Pobreza y libertad: el bagaje de la vida
Un hombre rico tuvo una cosecha abundante. Hay un detalle que me llama la atención: no hay nadie alrededor de este hombre. Ningún nombre, ningún rostro, nadie en la casa, nadie en el corazón. ¡Rico y en medio del desierto! La riqueza crea un desierto de relaciones auténticas, las cosas ahogan los afectos verdaderos.
Un hombre solo y no feliz, porque la felicidad depende de dos cosas: nunca puede ser solitaria y tiene que ver con el don. Solitario, el corazón enferma; aislado, muere.
Un hombre que repite continuamente un único adjetivo: «mío»: mis cosechos, mis almacenes, mis bienes, mi vida, mi alma. Esta obsesión por lo mío. Las cosas dominan su futuro, su vida gira en torno a ellas.
Vivir así es morir lentamente. De hecho: «Necio, esta noche morirás», es más, ya estás muriendo, has alimentado, has nutrido la muerte dentro de ti. El hombre no vive solo de pan, es más, solo de pan, solo de cosas el hombre muere...
Necio, dice Jesús, no porque seas malo, sino porque eres poco inteligente. Ha invertido en el producto equivocado, en el dinero y no en el amor.
Tu vida no depende de tus bienes. Jesús no desprecia los bienes de la tierra, como si quisiera desamorarnos de la vida, sino que ofrece una respuesta a la pregunta de la felicidad. El Evangelio da por sentado que la vida humana es, y no puede ser otra cosa, una búsqueda incesante de la felicidad.
¿Quieres una vida plena, la verdadera felicidad? No vayas al mercado de las cosas. Las cosas prometen lo que no pueden cumplir. Dirige tu deseo hacia otra cosa, desea otra cosa, un mundo donde la evidencia no sea: más dinero es bueno, menos dinero es malo; un mundo como Dios lo sueña, que tiene por límite el amor y la luz.
Si no depende de los bienes, ¿de qué depende entonces la vida? De tres cosas: de tu vida interior, de las personas que te rodean, de una fuente que no está en ti, sino en Dios. Y estas tres cosas deben estar en comunión, entrelazadas entre sí. Entonces estás vivo.
Un día, un visitante llegó a la celda de un monje del desierto. Y conversando le preguntó: ¿por qué tienes tan pocas cosas en tu celda? Una cama, una mesa, una silla, una lámpara. El monje respondió: ¿y tú por qué solo tienes una bolsa contigo? Pero es que estoy de viaje, respondió el visitante. Y el monje: yo también estoy de viaje.
Frágil y precaria es la vida, pero no porque termine, sino porque siempre está encaminada hacia otro lugar. En esta migración hacia la vida, la pobreza y la libertad nos hacen redescubrir la belleza del mundo y la bondad de las cosas, y cómo disfrutarlas sin necesidad de poseerlas.
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