miércoles, 9 de julio de 2025

Gaza: un test moral para la civilización.

Gaza: un test moral para la civilización

Lo que está sucediendo en Gaza es un test moral en dos sentidos, diferentes pero relacionados.

 

En el ámbito personal de cada uno, es una oportunidad para hacer examen de conciencia, porque nos obliga a enfrentarnos a algo que pone en tela de juicio nuestras certezas. Sabemos bien que no es la primera vez que una violencia sistemática y brutal golpea a una población hasta el punto de poner en peligro su integridad e incluso su supervivencia. Sin embargo, es la primera vez que estos actos se producen «ante los ojos» - en directo…, no en diferido… - de toda la comunidad internacional. Esta expresión ya no es una forma de hablar, debemos tomarla en sentido literal. Cualquiera, en casi cualquier lugar, puede conectarse a las redes que difunden imágenes, voces, relatos.

 

Pocos minutos después de un bombardeo, ya sabemos que ese niño o esa niña han sido asesinados junto con su familia, o que ese chico que había salido a buscar comida no ha vuelto porque le han disparado. En muchos casos, vemos en tiempo real, o casi, los cuerpos martirizados de estas víctimas, o asistimos a la agonía desgarradora que es la última parte de su corta vida. Vemos a madres y padres que lloran a sus hijos e hijas, a hermanos y hermanas que se despiden, a niños que llevarán toda su vida las marcas de una violencia despiadada.

 

Todo esto es terrible y provoca en muchos una comprensible reacción de huida. Sin embargo, escapar no apacigua la conciencia. En cierto sentido, faltaríamos al respeto que nos debemos a nosotros mismos como personas dotadas de razón si decidimos ignorar esos cuerpos, apartar la mirada de esos rostros o no escuchar esas voces. No podemos elegir no saber, una vez que hemos sabido. Aunque no estemos en condiciones de salvar a los habitantes de Gaza, porque no tenemos los medios individuales para hacerlo, podemos dar testimonio de lo que les ha sucedido a estas víctimas en la medida en que somos conscientes de ello, resistiendo la tentación de sofocar la consternación y la ira tratando de pensar en otra cosa.

 

El testimonio es esencial, como lo fue en el genocidio armenio y en el Holocausto, pero no es suficiente. También hay que responder a la pregunta de «por qué» está sucediendo todo esto. ¿Puede una atrocidad justificar otra? ¿Puede la sangre de un inocente compensar la muerte violenta de otro inocente?

 

Incluso quienes admiten que hay casos en los que el uso de la fuerza es justificable —por ejemplo, para repeler un acto de agresión potencialmente letal— no podrían responder afirmativamente a estas preguntas. No pueden, porque saldrían del perímetro marcado por el principio supremo de la moralidad: el respeto igualitario que debemos a las personas.


 

Esto nos lleva al segundo sentido en el que lo que está sucediendo en Gaza es una prueba moral: la pública, que tiene que ver con la esfera de las relaciones entre las personas dentro de una comunidad política y entre las comunidades políticas a nivel internacional. En esta dimensión, lo que se pone a prueba no es la conciencia individual, sino la colectiva, que se expresa en la capacidad de razonar juntos sobre lo que está bien y lo que está mal (por eso quienes quieren que la masacre continúe hasta sus últimas consecuencias están tan decididos a impedir que haya una conversación libre sobre las atrocidades cometidas por el ejército israelí).

 

Aquí las preguntas se refieren en primer lugar a las normas. La idea misma de derecho es incompatible con la de doble rasero. Si un acto es contrario al derecho penal internacional, lo es siempre, sea quien sea el responsable. El ataque que el Gobierno israelí, con la complicidad de la mayoría de los países europeos y de Estados Unidos de América, ha llevado a estas normas está cambiando el entorno normativo en el que vivirán nuestros hijos e hijas.

 

Las noticias hasta hacen pensar que nos estamos acercando a la fase final de la destrucción de Gaza, que podría conducir al traslado a otro lugar de lo que queda de la población local.

 

Lo que se consideraba «impensable» vuelve a ser actual. Al afirmar con declaraciones y actos el doble rasero, los gobiernos que se han alineado en defensa de la guerra de Israel contra la población civil de Gaza plantean también una cuestión de moralidad pública de la que no podemos eludir.

 

¿Estamos dispuestos a aceptar el retorno a una mentalidad como la de los juristas del siglo XIX, que reservaban la protección del derecho internacional solo a las «naciones civilizadas»? ¿Estamos dispuestos a asistir sin hacer nada al retorno del privilegio de una «civilización occidental» tras la cual se esconde un supremacismo cada vez más agresivo, ante el cual incluso los «moderados» inclinan la cabeza? Israel «hace el trabajo sucio por nosotros», dijo Friedrich Merz. ¿Queremos que esta frase entregue a la historia lo que hemos sido y nuestro sentido moral?


 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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