martes, 8 de julio de 2025

La Iglesia, oyente y discípula de una Palabra que quema.

La Iglesia, oyente y discípula de una Palabra que quema

He venido a traer fuego a la tierra.

 

Todos hemos conocido a hombres y mujeres apasionados por el Evangelio, y los hemos visto pasar entre nosotros como una antorcha encendida.

 

La verdad es lo que arde, ojos y manos que arden, que tienen luz y transmiten calor: la vida es llama.

 

¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra? No, os digo, sino la división.

 

Él, que pidió amar a los enemigos, que dio el nombre de «divisor», diablo, al peor enemigo del hombre, que rezó hasta la última noche por la unidad «ut unum sint», aquí se contradice. Y entonces comprendo que, bajo la superficie de las palabras, debo seguir buscando.

 

Jesús mismo, tierno como un enamorado y valiente como un héroe, fue con toda su vida un signo de contradicción. Su Evangelio vino como una liberación impactante: para las mujeres sometidas y oprimidas por el machismo; para los niños, propiedad de sus padres; para los esclavos a merced de sus amos; para los leprosos, los ciegos, los pobres.

 

Se puso de su parte, los llama a su banquete, hace de un niño el modelo de todos y de los pobres los principios de su reino, elige siempre lo humano contra lo inhumano. Su predicación no tranquilizaba la conciencia, sino que la despertaba de falsas paces. Paces aparentes, rotas por una forma más verdadera de entender la vida.

 

La elección de quien se entrega, de quien perdona, de quien no se aferra al dinero, de quien no quiere dominar sino servir a los demás, de quien no quiere vengarse, se convierte precisamente en división, en guerra, en choque inevitable con quienes piensan en vengarse, en ascender, en dominar, con quienes piensan que solo es vida la de quien vence.

 

Alguien decía aquello de espero que los cristianos acaricien alguna vez el mundo a contracorriente.

 

Una Iglesia erguida, contra corriente, sin seguir a los poderosos de turno ni al pensamiento dominante. Que redescubra y viva la «bienaventuranza de los opositores», de quienes se oponen a todo lo que hace daño a la historia y al corazón de los hijos de Dios.

 

Jesús, en el Evangelio de Tomás, dice: «Estar cerca de mí es estar cerca del fuego».

 

¿Somos discípulos de un Evangelio que arde, que arde por dentro, que al menos a veces nos inflama, o tenemos una fe que corre el riesgo de ser solo un tranquilizante, una fe somnífero?

 

El Evangelio no es una mordaza, sino un altavoz, un megáfono. Te hace voz de los que no tienen voz, eres el justo que lucha en medio de las injusticias, nunca pasivo ni rendido, nunca sin fuego.

 

Cuánto desearía que este fuego ya estuviera encendido.

 

¡Y sin embargo arde! Hay en las cosas la semilla incandescente de un mundo nuevo. Hay una gota de fuego también en mí, una lengua de fuego sobre cada uno de nosotros en Pentecostés, está el Espíritu Santo que enciende sus zarzas en cada esquina.

 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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