lunes, 7 de julio de 2025

Y el amo se pone a servirnos a nosotros, pobres siervos.

Y el amo se pone a servirnos a nosotros, pobres siervos 

Estad preparados, manteneos preparados: una invitación que surge desde lo más profundo de la vida, porque vivir es esperar. La vida es espera: de una persona a quien amar, de un dolor que superar, de un hijo a quien abrazar, de un mundo mejor, de la luz infinita que pueda iluminar tus miedos y tus sombras. Espera de Dios. «Y vendrá, si insisto en esperar, sin ser visto... Vendrá, ya viene su susurro. Las cosas más importantes no hay que buscarlas, sino esperarlas (Simone Weil). 

El mismo Dios «sitit sitiri», decían los Padres, Dios tiene sed de que tengamos sed de Él, desea ser deseado, tiene deseo de nuestro deseo. Y eso es lo que muestran los siervos de la parábola, que hacen mucho más de lo que se les pedía. Permanecer despiertos hasta el amanecer, con las vestiduras ceñidas a la cintura, con las lámparas siempre encendidas, es un plus que tiene el poder de encantar al amo a su llegada. 

La actitud de los siervos no está dictada ni por el deber ni por el miedo, sino que esperan con tanta intensidad a alguien deseado, como lo hace la amada en el Cantar de los Cantares: «Duermo, pero mi corazón vela» (5,2). 

Y si el amo, al volver, los encuentra despiertos, dichosos esos siervos. En verdad os digo —cuando Jesús utiliza estos términos, quiere despertar nuestra atención sobre algo importante— que los hará sentarse a la mesa y se pondrá a servirlos. 

Es la inversión de la idea de amo: el punto conmovedor, sublime de este relato, el momento extraordinario, cuando ocurre lo impensable: ¡el Señor se pone a hacer de siervo! Dios viene y se pone al servicio de la felicidad de los suyos, de su plenitud de vida. 

Jesús reitera, para que quede bien grabado, la actitud sorprendente del Señor: se atará la túnica a la cintura, los hará sentarse a la mesa y pasará a servirles. Es la imagen impactante, que solo Jesús se atrevió a dar, de Dios nuestro servidor; ese rostro que solo él reveló y encarnó en la última noche, ciñéndose un paño, tomando entre sus manos los pies de los discípulos, haciendo suyo el papel propio del esclavo o de la mujer. 

La suerte de los siervos de la parábola, su bienaventuranza —reiterada dos veces— no proviene de haber resistido toda la noche, no es fruto de su fidelidad o destreza. Nuestra suerte, la de nosotros, siervos poco fiables, consiste en tener un amo así, lleno de confianza hacia nosotros, que no sospecha, de corazón luminoso, que nos confía su casa, las llaves, las personas. 

La confianza de mi Señor me conquista, me conmueve, yo respondo a ella. Nuestra gracia está en el milagro de un Dios que tiene fe en el hombre. Creeré en Él, porque Él cree en mí. Será el único Señor al que serviré, porque es el único que se ha hecho mi servidor. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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