sábado, 19 de julio de 2025

Si orar rima con amar.

Si orar rima con amar 

Orar siempre, sin cansarse. No es una obligación, sino una necesidad para vivir, como respirar. «Dame uno que ame y comprenderá. Dame uno que arda de deseo y comprenderá» - San Agustín -. Orar, de hecho, no es «decir oraciones». Orar es como querer bien. 

Y, si quieres bien a alguien, es «noche y día», un «grito continuo»; es un estado del corazón, y no se cansa. Algunos suelen decir que, por ejemplo, Francisco de Asís al final ya no oraba, se había convertido en oración. 

Para nosotros, en cambio, es una experiencia común que Dios cansa, que orar cansa. Un día hablaba con un monje trapense y le pedía consejo para los días de fe difícil: «¿Y cuando uno se cansa de Dios? ¿Qué hacer en esos momentos?». 

Me respondió contándome una parábola: «Pongámonos en la procesión que acompañaba a Jesús hacia Jerusalén, el día de las palmas. Hay quienes aplauden, quienes extienden sus mantos, quienes se suben a los árboles, quienes están cerca de Jesús, quienes se esfuerzan por seguir el paso. Y luego está un burro. Es el que más se esfuerza, el que siente todo el peso del cuerpo de Jesús y de la subida, y es precisamente él el que está más cerca del Señor. Cuando sientes cansancio o fatiga, cuando sientes el peso de Dios, en ese momento eres como el burro de Jesús, el más cansado porque es el más cercano al Señor. Lo importante es continuar, porque justo después está Jerusalén». Justo después. Pero todos sabemos que Jerusalén está muy lejos. 

Cuántas veces nuestras oraciones se han ido volando como pájaros y ninguna ha vuelto para traer una respuesta. Es la experiencia de la viuda de la parábola: no tiene nada que dar, es pobre como la esperanza, indefensa como la inocencia. 

Pero tiene una fuerza ganadora: la fe en la justicia a pesar de todo, la confianza en el juez a pesar de todo. El verdadero milagro ya ha ocurrido, es el hambre de justicia que no se ha rendido ante el adversario, que no ha cedido al largo silencio del juez. Así es como Dios «hace justicia rápidamente». 

«Orar sin cansarse» evoca entonces mucho más que el cansancio, remite al abandono de las armas por parte de un soldado durante el combate; dice: orad sin deponer nunca las armas, sin desertar. 

Nuestra tarea no es forzar el retraso de Dios, sino permanecer en el centro de la corriente, en la brecha, forzando el amanecer de un mundo más justo. 

Nuestra tarea no es ser escuchados, sino no rendirnos ante una historia de injusticia, no abandonar el rumbo. 

Y luego ir y volver al Señor, porque también amo su silencio, y si habla es por amor, y si calla es también por amor. 

Y sentir que Dios mismo tiene sed de nuestra sed. Dios desea que tengamos deseo de él. Y al final, la oración ya ni siquiera necesita obtener lo que pide… porque la oración acaba obteniendo a Dios mismo. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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