El post-teísmo de Jesús de Nazaret
¿Es posible superar el teísmo, es decir, «la idea de un Dios absolutamente separado del mundo que interviene desde fuera para salvarlo»?
Y, sin embargo, hasta existe una verdadera necesidad de superar el teísmo. Es bueno, es interesante que toda imagen de Dios sea siempre superable, corregible, perfeccionable. Dios nunca es un objeto circunscrito por una teología concluida. Es una gran realidad. Y una grande necesidad.
El teísmo concibe a un dios mágico, omnipotente, separado del mundo, amo, juez arbitrario, modelo fácil de los tiranos, que quiere salvarnos desde fuera de nosotros. El Dios de la ley, del premio y del castigo. En el Dies irae se le llamaba Rex tremendae maiestatis. Un Dios Terror, no Amor. No nos hace felices. Nos creamos continuamente ídolos falsos. Si despertamos, nos liberamos de ellos.
Entre los muchos perfiles de Dios, nítidos o difuminados, hay una propuesta, honesta y clara, en el corazón del evangelio que nos llegó de Jesús de Nazaret: «Nadie ha visto jamás a Dios». El Evangelio parte de nuestra ignorancia sobre Dios, de la necesidad de romper la imagen dominante y de revisar continuamente su imagen, para que sea más verdadera.
«Nadie ha visto jamás a Dios». Esto significa, al menos, dos cosas en el Evangelio:
1) Juan 1,8. Jesús «explicó» a Dios, lo presentó en su propia persona; Jesús está en relación viva, filial, íntima con Dios, está animado en plenitud por su Espíritu. Dios se manifiesta en el hombre Jesús, en Él se ha hecho carne humana. Dios es humano en Jesús.
2) Primera Carta de Juan 4,12. Nadie ha visto nunca a Dios, pero si nos amamos unos a otros, está aquí, lo experimentamos presente, es una realidad viva, mucho más allá de los conceptos y de las definiciones.
Jesús es persona humana y manifiesta en sí mismo un Dios humano y personal. El Dios de Jesús es solidario con nosotros, es persona que convive, amigo, espíritu animador íntimo de libertad, presente en las relaciones de amor y justicia, estimulador y sostén de la continua recuperación en el camino del bien. Hasta va a ser que Jesús sea el post-teísta más radical por su claridad y rotundidad.
E imagino así el Dios revelado en Jesús: un Dios humano. Algunos dicen que no, que sería demasiado humano. ¿Lo hemos humanizado demasiado? Es justo corregir la imagen filosófico/metafísica de Dios, tan cómoda para algunos discursos religiosos. Y devolverla a lo humano cercano, como hace Jesús también en el diálogo muy transparente con la samaritana.
A esta mujer, Jesús se le revela de manera privilegiada y le dice que la relación con Dios no está en el Templo sagrado, sino «en espíritu y en verdad», es decir,
1.- es una relación íntima y elevada, cercana y esencial, en el espíritu,
2.- es una relación horizontal, humana, en la vida cotidiana entre hermanos y hermanas humanos.
También la ciencia de la naturaleza y las ciencias humanas nos instan a repensar la vieja imagen y la vieja relación con Dios. Llegan respuestas que podemos escuchar con un signo de interrogación: ¿Dios es una energía? ¿Es como la fuerza de la gravedad y el despertar de la primavera? ¿Es un fenómeno de la naturaleza? ¿Es la naturaleza misma en su admirable vitalidad? O bien: ¿Dios es solo una parte de nosotros? ¿La parte más profunda de nosotros?
Yo creo, en cambio, que Dios es un Tú, Otro pero Íntimo a nosotros. Está bien cuestionar la imagen de un ser lejano, todopoderoso e inalcanzable, pero Dios no puede disolverse en nuestra psicología: es un Tú, frente a nosotros.
Las palabras más esenciales del mensaje de Jesús sentimos que entran en sintonía profunda con nuestro ser, pero intuimos que provienen de otra parte, y precisamente por eso son gracia, don, que hay que acoger con asombro y gratitud, y hacer florecer. La imagen intolerable de Dios es superada por la revelación de Jesús, pero no reducida a una parte de nosotros: Dios es vida grande, absolutamente nueva, otra, y al mismo tiempo presencia íntima. Es Otro e Íntimo. Dios grandeza buena y cercanía íntima… de Aquél que es “interior intimo meo et superior summo meo” (San Agustín de Hipona).
En esta estimulante búsqueda nos encontramos al menos con una dificultad: se piensa en Dios como no persona. Dios no sería personal. ¿Qué significa esto? ¿Pensarlo como persona sería humanizarlo demasiado, según nuestro modelo? Pero si no es persona, ¿cómo puede ser relación?
En el Evangelio de Jesús, Dios es Amor, efusión de vida, de bien, de bondad, de… Si lo reconocemos así, Dios es una persona consciente de sí misma, no es un fenómeno que ocurre y no refleja, que no sabe nada de sí mismo, que no es consciente. Pensar a Dios como un fenómeno, como energía cósmica, es panteísmo, es cosmología, no sé si es religión, si es fe. Para mí la fe es una relación íntima, de confianza, de entrega, de comunicación. Pero una relación solo se da como intercambio entre conciencias y voluntades personales.
La fe cristiana está «más allá de las religiones», porque no es culto, no es deuda, no es doctrina, sino comunión de vida. Conocemos a Dios a nuestra imagen porque nosotros somos imagen suya. Lo pensamos a nuestra imagen, porque Dios nos pensó a su imagen. Por eso la guerra es «sacrilegio», porque la violación del hombre es violación de Dios. Aquí está el fundamento máximo de la dignidad de la persona humana.
Los seres humanos pecamos haciendo de Dios nuestro instrumento, la peor imagen de nosotros mismos: dominio de las conciencias, fundamento de los tronos, capellán militar de los ejércitos… Dios nos es tan familiar que lo usamos, lo ofendemos, lo perdemos. Si fuera «otra cosa», no podríamos ofenderlo: el Acto Puro de Aristóteles no se ocupa de nosotros y no nos interesa: solo está escrito en un tratado de metafísica, no tiene relación con nosotros.
Al hacerse humano, Dios se pone en nuestras manos, en peligro, pero también es siempre Otro, inaprensible. Lo clavamos en nuestros sistemas, pero su vida no se detiene y se fija como queremos nosotros. Es vida que da vida, y no es engullida ni contenida en nuestra vida. Dios se parece a nosotros porque nosotros nos parecemos a Él.
Conocemos a Dios en la relación, no en la esencia. Si Dios es una presencia, si Dios no es una idea reguladora, una imagen mental, mutable a nuestro antojo, precisamente no una persona, no una realidad, es necesario aprender a escuchar. Primero hagamos silencio para despejar la mente de ruidos, pero luego practiquemos el escuchar: el escuchar recíproco y el escuchar universal. La Biblia es una petición de escuchar: «Shema Israel» - Deuteronomio 4 -.
Los poetas escuchan. Entienden y dicen lo que escuchan. Solo los distraídos, ocupados con demasiadas cosas, no escuchan, no son poetas. Tampoco escuchan aquellos que ya lo tienen todo definido. Alguien atento a escuchar se da cuenta, en alguna experiencia, de que otros escuchan: «He observado la miseria de mi pueblo en Egipto y he oído su clamor a causa de sus capataces; conozco sus sufrimientos» (Éxodo 3, 7-10). Observa, escucha, conoce. Se revela a los esclavos alguien que sabe ver, escuchar, conocer. Nos damos cuenta de que podemos estar en una historia de liberación.
La religión es amistad, es esperanza, es vida… una red de amistades de esperanzas, de vidas... Pero también la religión puede ser la manía de supersticiosos asustados o de los rigoristas rígidos. Depende de lo que observes, de lo que escuches, de lo que conozcas.
Oponer la religión verdadera a las religiones falsas es una declaración de guerra. Y así como no quiero la guerra que mata, tampoco quiero la religión que excluye. La que declara la guerra no es mi religión. He escuchado la Biblia, el Corán, el Talmud, Buda, Confucio, ... No como un estudioso especializado, sino como una persona que vive. El Evangelio me habla más que todos los demás. Habla el idioma que esperaba. La poesía es religión y la religión es poesía. Todos somos poetas, si nos liberamos.
La religión es libertad; más allá de la necesidad del aire y del pan, comienza la libertad: admiro la naturaleza, busco la fuente de la belleza y la paz, busco alimento para el espíritu, que no debe desesperarse, morir y, peor aún, matar para saciarse.
Y me gusta que las religiones sean modestas y serenas, que no se jacten de su saber, de ser «Vicarios de Dios en la tierra», de encerrar a Dios en sus Templos, y que recuerden lo que dijo Jesús a la samaritana (Juan 4) de la adoración o del culto a Dios en espíritu y en verdad. A ella Jesús le hizo digna de la más alta confianza, mucho más que a los maestros de la Ley de los magisterios judíos o cristianos.
La fe cristiana es una fe «sin fronteras». Y podemos estar agradecidos a una fe que es invisible, que se adentra hasta la profundidad o que se eleva hacia las estrellas porque es una fe que no está dividida por la diversidad de cultos, sino que está formada por todos los buscadores de la verdad.
Sí creo que si perdemos en Dios el carácter personal, de un Tú vivo, con el que tenemos una relación de conocimiento, simpatía (sentir-sufrir juntos), diálogo, escucha y expresión, perdemos simplemente a Dios, todo Dios. Si Dios es solo una energía, una fuerza, yo, que soy solo «un vapor» (Blaise Pascal, 347), soy más que él, porque tengo conciencia de persona: sé que soy.
Escucho la historia de las sabidurías humanas: hablan nuestra lengua, las sabidurías escuchan, no crean, sino que recogen la voz de las cosas porque las escuchan. Jesús dice que da a conocer. No crea. Jesús deja traslucir. No organiza sino que revela. No instituye sino que acompaña para dejar asomar y entrever un Misterio aún más grande. Todo en nosotros es recibido -“Todo me lo ha dado mi Padre (Mt 11, 27)”-. Por eso Jesús está agradecido -“Te doy gracias, Padre, porque has revelado estas cosas a los humildes y pequeños” (Mt 11, 25)-.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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