Jesús reconoce a sus hijos en todos los rincones del mundo
Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. Por la puerta ancha quieren entrar los que creen tener el olor de Dios, envueltos en incienso, ritos y oraciones, y se jactan de ello. Por la puerta estrecha entra «el que tiene el olor de las ovejas» - Papa Francisco -, el obrero de Dios con las manos marcadas por el trabajo y el corazón bueno. Es la puerta del servicio.
Cuando el dueño de la casa cierre la puerta, vosotros llamaréis: Señor, ábrenos. Y Él dirá: No sé de dónde sois, no os conozco. Tenéis credenciales falsas.
De hecho, los que quieren entrar se jactan de cosas sin importancia: hemos comido y bebido contigo, estábamos en la plaza escuchándote... Pero esto solo puede ser una excusa, no significa que hayan acogido realmente su Evangelio. Su Palabra solo es verdadera si se hace carne y sangre.
A muchos contemporáneos de Jesús les sucedía precisamente esto: sentarse a la mesa con Él, escucharle hablar, emocionarse, pero todo quedaba ahí, no transformaba sus vidas. Así, nosotros podemos participar en Misas, escuchar sermones, decirnos cristianos, defender la cruz como símbolo de una civilización, pero todo esto no basta. La medida está en la vida.
La fe auténtica desciende a lo más profundo de ti, donde nacen las acciones, los pensamientos, los sueños, y desde allí irrumpe para plasmar toda tu vida, todas tus relaciones. Porque las cosas de Dios y las cosas del hombre son indisolubles.
De hecho, los que llaman a la puerta cerrada han realizado acciones por Dios, pero ninguna acción por los hermanos. No basta con comer a Jesús, que es el pan, hay que hacerse pan.
Apartaos de mí, todos vosotros que practicáis la injusticia. No os conozco. El reconocimiento está en la justicia. Dios no te reconoce por fórmulas, ritos o símbolos, sino porque tienes manos justas.
Te reconoce no porque hagas cosas por Él, sino porque con Él y como Él haces cosas por los demás. No sé de dónde sois: vuestra forma de ver a los demás está muy lejos de la mía, venís de un mundo diferente al mío, de otro planeta.
La conclusión de la parábola está llena de sorpresas. En primer lugar, se desmiente la idea de la puerta estrecha como puerta para unos pocos, para los mejores: todos pueden pasar.
Más allá de esa puerta, Jesús imagina una fiesta multicolor: vendrán del este y del oeste, del norte y del sur del mundo y se sentarán a la mesa. El sueño de Dios: hacer surgir hijos de todas partes. Los reúne, para ofrecerles la felicidad, de todos los rincones del mundo, clandestinos variopintos del Reino, los últimos en llegar y considerados por Él los primeros.
Jesús los reconoce por su olor, Él que se ha mezclado toda su vida con las ovejas perdidas, sufridas y enfermas. Los reconoce porque saben a Él.
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