lunes, 7 de julio de 2025

Donde está tu tesoro, allí está tu corazón.

Donde está tu tesoro, allí está tu corazón 

Haced un tesoro inagotable en el cielo, porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. Bienaventurado aquel siervo al que su señor, al llegar, encuentre trabajando. Pero si ese siervo dijera: «Mi señor tarda en venir», y comenzará a golpear a los siervos y siervas, a comer, a beber y a emborracharse, su señor lo castigará con severidad. Bienaventurados aquellos siervos a quienes su señor, al llegar, encuentre despiertos; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentarse a la mesa y se acercará para servirles (Lc 12,32-48). 

Jesús vinculó toda autoridad en la comunidad al servicio -Dietrich Bonhoeffer-; no solo hizo del servicio el nombre nuevo, el nombre secreto de la civilización, sino que también lo convirtió en lo específico de la relación recíproca entre el hombre y Dios. Nosotros, siervos de Dios, y Dios, que se hace siervo de sus siervos: los sentará a la mesa y pasará a servirles. 

Tres veces resuena la invitación: Estad preparados. Pero ¿qué espera el siervo fiel? Del futuro no viene algo, sino Alguien. Al final de la noche, surge el esplendor de un encuentro. Y no con el Dios ladrón de la vida, sino con un Dios que se hace siervo de sus siervos, que se inclina ante el hombre y lo honra, que alegra y nutre la vida, amante de la vida. Al final de la noche... 

La fidelidad de ese siervo no se considera un simple acto debido, un deber cumplido, sino que es para Dios una alegría y una sorpresa. Quizás ese siervo da a Dios más de lo que Dios mismo esperaba, es capaz de sorprenderlo y maravillarlo, capaz de hacerlo gozar. Y por eso genera una respuesta excesiva y liberadora, más allá de lo debido y lo justo, en el ámbito del puro don. 

Bienaventurado ese siervo que Dios encontrará vigilante. ¿Por qué bienaventurado? La suerte del siervo no radica en haber sabido pasar la noche velando, sino que nace mucho antes, del hecho de que el amo confía en él y le encarga su casa. Dios tiene fe en el hombre. 

La confianza de mi Señor me conquista, en ella pongo mi corazón, a ella respondo, mi primer salmo: Bienaventurado el hombre porque Dios tiene fe en él. Y la fe del siervo responde a la fe de Dios, y el siervo administra con alegría más un patrimonio de amistad recíproca que de casas y bienes. 

Entonces, donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón. El verdadero tesoro son siempre las personas y nunca las cosas. Para el siervo infiel, el tesoro es el poder sobre los demás, la posibilidad de mandar y las ventajas que ello conlleva. Para él, que ha puesto su corazón en las cosas, el encuentro al final de la noche será el doloroso descubrimiento de haber mortificado su vida y la de los demás, de tener en sus manos solo el llanto de una vida equivocada. 

Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. ¿Y qué es tu tesoro sino el cúmulo de tus esperanzas y las personas por las que te angustias y sufres? Un tesoro de personas y esperanzas es el motor de la vida. Mi tesoro es un Dios que se hace servidor. 

El corazón vive si le ofrecemos tesoros que amar, esperar, buscar. De lo contrario, no vive. Nuestra vida está viva si hemos cultivado tesoros de personas, tesoros de esperanza, la pasión por el bien posible, por la sonrisa posible, por el amor posible, por un mundo mejor posible. 

Nuestra vida está viva cuando tiene un tesoro por el que vale la pena ponerse en camino, en una gloriosa emigración hacia la vida, hacia Aquel que se llama Amor, pastor de constelaciones y de corazones, que al final de la noche nos sentará a la mesa y se pondrá a servirnos. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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