lunes, 7 de julio de 2025

Velemos - San Lucas 12, 32-48 -.

Velemos - San Lucas 12, 32-48 - 

¡No temáis, pequeño rebaño! 

La palabra fuerte y tranquilizadora de Jesús nos alcanza en este momento conflictivo y violento, quejumbroso y banal, resignado y despreocupado, y nos ayuda a orientar la vida, a devolverle sentido, vigor y esperanza. 

¡No temáis, pequeño rebaño! 

Sí, somos un pequeño rebaño, somos pocos, pero elegimos tener un solo pastor, el pastor hermoso que sabe adónde llevarnos, que, a diferencia de los mercenarios, se interesa por nosotros por lo que somos, no por lo que producimos. 

¡No temáis, pequeño rebaño! 

No tengamos miedo, aunque nos cueste (¡cuánto!) no perder la esperanza. Pero confiamos, tenemos fe, como el padre Abraham, como Sara, porque nos hemos descubierto amados, y hemos elegido amar. 

La confianza nace de la experiencia: hemos conocido cuánto nos ama el Señor Jesús. 

Sabemos que ha dado su vida por nosotros. Porque Dios ama con un amor libre y liberador, vital y vivificante, concreto y cotidiano. 

No debemos temer porque al Padre le ha complacido regalarnos el Reino. 

Nos ha sido regalado, donado, sin condiciones, gratuitamente. 

Porque Dios es así: da. Y se da a sí mismo. 

El Reino está donde Dios reina, donde mora su presencia de luz y paz. 

Pero para darnos cuenta de su presencia, para no dejarnos abrumar por el miedo, para descubrir realmente que el Reino está entre nosotros, que ya está aquí, debemos vivir como personas libres y debemos velar. 

Buenos administradores 

Hagamos cuentas, con serenidad y seriedad. 

Veamos qué vale la pena vivir, dónde estamos invirtiendo tiempo y energía, recursos y cualidades en nuestra vida. Si el Evangelio es solo un apéndice (sano y santo) dentro de nuestra vida cotidiana o si, por el contrario, ha cambiado nuestra forma de ver las cosas. 

El tiempo que estamos viviendo es un tiempo intermedio, en espera de que vuelva el Señor de la gloria. 

A nosotros, aquí y ahora, Dios nos confía la gestión del Reino, para hacerlo presente, para vivir como hijos de Dios. Nuestras comunidades se convierten entonces en sucursales del Reino, páginas publicitarias de la nueva humanidad porque está reconciliada, profecía de un mundo nuevo. 

Aunque no seamos capaces, aunque no seamos dignos, aunque cojeemos. 

Por eso hacemos sinodalidad: para preguntarnos con franqueza evangélica si la forma en que anunciamos es la mejor forma, hoy, de hablar de Dios. 

Estad preparados 

Estad preparados, advierte Jesús. 

Listos para viajar, listos para cuestionar todo resultado, toda certeza, más aún si proviene de la fe y la religiosidad. Si hemos comprendido que nuestro corazón está hecho para el infinito y buscamos el infinito, estemos dispuestos a buscarlo infinitamente. 

Es la actitud saludable del discípulo, la conciencia del «ya sí y todavía no». 

Ya conozco a Dios, pero todavía no lo poseo. 

Ya he vivido una experiencia afectiva maravillosa, pero sé que ningún amor llena mi corazón definitivamente. 

Ya he descubierto, a la luz del Evangelio, cuánta gracia y luz interior llenan el corazón, pero aún vivo momentos de desánimo y oscuridad. 

Ya he comprendido quién soy, pero aún no sé quién seré. 

Una tensión sana, hermosa, que nos lleva a lo esencial, que nos separa de la pesadez de la cotidianidad, que nos devuelve al realismo. 

Estad preparados, nos pide el Maestro. Y nosotros velamos en la noche. 

Esta noche de la Historia. Cada noche. Escudriñando el Oriente, esperando la aurora. 

¡Cuánta fe nos pides, Señor! 

Nómadas 

Como Israel, cuyas hazañas, enfatizadas y mitificadas, leemos, también nosotros estamos llamados a salir de la esclavitud, de toda esclavitud, para aprender, en el desierto, a confiar en Dios. Esclavos de la idea que tenemos de nosotros mismos, esclavos y preocupados por la imagen que debemos dar a los demás, esclavos de las falsas necesidades que nos suscita la publicidad, podemos redescubrir, a la luz de la Palabra, que o el hombre es buscador o no es, o el hombre es mendigo o no es. O el hombre está en camino interior o no es. 

Que la vida, que toda vida, es una liberación interior progresiva. 

¡Cuánta fe nos pides, Señor! 

Abraham escucha su voz interior. 

No es un joven presa de delirios místicos: es un hombre realizado, no abrumado por pasiones impetuosas. Es un hombre probado por la vida, desilusionado y que, sin embargo, siente una llamada irrefrenable hacia la interioridad. «Ve», siente en su corazón, «ve a ti mismo». 

¡Loco Abraham, que dejará todas sus certezas y su papel social para seguir un instinto interior, para reencontrarse a sí mismo! Y este gesto suyo será inmensamente fecundo: él es el padre de todos los que buscan a Dios. 

Ve a ti mismo, amigo, hermano, descúbrete viajero, en serio. 

Aunque pienses que has vivido lo suficiente, o que has sufrido demasiado, o que has tomado tus decisiones. 

Todos somos extraordinariamente libres, capaces de emprender nuevos caminos incluso cuando todo parece decidido, erróneo, inamovible. 

Ve a ti mismo. 

La espera 

La vida se convierte entonces en una espera inquieta (y feliz), la espera del regreso, la espera del encuentro con el amo que vuelve de la boda. 

Espera: mi vida, tu vida es espera. 

De un sentido, de superar tu dolor, de la clave para comprender tu vida, de una persona a quien amar, de un hijo a quien abrazar y besar, de un mundo mejor, de la luz infinita que ilumine tus miedos, de Dios. 

Espera. 

El hombre es el único ser vivo capaz de esperar, de velar, de insistir, de creer. 

Por la noche, a menudo, en el largo y denso silencio de la noche, sentimos crecer nuestra fe, abandonarse nuestro corazón, comprendemos lo que es esencial para nosotros. Por la noche, como centinelas que esperan el amanecer, nos convertimos en creyentes, en discípulos. 

Cuando las rodillas tiemblan, cuando el cansancio es grande, cuando nos parece que no podemos esperar, cuando la desesperación presiona la puerta del corazón, podemos mirar a los testigos, mirar a los padres de la fe, a los muchos, a los muchísimos que, como nosotros, creyeron en la noche y vieron la luz, al fin. 

La fe es este misterioso ya y todavía no, este silencio ensordecedor, esta noche luminosa. 

Velemos, pues. 

Amados. Amando. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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