La fe, un «nada» que puede «todo»
Jesús acaba de presentar su propuesta: «la única medida del perdón es perdonar sin medida», lo que a los discípulos les parece un objetivo inalcanzable, más allá de sus fuerzas, y brota espontáneamente la petición: «Aumenta nuestra fe». Por nosotros mismos nunca lo conseguiremos.
Pero Jesús no accede a la petición, porque no le corresponde a Dios añadir, aumentar o incrementar la fe, no puede hacerlo: es la respuesta libre del hombre al cortejo de Dios.
Jesús cambia la perspectiva desde la que se mira la fe, introduciendo como unidad de medida el grano de mostaza, proverbialmente el más pequeño de todas las semillas: no se trata de cantidad, sino de calidad de la fe.
Fe como grano, como migaja; no la fe segura y arrogante, sino la que, en su fragilidad, necesita aún más a Dios, la que, por su pequeñez, confía aún más en su fuerza. Entonces basta un grano, poco, incluso menos que poco, para obtener resultados impensables.
La fe es una nada que lo es todo. Ligera y fuerte. Tiene la fuerza de arrancar árboles y la ligereza de hacerlos volar sobre el mar: si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este morera arrancada: «Yo he visto árboles volar, he visto el mar llenarse de moras».
He visto, fuera de la metáfora, a discípulos del Evangelio llenar el horizonte de hazañas que superan las fuerzas humanas.
A continuación, sigue una pequeña parábola sobre la relación entre el amo y el siervo, que comienza como una fotografía de la realidad: ¿Quién de vosotros, si tiene un siervo que ara, le dirá cuando vuelve: Ven y ponte a la mesa? Y termina con una propuesta desconcertante, al estilo típico del Señor: «Cuando hayáis hecho todo, decid: somos siervos inútiles».
Entendamos bien: siervo inútil significa no determinante, no decisivo; indica que la fuerza que hace crecer la semilla no pertenece al sembrador; que la fuerza que convierte no está en el predicador, sino en la Palabra. «Nosotros somos las flautas, pero el soplo es tuyo, Señor».
Entonces entiendo que pedir «aumenta mi fe» significa pedir que esta fuerza vivificante entre como savia en las venas del corazón.
Inútil es aquel que, en una sociedad que solo piensa en el beneficio, apuesta por la gratuidad, sin buscar su propio provecho, sin alardear de méritos. Su alegría es servir a la vida, custodiando con ternura a quienes le han sido confiados.
En el Evangelio nunca se dice que el servicio es inútil, sino que es el nombre nuevo, el nombre secreto de la civilización. Es el nombre de la obra realizada por Jesús, que vino a servir, no a ser servido.
Como Él, yo también seré siervo, porque es la única manera de crear una historia diferente, que humaniza, que libera, que planta árboles de vida en el desierto y en el mar.


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