viernes, 18 de julio de 2025

El poder de un grano de fe.

El poder de un grano de fe 

Los discípulos dijeron al Señor: «Aumenta nuestra fe». En el Evangelio, todas las oraciones de hombres, mujeres, enfermos, pecadores y discípulos se resumen en dos únicas peticiones. La primera: «Señor, ten piedad»; la segunda: «Aumenta nuestra fe». Aquí se resume el universo del corazón, nuestro mundo de dolor y misterio. 

Aumenta la fe: porque sin fe no hay vida humana. ¿Cómo sería posible vivir sin confiar en alguien? Nos humanizamos a través de relaciones de confianza, empezando por los padres y las madres. La fe es una fuerza inmensa que penetra el universo. 

Si tuvierais fe como un grano de mostaza. Un grano microscópico, basta muy poca fe, casi nada: es cuestión de calidad, no de cantidad. No una fe segura y arrogante, sino aquella que en su fragilidad tiene aún más necesidad de Dios, que en su pequeñez tiene aún más confianza en Él, y se abandona, se entrega. 

Podéis decirle a esta morera: «Arráncate y vete a plantarte en el mar». 

He visto el mar llenarse de árboles. Fuera de la metáfora: he visto misioneros vivir en lugares imposibles; he visto hombres y mujeres de fe, en su casa, llevar problemas sin solución, con un coraje de leones; he visto muros infranqueables de odio disolverse. He visto moras volar sobre el mar, y no a través de milagros espectaculares, sino con el milagro cotidiano de un amor que no se rinde. 

También vosotros, cuando hayáis hecho todo, decid: somos siervos inútiles. 

Una palabra que parece contradecir otros pasajes del Evangelio (bienaventurado ese siervo... el amo lo sentará a la mesa y le servirá), que nos sorprende con el adjetivo «inútiles». 

Inútil significa que no sirve para nada, incapaz. Pero este no es el sentido original de la palabra: siervos no tanto inútiles, sino que no esperan nada a cambio, que no buscan una ventaja; siervos sin pretensiones, sin reivindicaciones, sin segundas intenciones, que no necesitan nada más que ser ellos mismos, que actúan sin otro fin que la única motivación del amor. 

Escribe la Madre Teresa de Calcuta: en nuestro servicio no cuentan los resultados, sino cuánto amor pones en lo que haces. 

El servicio es más verdadero que sus resultados, más importante que la recompensa y los éxitos. 

La verdadera fe no es plantar árboles en el mar, ni siquiera Jesús lo hizo. La verdadera fe está en el milagro de decir: quiero ser simplemente servidor de aquellas vidas que me han sido confiadas: mi marido, mi mujer, mis hijos, el anciano que ha perdido la salud, y ni siquiera pretendo su curación. 

Servidor como mi Señor, que vino a servir, no a ser servido. Me bastan entonces grandes campos que arar, un grano de fe y ojos nuevos llenos de esperanza. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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