La riqueza que nace del compartir
La campaña de un hombre rico había dado una cosecha abundante: una doble bendición según la Biblia, pero todo está corroído por un gusano mortal. Escucha la parábola y verás que el fondo de la historia del hombre rico está vacío. El hombre rico está solo, encerrado en el círculo amurallado de su yo, obsesionado por la lógica de la acumulación, con un solo adjetivo en su vocabulario: «mío», mis cosechas, mis almacenes, mis bienes, mi vida, mi alma.
Ningún otro personaje entra en escena, ningún nombre, ningún rostro, nadie en la casa, nadie en la puerta, nadie en el corazón. Una vida desoladoramente vacía, de la que incluso Dios está ausente, sustituido por el ídolo de la acumulación. Porque el rico nunca tiene suficiente. Invierte en almacenes y graneros y no sabe jugar en la mesa de las relaciones humanas, única garantía de felicidad. He aquí el detonante del drama: la soledad total.
La acumulación es su idolatría. Y los ídolos acaban devorando a sus propios devotos. Engañándolos: «Alma mía, tienes muchos bienes para muchos años, diviértete y disfruta de la vida». ¿Es este, al fin y al cabo, el error que lo arruina todo? ¿Querer disfrutar de la vida? No. También para el Evangelio es evidente que la vida humana es, y no puede ser otra cosa que una búsqueda incesante de la felicidad. Pero el reto de la felicidad es que nunca puede ser solitaria, y siempre tiene que ver con el don.
El hombre rico ha entrado en la atrofia de la vida, ya no ha entrenado los músculos del don y de las relaciones: Necio, esta misma noche... Necio, porque vacío de rostros, solo vive una larga muerte. Porque el corazón solitario se enferma; aislado, muere. Así se alimenta la propia muerte. De hecho: esta misma noche se te pedirá que devuelvas tu vida... Estar vivo mañana no es un derecho, es un milagro. Volver a ver el sol y los rostros queridos por la mañana no es ni obvio ni debido, es un regalo. Y que mañana los miles de millones de células de mi cuerpo sigan estando todas conectadas, coordinadas y solidarias entre sí es un prodigio improbable.
¿Y lo que has acumulado, de quién será? La pregunta última, la única que queda cuando ya no queda nada, suena así: después de que hayas pasado, detrás de ti, en tu mundo, ¿queda más vida o menos vida? Único bien.
La parábola recuerda las sencillas y subversivas leyes evangélicas de la economía, aquellas que invierten las reglas del juego y que se pueden reducir a solo dos: 1. no acumular; 2. si tienes, tienes también para compartir.
Ante Dios, solo somos ricos en lo que hemos compartido; somos ricos en uno, en muchos vasos de agua fresca dados; en uno, en cien pasos dados con quien tenía miedo de quedarse solo; somos ricos en un corazón que ha perdonado siete veces, setenta veces siete.
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