martes, 8 de julio de 2025

Una Iglesia llamada a custodiar el ardor del fuego,

Una Iglesia llamada a custodiar el ardor del fuego


He venido a traer fuego y división.

 

Evangelio dramático, duro y pensativo. Y hermoso.

 

Textos escritos bajo el fuego de la primera violenta persecución contra los cristianos, cuando los discípulos de Jesús se encuentran de repente excomulgados por la institución judía y, como tales, pasibles de prisión y muerte. Un golpe terrible para las primeras comunidades de Palestina, donde todos eran judíos, donde las familias comienzan a dividirse en torno al fuego y la espada, al escándalo de la cruz de Jesús.

 

He venido a traer fuego a la tierra.

 

El fuego es un símbolo altísimo, en el que se resumen todos los demás símbolos de Dios, es el primer recuerdo en el relato del Éxodo de su presencia: llama que arde y no consume en el Sinaí; el ardor del corazón como para los discípulos de Emaús; fuego ardiente dentro de los huesos para el profeta Jeremías; lenguas de fuego en Pentecostés; sello final del Cantar de los Cantares: sus llamas son llamas de fuego, una astilla de Dios encendida es el amor.

 

He venido a traer fuego a la tierra.

 

He venido a arrojar a Dios, el verdadero rostro de Dios sobre la tierra. Con la alta temperatura moral en la que se producen las radicales alternativas, las verdaderas revoluciones.

 

¿Creéis que he venido a traer la paz? No, os digo, sino división.

 

La paz no es neutralidad, mediocridad, equilibrio entre el bien y el mal. Creer es entrar en conflicto.

 

Quizás el punto más difícil y profundo de la promesa mesiánica de paz: no vendrá como plenitud repentina, sino como lucha y conquista, terreno de conflicto, estará escrita de hecho con el alfabeto de las heridas grabadas en una carne inocente, un tierno cordero crucificado.

 

Jesús fue el primero en ser con toda su vida signo de contradicción, «para la caída y la resurrección de muchos» (Lucas 2,34). Conocía, como los antiguos profetas, la misteriosa bienaventuranza de los opositores, de quienes se oponen a todo lo que hace daño a la historia y a los hijos de Dios. Su predicación no tranquilizaba la conciencia de nadie, la sacudía de las falsas apariencias de paz, destrozadas por una forma más verdadera de entender la vida.

 

La elección de quien perdona, de quien no se aferra al dinero, de quien no quiere dominar sino servir, de quien no quiere vengarse, de quien abre los brazos y la casa, se convierte precisamente, inevitablemente, en división, guerra, choque con quienes piensan en vengarse, en ascender y dominar, con quienes piensan que la verdadera vida es solo la del que vence.


Como Jesús, también nosotros estamos enviados a usar nuestra inteligencia no para venerar el calor de las cenizas, sino para custodiar el ardor del fuego, somos un puñado, un puño de calor y luz arrojado a la cara de la tierra, no para deslumbrar, sino para iluminar y calentar esa porción del mundo que está confiada a nuestros cuidados.

 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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