En la oración no cuenta la cantidad, sino la verdad
Jesús contó una parábola sobre la necesidad de orar siempre, sin cansarse nunca. ¡Cuántas veces nos hemos cansado! Las oraciones se elevaban desde el corazón, como palomas desde el arca del diluvio, y ninguna regresaba con una respuesta. Y muchas veces me he preguntado: ¿Dios escucha nuestras oraciones, sí o no?
Dietrich Bonhoeffer responde: «Dios siempre escucha, pero no nuestras peticiones, sino sus promesas».
Orad siempre... Orar no es lo mismo que decir oraciones. Siempre me he sentido inadecuado ante las oraciones prolongadas. Y también un poco culpable. Por el cansancio y las distracciones que aumentan en proporción a la duración. Hasta que leí, en los Padres del desierto, que Evagrio el Pontico decía: «No te complazcas en el número de salmos que has recitado: eso echa un velo sobre tu corazón. Vale más una sola palabra en la intimidad que mil estando lejos».
Porque orar es como amar. Siempre hay tiempo para amar; si amas a alguien, lo amas siempre, estés haciendo lo que estés haciendo. «El deseo siempre ora, aunque la lengua calle. Si siempre deseas, siempre oras» - San Agustín -.
Cuando uno tiene a Dios dentro, no es necesario estar siempre pensando en Él. La mujer embarazada, aunque no piense continuamente en el niño que lleva dentro, lo ama siempre y se convierte cada vez más en madre con cada latido de su corazón.
Ante Dios no cuenta la cantidad, sino la verdad: mil años son como un día, las monedas de la viuda más que las ofrendas de los ricos. Porque en ellas está todo su dolor y su esperanza.
Jesús tiene una predilección especial por las mujeres solas: representan la categoría bíblica de los indefensos, las viudas, los huérfanos, los extranjeros, los defendidos por Dios.
Y el Evangelio nos lleva a la escuela de la oración con una viuda, una bella figura de mujer, frágil e indomable, que ha sufrido injusticias pero no cede al abuso.
Y ella traduce bien la palabra de Jesús: sin cansarse nunca. Verbo de lucha, de guerra: sin rendirse. Claro que uno se cansa, que orar cansa, que Dios cansa: su silencio cansa. Pero no te rindas, no bajes los brazos.
A pesar del retraso: nuestra tarea no es preguntarnos por el retraso del sol, sino forzar el amanecer, como ella, la pequeña viuda.
Una mujer que no calla nos revela que la oración es un «no» gritado al «así son las cosas», es como el primer balbuceo de una nueva historia que nace.
¿Por qué orar? Es como preguntar: ¿por qué respirar? ¡Para vivir! «Oro porque vivo y vivo porque oro» - Romano Guardini-.
Orar es abrir un canal por el que fluye el oxígeno del infinito, volver a unir continuamente la tierra al cielo, la boca a la fuente. Como, para dos que se aman, su beso.
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