jueves, 10 de julio de 2025

La puerta estrecha no es para los mejores, sino para los últimos.

La puerta estrecha no es para los mejores, sino para los últimos 

Dos imágenes poderosas: una puerta estrecha y, delante de ella, una multitud que se agolpa y empuja para entrar. 

Luego, con un cambio repentino de perspectiva, la segunda imagen nos lleva más allá de ese umbral estrecho, inmersos en un ambiente festivo, en una multitud multicolor y multiétnica: vendrán del este y del oeste, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa... 

La puerta es estrecha, pero se abre a una fiesta. Sin embargo, ese adjetivo nos inquieta. Pensamos inmediatamente que «estrecha» significa sacrificios y esfuerzos. Pero el Evangelio no dice eso. La puerta es estrecha, es decir, a la medida de los niños y los pobres: si no sois como los niños, no entraréis... 

La puerta es pequeña, como los pequeños que son la casa de Dios: todo lo que habéis hecho a uno de estos pequeños, a mí me lo habéis hecho... 

Y aunque fuera tan pequeña como el ojo de una aguja (¡qué difícil es para los que tienen riquezas entrar en el Reino de Dios, más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja!), y aunque fuéramos todos como camellos que intentan pasar torpemente, inútilmente, por ese ojo de aguja, he aquí la solución, encerrada en una de las palabras más bellas de Jesús, verdadera buena nueva: todo es posible para Dios (Mc 10,27). 

Él es capaz de hacer pasar un camello por el ojo de una aguja, Dios tiene pasión por lo imposible, diez camellos pasarán por ese minúsculo agujero. Porque nadie se salva por sí mismo, pero todos podemos ser salvados por Dios. No por nuestros méritos, sino por su bondad, por la puerta santa que es su misericordia. 

Lo dice el verbo «salvarse», que en el Evangelio es pasivo, un pasivo divino, donde el sujeto es siempre Dios. 

Cuando la puerta abierta se cierra, comienza la crisis de los «buenos». Hemos comido en tu presencia (alusión a la Eucaristía), has enseñado en nuestras plazas (conocemos el Evangelio y el catecismo), ¿por qué no nos abres? No sé de dónde sois, venís de un mundo que no es el mío. 

No basta con comer a Jesús, que es pan, hay que hacerse pan para los demás. No basta con ser creyentes, debemos ser creíbles. Y la medida está en la vida. «La verdadera fe no se muestra por cómo se habla de Dios, sino por cómo se habla y se actúa en la vida, de ahí entiendo si alguien ha permanecido en Dios» - Simone Weil -. 

La conclusión de la pequeña parábola está llena de sorpresas: se desmiente la idea de la puerta estrecha como puerta para unos pocos, para los mejores. Todos pueden pasar por las puertas santas de Dios. 

El sueño de Dios es hacer surgir hijos de todas partes, para ofrecerles la felicidad, una vida plena. Es posible para todos vivir mejor, y Jesús tiene la clave. Él los recoge de todos los rincones del mundo, clandestinos multicolores del Reino, los últimos en llegar y los primeros para Él. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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