Solo somos verdaderamente ricos en lo que damos
La campaña de un hombre rico había dado una cosecha abundante. Él razonaba entre sí: «¿Qué hago? Tengo demasiado. Voy a derribar mis graneros y construir otros más grandes». Así podré acumular y conservar. San Basilio escribe: «Y si luego llenas también los nuevos graneros, ¿qué harás? ¿Volverás a derribar y a reconstruir? Construir con cuidado y luego derribar con cuidado: ¿qué hay más insensato, más inútil? Si quieres, tienes graneros: están en las casas de los pobres».
El rico de la parábola, en cambio, siempre dice «yo» (yo derribaré, construiré, recogeré...), siempre utiliza el adjetivo posesivo «mío» (mis bienes, mis cosechas, mis almacenes, yo mismo, mi alma). Nadie más entra en su horizonte. Es un hombre sin aperturas, sin brechas; no solo carente de generosidad, sino también de relaciones. La suya no es vida. De hecho: necio, esta misma noche te reclamarán tu vida.
Jesús no evoca la muerte como una amenaza para hacernos despreciar los bienes de la tierra. El Evangelio no niega el deseo de disfrutar de los breves placeres del camino, como querría hacer el rico (alma mía, descansa, come, bebe, diviértete...). Jesús no hace como ciertos predicadores que extienden un velo de triste rechazo sobre las cosas del mundo, como si quisieran desamorarnos de la vida; no dice que el pan no es bueno, que el bienestar es malo.
Jesús dice que el hombre no vive solo de pan. Que, al contrario, solo de pan, solo de bienestar, solo de cosas, el hombre muere. Que tu vida no depende de lo que posees, no depende de lo que uno tiene, sino de lo que uno da. La vida vive de la vida donada. Solo somos ricos de lo que hemos dado. Al final, en la columna de las ganancias solo encontraremos lo que hemos perdido por alguien. «Si quieres, tienes graneros, están en las casas de los pobres» (San Basilio).
Pero el hombre rico se ha creado un desierto a su alrededor. Está solo, aislado en medio de sus almacenes llenos. No se menciona a nadie más, nadie en casa, ningún pobre a la puerta, nadie con quien compartir la alegría de la cosecha. Las personas cuentan menos que los sacos de trigo. No vive bien.
Jesús quiere responder a una pregunta global sobre la felicidad que se nutre de al menos dos condiciones: nunca puede ser solitaria y siempre tiene que ver con el don.
¿Quieres una vida plena? No la busques en el mercado de las cosas: las cosas prometen lo que no pueden cumplir. Las cosas tienen un fondo y el fondo de las cosas está vacío. Búscala en las personas. Cambia tu deseo.
Así es quien acumula tesoros para sí mismo y no se enriquece ante Dios. La alternativa es clara: quien acumula «para sí mismo», muere lentamente. Quien se enriquece ante Dios, acumulando buenas relaciones, dando en lugar de retener, ha encontrado el secreto de la vida que no muere.
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