¿Quién podrá salvarse?
¿Quién podrá salvarse? Le pregunta un alguien anónimo a Jesús, que pasaba por su ciudad (cf. Lc 13,22-30).
Quizás en aquellos tiempos en Israel esa pregunta tenía sentido: todos, o casi, eran religiosos. Hoy ya no tanto. O de otra manera.
Alex, de 22 años, no se interesa por esta pregunta, intenta vivir bien su vida, con honestidad, justicia, verdad, el más allá no le preocupa.
El tema de la salvación ya no interesa a casi nadie. Las Iglesias están medio vacías (o peinan canas o peinan calvicies) y la gente común se plantea otras preguntas.
Quizá ni siquiera en la época de Jesús la pregunta era tan obvia. Pensemos en los dos ladrones: uno pide ser acogido en el Paraíso, el otro no se plantea el problema ni siquiera en la cruz.
Alguien escribía que Dios es una imaginación que solo el hombre podía concebir. También, es verdad, otros dicen que el hombre es una imaginación de Dios.
Pero ¿por qué imaginar un Dios que, por un lado, te oprime con 742 preceptos que debes observar para ser salvado y, por otro, para salvarnos se deja crucificar y nos pide que pasemos por la misma puerta estrecha o pequeña?
Alex quizá tiene razón, es mejor vivir el presente con verdad y crecer con honestidad en la vida.
Quizás Alex aún no ha experimentado un gran sufrimiento, entonces, ¿por qué plantearse esta pregunta?
Cuidado, es peligroso basar la necesidad de salvación en el dolor, puede suceder, pero es peligroso.
No es el dolor de la Cruz lo que permite reconocer el deseo de salvación, sino reconocer la Cruz como la puerta para entrar en un espacio más grande, infinito, sagrado para mi historia.
Ciertamente, la Cruz es una puerta estrecha, porque es una puerta del Amor, y el Amor, cuando es tal, exige el esfuerzo de pasar por caminos más estrechos.
Cruz, infinito, sagrado, amor.
Para nosotros, los cristianos, la Cruz es el signo supremo del amor de Dios, un amor infinito.
¿Se puede decir que el amor de Dios es infinito? Cuando queremos de verdad a alguien, le decimos que nuestro amor es para siempre: para siempre.
El amor de Dios es para siempre, quizá al hombre de hoy le asusta este «para siempre», tiene miedo a la eternidad, prefiere el día a día, el aquí y ahora.
«Para siempre» es la puerta estrecha por la que estamos llamados a pasar.
Por esta puerta estrecha parecen pasar más los alejados, los extranjeros, aquellos que quizá no han comido en la mesa con Jesús (como dice el Evangelio), pero comiendo con los últimos, con los olvidados, estos han tratado de honrar la vida.
No basta con comer en la mesa con Jesús para obtener la salvación, hay que desear atravesar la puerta estrecha de la Cruz junto a Jesús.
No pretendo convencer a Alex, ni a nadie, de la salvación. La salvación es un don de Dios. Pero sí pedirle a Alex que siga viviendo con honestidad, rectitud y verdad.
¿Pasará y entrará delante de mí, junto a los pecadores -prostitutas, publicanos, recaudadores, …- , a la entrada de la puerta del Reino de los Cielos?
Me alegraré de verlo delante de mí y poder entrar, si se me admite, con él.
No importa si es antes o después. En el Reino de los Cielos el tiempo será un eterno presente donde se encontrarán, si se me permita la metáfora, no los amantes de la comida rápida, sino los amantes de la comida lenta, aquellos que han encontrado el tiempo para mirar a los ojos a un hermano, sea quien sea, y ofrecerle aunque solo sea el vaso de agua fresca de una mirada, de una sonrisa, de un abrazo, de…
Hoy, también ahora, que aprietan los calores de las violencias de todas las intensidades y los bochornos de la indiferencia..., pienso que el samaritano, sin ser bautizado, ni discípulo confeso y declarado del Maestro, también está salvado.
¿Quién podrá salvarse? ¿No será el buen samaritano?
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF.
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