Dios está al servicio de nuestra felicidad
En la hora que no imagináis, vendrá el Hijo del Hombre. Vendrá, pero no como una amenaza o un juicio inminente. Viene cada día y cada noche y busca un corazón atento. Como un enamorado, desea ser deseado. Como la amada, lo esperaré despierto: ¡no quiero perder la cita más hermosa de mi vida!
La parábola del señor y los siervos se divide en tres momentos. Todo comienza con la ausencia del señor, que se marcha y confía la casa a sus siervos. Así Dios nos ha entregado la creación, como en el principio el Edén a Adán. Nos ha confiado la gran casa que es el mundo, para que seamos sus custodios con todas sus criaturas.
Y se marcha. Dios, el gran ausente, que crea y luego se retira de su creación. Su ausencia nos pesa, pero es la garantía de nuestra libertad. Si Dios estuviera aquí visible, inevitable, inminente, ¿quién se movería? Un Dios que se impone será obedecido, pero no amado por hijos libres.
Segundo momento: en la noche, los siervos velan y esperan al amo; tienen ceñidos los lomos, es decir, están listos para acogerlo, para ser enteramente suyos. Tienen las lámparas encendidas, porque es de noche. Incluso cuando es de noche, cuando las sombras se ponen en marcha; cuando el cansancio es grande, cuando la desesperación llama a la puerta del corazón, no te rindas, sigue trabajando con amor y atención por tu familia, tu comunidad, tu …
Con lo poco que tienes, como puedas, lo mejor que puedas. Vale mucho más encender una pequeña lámpara en la noche que maldecir toda la oscuridad que nos rodea.
Porque luego llega el tercer momento. Y si al volver el amo los encuentra despiertos, dichosos esos siervos (esto solo se espera si se ama y se desea, y se espera con impaciencia el momento de los abrazos).
En verdad os digo —cuando dice así, asegura algo importante— que los hará sentarse a la mesa y se pondrá a servirlos. Es el giro radical de la idea de señor: el punto conmovedor, sublime de este relato, el momento extraordinario, cuando ocurre lo impensable: ¡el Señor se pone a hacer de sirviente! ¡Dios viene y se pone al servicio de mi felicidad!
Jesús reitera dos veces, para que quede bien claro, la sorprendente actitud del señor: «y pasará a servirlos». Es la imagen impactante que solo Jesús se atrevió a mostrar, la de Dios nuestro servidor, que solo Él mostró al ceñirse un paño. Nosotros llamemos Señor, al Dios de Jesucristo, inclinado, arrodillado ante nosotros, con las manos llenas de dones.
Este Dios es el único al que serviré, todos los días y todas las noches de mi vida. El único al que serviré porque es el único que se ha hecho mi servidor.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
No hay comentarios:
Publicar un comentario