Dios no es neutral, tampoco la Iglesia
He venido a traer fuego a la tierra. ¡Cómo desearía que ardiera!
Se ha dicho que la religión era el opio de los pueblos, un embotamiento y una ilusión. En la intención de Jesús, el Evangelio es, por el contrario, la adrenalina de los pueblos, lleva el mordisco de más, más visión, más valor, más creatividad, más fuego.
¿Creéis que he venido a traer la paz? No, os digo, sino la división.
Dios no es neutral: las víctimas y los verdugos no son lo mismo ante Él, entre ricos y pobres tiene preferencias y toma partido. El Dios bíblico no trae la falsa paz de la neutralidad o la inercia, sino que «escucha el gemido» y toma posición contra los faraones de siempre.
La división que trae evoca el valor de exponerse y luchar contra el mal. Porque también se mata estando en la ventana, mudos ante el grito de los pobres y de la madre tierra, mientras soplan los venenos del odio, se cierran los puertos, se levantan muros, avanza la corrupción.
No podemos quedarnos inertes contemplando el espectáculo de la vida que discurre a nuestro lado, sin levantarnos para luchar contra la muerte, contra toda forma de muerte. De lo contrario, el mal se vuelve cada vez más arrogante y legitimado.
He venido a traer el fuego, la alta temperatura moral en la que solo se producen las transformaciones positivas del corazón y de la historia. ¡Cómo desearía que ardiera! Como aquella llama que en Pentecostés se posó sobre la cabeza de cada discípulo y se unió a su originalidad, iluminando una genialidad diferente en cada uno. La Iglesia necesita urgentemente discípulos geniales, con fuego.
La Evangelii gaudium invitaba a los creyentes a ser creativos, en la misión, en la pastoral, en el lenguaje. Proponía incansablemente no la homologación, sino la creatividad; invocaba no la obediencia, sino la originalidad de los cristianos. Hasta el punto de sugerir que no se teman los posibles conflictos que puedan surgir (EG 226), porque sin conflicto no hay pasión.
¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? Una invitación llena de energía, dirigida a la multitud, es decir, a todos: no sigáis el pensamiento dominante, no os suméis a la mayoría o a las encuestas de opinión.
Juzgad por vosotros mismos, inteligentes y libres, despiertos y soñadores, yendo más allá de la apariencia de las cosas: «La diferencia decisiva no está entre los que creen y los que no creen, sino entre los que piensan y los que no piensan» (Cardenal Martini). Entre quienes se preguntan qué hay de bueno o malo en lo que sucede y quienes ya no se preguntan nada.
Juzgad vosotros mismos... Sed profetas —¡una invitación fuerte y tantas veces desatendida!—, sed profetas incluso incómodos, dice el Señor Jesús, haciendo brotar esa chispa de fuego que el Espíritu ha sembrado en cada ser vivo.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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