El caso Rupnik… ¿arte o vida?: mi aproximación a la relación entre arte y moral
Después de que se ha calmado, al menos un poco, el justo revuelo y el merecido escándalo sobre el «caso Rupnik», a la espera de tener una visión más clara no solo de lo que ha sucedido, sino también de lo que sucederá y de lo que el ex jesuita esloveno está haciendo o dejando de hacer -tras la excomunión de 2020 y su remisión, y tras ser expulsado de la Compañía en 2023 por «desobediencia»-, me gustaría intentar razonar con calma sobre la conveniencia o no de exponer sus obras artísticas, tratando de ir más allá del mérito de los abusos cometidos por Rupnik.
La cuestión que me planteo es: ¿qué hacer con los cientos de obras realizadas por Rupnik? ¿Retirarlas, cubrirlas, dejarlas como están?
El tema es, en sí mismo, un tema ya clásico: ¿qué relación hay entre el arte y la moral? ¿Y cómo se vincula este nexo con el caso Rupnik?
Sabemos que, por un lado, hay quienes consideran que hay que proceder como si nada hubiera pasado, recordando los casos de Miguel Ángel, Caravaggio, etc., para quienes el arte es válido más allá de la moral. Por otro lado, están aquellos que, a veces cayendo en un poco de moralismo, están a favor de la eliminación completa (suele ser curioso señalar que quienes abogan por la eliminación son a veces aquellos que luchan contra la llamada «cultura de la cancelación», pero eso es otro tema).
La relación entre estética y ética se ha debatido durante siglos, igualmente con una gran variedad de posiciones. Y no se puede identificar un camino correcto, ya que el abanico de respuestas es muy amplio, sobre todo porque en la modernidad se ha ido afianzando la idea de la autonomía del arte y del gusto estético. Por lo tanto, cada persona puede tener su propia opinión sobre el vínculo entre el arte y la moral.
Por mi parte, quizá haya encontrado una respuesta provisional en un texto muy fértil y rico, cuya lectura recomiendo: se trata de Arte y moral, de Tzvetan Todorov, que luego pasó a componer la segunda parte de un libro-joya, El arte o la vida. El caso Rembrandt. En él, el gran crítico literario y filósofo franco-búlgaro trata, con agudeza y síntesis, la cuestión moral en el arte y en la vida de Rembrandt, y luego el lector encuentra esa valiosa lección que es, precisamente, Arte y moral, donde el autor repasa los términos del debate, desde la antigüedad hasta el siglo XXI.
Ahora bien, Rembrandt fue un genio absoluto y, sin embargo, también fue un hombre moralmente miserable, como sabe cualquiera que haya tenido alguna noticia biográfica del artista holandés. Pero ¿nos impide esto conmovernos ante El regreso del hijo pródigo (sobre el que también escribió intensas meditaciones Henri Nouwen), o incluso rezar? Por supuesto que no.
Creo que Todorov capta muy bien el tema en cuestión:
«A un artista, en el momento de la creación, le pedimos que demuestre ciertas cualidades, y no pensamos en la amabilidad (hacia los personajes u otros miembros de la especie humana), ni en la benevolencia, ni en la generosidad, ni en la voluntad de proteger. Preferimos, en cambio, que sea despiadado —con él mismo y con la humanidad— para ir más allá de sus predecesores en la búsqueda de una verdad nueva y más profunda del ser humano, para ampliar los límites de lo que conocemos. Es esta verdad la que en el arte llamamos «belleza». De los grandes pintores no esperamos una prueba de su virtud ni una condena de los vicios ajenos, sino la capacidad de comprender y hacernos comprender al ser humano, a los ladrones y a los asesinos, como a los santos y a los héroes».
Y en cuanto al pintor holandés, Todorov escribe:
«Rembrandt pertenece a esta misma estirpe de artistas para quienes el río de la vida se divide en dos ramas que no se comunican entre sí. El pintor es sensible a la humanidad de todos, desde el dios crucificado hasta el niño que aprende a caminar; por su parte, los seres que lo rodean están al servicio de la creación y del creador».
¿Absolver, pues, al hombre Rembrandt? No es eso lo que sostiene Todorov. Sin duda, sigue existiendo una distancia con respecto a lo que hizo desde el punto de vista ético, pero a Rembrandt no le pedimos coherencia en su vida, le pedimos belleza —que alimente nuestra vida, también desde el punto de vista íntimo— y una mirada sobre el ser humano —que nos ayude a comprender mejor la vida.
Tanto es así que Todorov escribe en Arte y moral:
«El creador da lo mejor de sí mismo en la obra que realiza, no hay que buscar la misma intensidad en el resto de su existencia. La humanidad que emana de los cuadros de Rembrandt no está presente en las relaciones del pintor con sus compañeras. A menudo, esta disparidad se refleja también en la obra: el mensaje que transmite la calidad de la ejecución va más allá o contradice lo que el autor pone deliberadamente en boca de sus personajes».
En definitiva, ningún artista parece estar a la altura de su obra, y hay casos en los que esto es evidente: Rembrandt, Caravaggio, …, pero los ejemplos podrían ser muchos. ¿Quién está realmente a la altura de sus ideas sobre el mundo y la vida?
Volviendo al caso Rupnik, si intento adaptar los criterios de Todorov, que me parecen razonables, está claro que su conducta en la vida no está a la altura del arte que ha expresado. Aquí, sin embargo, el agravante, por así decirlo, es que se trata de «arte sacro» y que el artista es un religioso (pero esto tampoco es una absoluta novedad en la historia).
Quizás el 'quid' de la cuestión sea otro, y tenga que ver con la contemporaneidad del asunto, su estrecha actualidad, la coexistencia en el tiempo presente de «víctimas y verdugos», cosas que deben hacernos tomar partido por la verdad en primer lugar, y por lo tanto por quienes han sufrido la violencia: desde un punto de vista moral, no habría duda. Y tal es, de hecho, una respuesta ética.
Pero ¿qué hacer con los cientos de mosaicos del artista esloveno? ¿Qué respuesta estética y hermenéutica dar?
Creo que habrá que aplicar el sabio criterio de la prudencia y la claridad (que evita los equívocos), por lo que es muy conveniente evitar la difusión amplia de las imágenes de Rupnik en los instrumentos formativos, en los canales informativos cuyo tema es principalmente religioso y moral, en los subsidios de oración, porque no debe transmitirse el mensaje de que el uso de esas imágenes justifica la ética del autor. Del mismo modo, deberán evitarse las citas de sus libros en los que trata cuestiones de la vida afectiva o religiosa.
Es el respeto sagrado por las víctimas lo que exige esta prudencia, es la necesaria protección de los débiles lo que exige claridad. Y esto hasta que el paso del tiempo haya «desactivado» el escándalo en el espectador, de modo que, solamente tal vez y mucho tiempo después, el espectador pueda acercarse serenamente a esas imágenes sin sentir ya un rechazo interior, como ocurre hoy con las obras de artistas y escritores de siglos atrás. Es el criterio del tiempo el que nos permite leer, observar, admirar una obra sin sentir el peso de la biografía del artista. Pero hoy en día, quien no se siente capaz de rezar ante una imagen creada por Rupnik, quien siente una oposición, tiene motivos para ello y, por lo tanto, no es conveniente ofrecer instrumentos con esas representaciones.
¿Pero qué pasa con los mosaicos que se encuentran en iglesias, incluso de importancia capital y muy frecuentadas? También en este caso, será conveniente que no se detengan en esos lugares quienes encuentren una dificultad interior para estar allí. Pero quitar los mosaicos o cubrirlos no me parece el camino más adecuado; yo creo que es mejor no ocultar la dificultad, aclarar que esas imágenes pueden transmitir un buen significado del Misterio, aunque el autor no haya estado a la altura de lo que comunicaba, sugerir que no se está señalando al artista como modelo de vida, tal vez con explicaciones y notas sobriamente explicativas.
Al menos hasta que, también aquí, el tiempo haya hecho su curso y se pueda observar un mosaico de Rupnik con la serenidad necesaria, sin perturbaciones interiores, como ocurre ante La vocación de San Mateo, de Caravaggio, o El anuncio a María, de Paul Claudel.
Por último, dos notas me parecen obligatorias: la primera es que esos mosaicos son también fruto del taller de Rupnik, y esto no debe olvidarse; sin duda, Rupnik fue su inspirador artístico, elaboró su estilo y refundó una gramática estética reconocible. Pero también había un taller, cuyo trabajo debe respetarse en cualquier caso.
La segunda nota se refiere a una modalidad eclesial que en el siglo XX, y también en el nuestro, no ha sido positiva, y se refiere a la transformación de un estilo artístico en el único (o casi único) estilo artístico del momento.
Ante la gran dificultad de encontrar gramáticas estéticas adecuadas a la contemporaneidad, cuando se pensó en adoptar una eficaz, se abrazó hasta tal punto que se convirtió en una moda y saturó todos los espacios, excluyendo automáticamente otras vías. Así, el neo-bizantinismo de Rupnik se convirtió en la gramática figurativa de la Iglesia católica occidental durante treinta años, a la que había que buscar e imitar y proponer.
Entonces vale la pena recordar que, frente a los enamoramientos artísticos (de cualquier rama del arte), siguen siendo legítimas otras vías de elaboración estética y de gusto, otras poéticas, otras formas de representación e interpretación del Misterio: si muchas son las vidas, si muchas son las sensibilidades, muchas son también las vías del arte.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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