Dios no se merece, pero se acoge
¿Son pocos los que se salvan, o muchos? Jesús no responde sobre el número de los salvados, sino sobre las modalidades.
Dice: la puerta es estrecha, pero no porque ama los esfuerzos, las fatigas, los sacrificios. Es estrecha porque es la medida del niño: «Si no sois como niños, no entraréis». Si la puerta es pequeña, para pasar también yo tengo que hacerme pequeño. Los pequeños y los niños pasan sin ningún esfuerzo.
Porque si te centras en tus méritos, la puerta es muy estrecha, no pasas; si te centras en la bondad del Señor, como un niño que confía en las manos de su padre, la puerta es muy ancha.
La enseñanza es clara: hazte pequeño y la puerta se hará grande; deja todo tu equipaje, las carteras abultadas, la lista de méritos, tu bravuconería, desinfla tu presunción, deja de creerte bueno y justo, y deja de temer a Dios y a su juicio.
La puerta es estrecha, pero está abierta. Cada día, hoy, en este momento está abierta. Lo que Jesús ofrece no es solo un aplazamiento para el más allá, sino una salvación que comienza ya. Es un mundo más bello, más humano, donde hay constructores de paz, hombres de corazón puro, siempre honestos, y entonces la vida de todos es más bella, más plena, más gozosa si se vive según el Evangelio.
Está abierta y es suficiente para muchos, muchísimos, de hecho, la gran sala está llena, vienen de Oriente y de Occidente y son una multitud y entran, no son mejores que nosotros ni más humildes, no tienen más méritos que nosotros, no es eso. Han acogido a Dios de mil maneras diferentes.
A Dios no se le merece, se le acoge. La salvación es acoger a Dios en mí, para que crezca mi parte divina, y así es como alcanzo la plenitud. Más Dios equivale a más yo.
La puerta es estrecha pero hermosa, de hecho la atraviesan ruidos de fiesta, una sala llena, una mesa preparada y un torbellino de llegadas, de colores, culturas, procedencias diferentes, un mundo donde los hombres se han convertido finalmente en hermanos, sin divisiones.
En la continuación de la parábola, la puerta se cierra y una voz dura dice: «Vosotros, no sé de dónde sois». Son como extranjeros, y sin embargo habían seguido la ley, habían ido a la Iglesia... Todos hemos sentido con dolor esta acusación: van a la iglesia y fuera son peores que los demás... Puede suceder, si voy a la Iglesia pero no acojo a Dios dentro.
Dios que entra y me transforma, cambia mis pensamientos, mis emociones, mis palabras, mis gestos. Me da sus ojos y un pedazo de su corazón. El Dios de la misericordia me enseña gestos de misericordia, el Dios de la acogida me enseña gestos de acogida y de comunión.
Y los buscará en mí en el último día. Y, al encontrarlos, abrirá de par en par la puerta.
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