Esos milagros realizados por siervos inútiles
¡Arráncate y plántate en el mar! Sin embargo, puedo decir que he visto el mar llenarse de árboles. Muchas veces he visto lo imposible: eran plantaciones enteras de testigos, de hombres de buena voluntad, arraigados en lugares imposibles, en mares embravecidos, labrando el presente y el futuro, no con resultados espectaculares, sino con el prodigio cotidiano de un amor que no se rinde; que aunque no detiene la violencia, no se rinde; que aunque continúan las disputas y los enfrentamientos, no se doblega.
Con fe como un grano de mostaza; no esa fe segura y arrogante, sino la que en su fragilidad necesita aún más de Él, la que en su pequeñez tiene aún más confianza en Él. Si tuvierais fe como un grano de mostaza...
¿Cómo puedo saber si tengo fe?
Jesús responde indicando cuál es la medida de la fe: ser siervo. «Cuando hayáis hecho todo, decid: somos siervos inútiles».
Inútiles nosotros, pero nunca es inútil el servicio. Porque la fuerza está en la Palabra, no en el predicador, la fuerza está en la semilla, no en el sembrador; porque quien infla de vida los granos hasta que brotan árboles es el Señor.
«Inútil», en su origen significa: «sin pretensiones, sin exigencias, sin reivindicaciones», somos siervos que no necesitan nada más que ser ellos mismos, su gloria es haber servido.
Podemos apelar a la mayor simplificación: una vida de servicio no es inútil, es una vida sin pretensiones. No necesita aplausos, consensos, gratificaciones, éxitos. Ni siquiera de un Dios que «me ponga a la mesa y me sirva».
Lo verdadero es el servicio, no la recompensa. La verdadera fe es amar a Dios más que las consolaciones de Dios.
Solo necesito ser yo mismo, trabajando por las cosas que amo, con mi frágil humanidad, con la alegría y el esfuerzo de creer, con mis granos de fe, con mi parte de dones y mi porción de fuego, con un corazón que de vez en cuando se enciende por Dios, y espero que cada vez más a menudo.
No necesito nada más. Es más, necesito otra cosa: grandes campos que arar y la espectacular paciencia de Dios, que tanto ha sembrado en mí para sacar casi nada.
Yo sirvo porque también Dios es el servidor de la vida. Y servir me hace a su imagen y semejanza.
Yo sirvo porque Jesús es el Siervo sufriente. Y ha elegido el sufrimiento, el medio más escandalosamente inútil, para curar nuestras heridas.
Yo sirvo porque es la única manera de crear una historia que humaniza, que libera, que planta árboles de vida en el desierto y en el mar.
Sirvo, no por recompensa o por castigo, como los niños; no por sanciones o recompensas, como los temerosos, sino por necesidad vital.
Y para ello me bastan grandes campos, un grano de fe y los ojos de un profeta para ver el sueño de Dios como una gota de luz atrapada en el corazón vivo de todas las cosas.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


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