lunes, 7 de julio de 2025

Si los bienes ahogan las relaciones.

Si los bienes ahogan las relaciones 

«Aunque uno tenga en abundancia, su vida no depende de sus bienes». Jesús no desprecia los bienes de la tierra, no cuestiona los placeres efímeros de la vida, como si quisiera desamorarnos de esta vida. 

El Evangelio da por sentado que la vida humana es, y no puede ser otra cosa, una búsqueda incesante de la felicidad. Jesús cuestiona nuestros mitos recurrentes: el mito de la riqueza como fuente de felicidad, el mito del beneficio como regla de vida, de la cuenta bancaria como seguridad para el mañana, advertencia de gran actualidad para nosotros que vivimos en un mundo que parece depender cada vez más de las razones de la economía. 

Tu vida no depende de tus bienes. Lo que alimenta y multiplica la vida, la fuente amorosa de la vida y del canto, la fuente de la vida abundante (Jn 10,10) no se encuentra entre los bienes de la tierra. Yo vivo de mis fuentes. 

Ese rico, encerrado en el círculo amurallado de su yo, repite un único adjetivo: mi cosecha, mis graneros, mis bienes, mi alma. Siempre esta obsesión por «lo mío». Esta brujería del yo. Y nadie más existe. Y ningún pobre Lázaro encuentra lugar en ese mundo desolado, ni ningún afecto. Vivir así es solo abrazar la propia soledad. Soledad sin alma. Proximidad de la muerte, criada y alimentada dentro de ti: «Esta misma noche te pedirá tu vida». 

Y no hay mañana, porque quien vive solo para el cuerpo, no vive; porque quien acumula solo para sí mismo, dispersa (Lc 11, 23); no hay mañana para quien vive de las cosas, porque las cosas tienen un fondo, y el drama de las cosas es que su fondo está vacío. Mañana, palabra hermosa, comienzo de la vida eterna. 

Pero «el hombre que acumula para sí mismo» apaga por sí mismo su mañana. Quien se dice a sí mismo: «Descansa, come, bebe, disfruta», «vive sin misterio, sin saber que ser cristiano es la inquietud más alta del espíritu, es la impaciencia de la eternidad en un mundo perverso que crucifica el amor» (Soren Kierkegaard). 

Así es todo aquel que no se enriquece ante Dios. Ante Él solo somos ricos de lo que hemos dado. Y en el último día encontraremos en el balance de nuestras vidas solo lo que hemos perdido por los demás. El hombre vive de la vida donada, de la vida transmitida. Y cuando dejas de transmitir vida a tu alrededor, en ese preciso momento la vida en ti se seca. 

El hombre también vive del gozo feliz del pan cotidiano, pero de un pan que sea «nuestro», que hay que pedir y dar, y que nos haga, juntos, dependientes del cielo cada día. 

No hay experiencia del infinito en la tierra, ni experiencia de una vida lograda, de una vida bella, lejos de las relaciones humanas. Y cuando acoges al otro en el espacio de tu bondad, entre tus bienes, «entre tus cosas queridas» (Jn 19,27), entonces, solo entonces, encuentras la belleza del mundo y la bondad de todas las cosas. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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