Edith Stein: la ardiente peregrina de la pasión por la verdad
Edith Stein es una de las mujeres más eminentes y fascinantes del siglo pasado. Dada la originalidad y complejidad de los acontecimientos existenciales que la caracterizan, es difícil encajarla con fidelidad en un breve perfil biográfico.
Edith Stein nació en 1891 en Breslavia, ciudad que entonces pertenecía a Alemania, como capital de la Silesia prusiana (hoy Wroclaw, en Polonia). Era la última de siete hijos de una familia judía profundamente religiosa y apegada a las tradiciones. Nació en una festividad religiosa judía, el 12 de octubre, día del Yom Kippur, es decir, del Perdón. Inteligente, vivaz, iniciada desde muy temprana edad en los intereses culturales por sus hermanos mayores, en 1910 Edith se matriculó en la Universidad de Breslavia, única mujer que cursaba, en ese año, estudios de filosofía.
En 1913, la estudiante Edith Stein se trasladó a Gotinga para asistir a las clases universitarias de Edmund Husserl, de quien se convirtió en discípula y asistente, y con quien también se licenció. En Gotinga conoció al filósofo Max Scheler. Este encuentro despertó su interés por el catolicismo.
En 1916 siguió a Husserl como asistente en la Universidad de Friburgo. Se licenció con una tesis titulada «El problema de la empatía» (Einfuhlung). Al año siguiente se doctoró summa cum laude en la misma universidad. Primero por necesidad de estudios y luego por motivos de amistad, pasó largas temporadas de verano en Bergzabern, en el Palatinado, en casa del matrimonio Conrad-Martius. Fue en el verano de 1921, durante una de estas estancias, cuando Edith leyó, en una sola noche, la Vida de Santa Teresa de Ávila, escrita por ella misma. Al cerrar el libro, a las primeras luces del alba, tuvo que confesarse a sí misma: «¡Esta es la Verdad!».
Recibió el bautismo en Bergzabern unos meses después, el 1 de enero de 1922. Quiso y consiguió que su madrina fuera su amiga Hedwig Conrad-Martius, que era cristiana pero de confesión protestante. Añadió a Edith los nombres de Teresa y Edwige. En Friburgo, Edith comenzó a sentirse incómoda. Sintió las primeras llamadas interiores de la vocación a la consagración total a Dios de Jesucristo. Por lo tanto, dejó su trabajo como asistente de Husserl y decidió pasar a la enseñanza en el Instituto de las Dominicas de Espira.
El 30 de abril de 1933, durante la adoración del Santísimo Sacramento, sintió con claridad esa vocación a la vida religiosa monástica del Carmelo que había comenzado a sentir el día de su bautismo y tomó interiormente su decisión. Dios la llamaba para llevarla al desierto, hablar a su corazón, hacerla compartir la sed infinita de Jesús por la salvación de los hombres.
Libre y feliz, abandonó un mundo lleno de amigos y admiradores para entrar en el silencio de una vida austera y silenciosa, atraída únicamente por el amor de Jesús. El 15 de octubre de 1933, Edith ingresó en el Carmelo de Colonia. Tenía 42 años. Seis meses después, el Domingo 15 de abril de 1934, se celebró el rito de la toma de hábito y se convirtió en monja novicia con el nombre de Sor Teresa Benedicta de la Cruz. Se dedicó a completar la obra «Ser finito y ser eterno. Ensayo de una ascensión al sentido del ser», iniciada antes de entrar en el Carmelo.
En 1938 completó su formación carmelita y el 1 de mayo hizo su profesión religiosa perpetua. Pero el 31 de diciembre de 1938 se impuso a Edith el drama de la cruz. Para escapar de las leyes raciales contra los judíos, tuvo que abandonar el Carmelo de Colonia. Se refugió entonces en Holanda, en el Carmelo de Echt. Era un momento trágico para toda Europa y especialmente para aquellos que eran perseguidos por los nazis por ser de ascendencia judía. El 23 de marzo se ofreció a Dios como víctima expiatoria. El 9 de junio redactó su testamento espiritual, en el que destacaba la aceptación de la muerte por las grandes intenciones de la hora histórica, mientras se desataba la Segunda Guerra Mundial.
En 1941, por encargo de la priora del monasterio de Echt, comenzó y llevó adelante, hasta donde pudo, una nueva obra, esta vez sobre la teología mística de San Juan de la Cruz. La tituló: «Scientia Crucis». La obra quedó inconclusa, porque también en Echt fue alcanzada por los nazis. Las tropas de las SS la deportaron al campo de concentración de Amersfort y luego al de Auschwitz. «¡Vamos!», le dijo al salir con su pobre equipaje a su hermana Rose, que vivía en la casa de huéspedes del convento y fue capturada con ella, «¡vamos a morir por nuestro pueblo!».
Había pasado de la cátedra universitaria al Carmelo. Y después, de la paz del claustro, espacio de amor contemplativo, pasaba a los horrores de un campo de concentración nazi. Edith Stein, sor Teresa Benedicta de la Cruz, murió en las cámaras de gas de Auschwitz el 9 de agosto de 1942.
Fue beatificada por Juan Pablo II en Colonia, en el aniversario de su consagración definitiva, el 1 de mayo de 1987. Fue proclamada santa por el mismo pontífice en Roma, en la plaza de San Pedro, el 11 de octubre de 1998. El corazón de la vida de Edith Stein, de santa Teresa Benedicta de la Cruz, se puede identificar en su pasión por la verdad. El mensaje que a lo mejor puede transmitir a la Europa del siglo XXI y, en general, a todo ser humano de hoy es esta pasión, que es la esencia de su vida.
Hoy en día, muy a menudo se buscan experiencias religiosas innovadoras y nuevos caminos espirituales, pero se descuida y se deja de lado la cuestión de la verdad, para evitar que se pongan trabas a la libre elección de las nuevas propuestas espirituales o que se cree entre ellas una jerarquía que, de alguna manera, privilegie unas y discrimine otras.
Para Edith Stein, el ser humano se caracteriza por ser un ser que, por naturaleza, busca la verdad, es decir, busca a Dios. Sin embargo, no como un ser condenado a una búsqueda que nunca podrá tener éxito, sino como un ser al que, en un momento dado, se le permite exclamar con Edith Stein: «¡La verdad está aquí!».
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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