregrinos medievales, para quienes partir en peregrinación era un hecho trascendental. Se partía en peregrinación sin la certeza de volver a casa, después de haber vendido probablemente todo lo que se tenía. 

El entusiasmo de partir debe tener en cuenta sobre todo el esfuerzo del primer paso, el que desde el umbral seguro, la puerta de casa conduce a caminos desconocidos y potencialmente peligrosos. Partir también significa separarse de los afectos, de los seres queridos: una separación temporal, no definitiva, pero que puede redefinir, purificar y, a veces, romper vínculos y relaciones. 

Por último, partir nos reconecta con todos los pueblos de refugiados y desesperados que abandonan el lugar que representaba para ellos la seguridad, a veces mínima, por un lugar desconocido y quizás para siempre. 

4.- Caminar 

La esencia de la peregrinación es el camino y la materia que lo compone son los pasos, cuantitativamente incalculables. La experiencia de caminar es una experiencia vasta, hecha de encuentros, esfuerzos, cambios de rumbo y elecciones, pero no solo eso. Cuando no caminamos físicamente, son nuestra mente y nuestro corazón los que caminan. La dinámica del camino ya es evidente en los textos sagrados: Dios se pone en camino con Israel; Jesús es el hombre que camina, es Dios-con-nosotros. 

Muchos filósofos y pensadores, en diferentes épocas históricas y procedentes de diferentes escuelas de pensamiento, han elaborado filosofías «del caminar», desde los paseos socráticos hasta las caminatas precisas y puntuales de Kant; muchos han reconocido que la acción de caminar conecta el cuerpo con el pensamiento. 

Sin embargo, nadie ha escrito que sea una actividad fácil, sencilla y cómoda: para caminar hay que estar apoyado, no solo físicamente con un bastón, sino también socialmente (¡la importancia de los compañeros de viaje!) y espiritualmente. 

Además, en la peregrinación, las características positivas de caminar se elevan a un nivel superior, al camino físico se une un triple camino del cambio: el camino de la purificación, el camino de la iluminación y el camino de la unificación: nuestra vida se purifica de los aspectos superfluos para volver a lo esencial, los pensamientos se iluminan y el cuerpo y la mente se unifican. 

5.- Llegar 

Llegar a la meta no es el único objetivo, sino la coronación de la experiencia: si no fuera así, seríamos vagabundos, no peregrinos. Aunque está muy de moda el eslogan «el camino es la meta», esto no es del todo cierto: la meta a alcanzar no es indiferente, porque orienta nuestro camino y el deseo de alcanzarla constituye un fuerte estímulo para superar las fatigas de la peregrinación. Y, sobre todo, su consecución se convierte en «un lugar privilegiado de encuentro con Dios. 

La verdadera meta es nuestra conversión, entendida en sentido dinámico, que transforma toda nuestra vida, para renovarla siempre. Imaginemos entonces que no queremos llegar a un lugar cerrado y finito, sino atravesar un arco, un umbral desde el que continúa el camino. 

6.- Regresar 

Cambiados por la peregrinación, es importante subrayar que a partir de ese momento nos convertimos en peregrinos: una vez purificados, es costumbre regresar a la normalidad diferentes de como éramos al partir. 

No se regresa al punto de partida, sino que todo es nuevo, renovado, por redescubrir desde el principio. Es decir, se reanuda el camino, con nuevas preguntas y nuevas conciencias, con la mochila llena de todo lo que hemos recogido y aprendido en el camino de ida: no es, por tanto, el final de la peregrinación, sino una nueva dinámica del camino. 

La peregrinación no es un paréntesis en la vida ordinaria del discípulo, una suspensión de la gris rutina cotidiana: el reto es precisamente volver a la propia vida transformados. Volver no significa mirar atrás, sino habitar de una forma nueva la vida cotidiana. 

7.- Contar 

El séptimo y último paso, contar, es la dimensión comunitaria: dar testimonio de lo vivido, con entusiasmo y pasión, dando testimonio del don recibido. Muchos peregrinos escriben un diario de su experiencia y la tradición cristiana nos ofrece ejemplos espléndidos, desde el Diario de viaje de Egeria hasta Cuentos de un peregrino ruso. 

El peregrino escribe para no olvidar la experiencia vivida y para comunicarla a los demás, con el deseo de animar también a otros a emprender el peregrinaje. 

Pero atención, se comparte la gracia de la propia experiencia in itinere: nadie puede decir que ha terminado, que ha llegado, ni puede hablar de su camino de vida como algo pasado. 

Al contrario, nos contamos a nosotros mismos en camino, situados, y acogemos las historias de los demás, escuchando las vidas de quienes no están en nuestro mismo barco, pero sí en la misma tormenta. 

Ultreia et Suseia! 

¡Buen camino! 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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