sábado, 16 de agosto de 2025

Carta de Raquel: no quiero ser consolada.

Carta de Raquel: no quiero ser consolada 

«Se oye una voz en Ramá, un lamento y un llanto amargo: Raquel llora por sus hijos y no quiere ser consolada, porque ya no están» (Jeremías 31,15). Se oye una voz en Gaza y en todas las «Ramás» de la tierra, y yo soy Raquel. Yo soy el escándalo: la madre que no quiere ser consolada. Ha sido un error, un daño colateral, dicen los generales. 

No acepto excusas, no tengo oídos para escuchar justificaciones. El silencio de los hijos que «ya no están» resuena en el ruido indigno de toda charlatanería. 

Si alguien piensa consolarme con un post, se equivoca. Los profetas de los todopoderosos del mundo se agolpan cada hora en los distintos canales de información, queriendo persuadirme a toda costa. Hacen todo lo posible por cubrir la verdad con un velo de mentiras. 

Contra ellos habla Dios mismo acusándolos: «Yo estoy contra los profetas que profetizan mentiras, oráculo del Señor, que cuentan mentiras y engañan a mi pueblo con mentiras y vanaglorias. Yo no los envié ni les di ninguna orden; no servirán de nada a este pueblo. Oráculo del Señor» (Jeremías 23,32). 

La falsa profecía —cuarto (¿o primer?) poder— querría presionar como una catarata sobre el cristalino de mi inteligencia, pero mis ojos están líquidos, iluminados por las lágrimas que enrojecen mi vista como el fuego, vaciadas como la carne, como la tierra ofendida. Los vendedores de mentiras, los armadores de muerte, hablan de mis hijos, niñas y niños, como de números para las falanges —ucranianas, rusas, sudanesas, israelíes y cuántas más— mientras mis ojos se han petrificado sobre su juventud violada, sobre sus cuerpos que yo alimenté para la fiesta y que extraños rapaces entregaron a la «gloria» de la tumba. 

Los falsos profetas, mercenarios del rey, explican que el ejército ha asestado un duro golpe al enemigo, que esos chicos son los artífices de la victoria y de la «justicia». Muchos lo creen y se rinden ante las sonrisas estúpidas de madrastras y padrastros, pero yo soy Raquel y no me callarán vuestras palabras negras, fangosas y burlonas. Raquel os resiste. Mis ojos permanecen abiertos y mi grito no pierde fuerza, ¡y no quiero que me consuelen! 

Y ni siquiera Jeremías lo conseguirá, por desgracia... ni siquiera el profeta de Dios, el que dice la verdad que el Rey ignoraba o sancionaba creyendo poder amordazarlo. El Rey y sus cortesanos habrían querido sofocar sus continuas denuncias del «terror que nos rodea» y sus quejas contra quienes mataban a inocentes en los barrios bajos de Jerusalén (cf. Jeremías 19, 20,7ss). 

Pero los Reyes de su tiempo, a diferencia de los de ahora, temían en cierto modo a Dios y no se atrevían a matar a sus posibles profetas. Se limitaron entonces a silenciarlo, a impedir que Jeremías predicara «bajo las puertas» de la ciudad, donde se administraba la justicia, o a las puertas del Templo y del Palacio. Y así lo arrojaron al fondo de un pozo. 

Pero la verdad, como es sabido, resiste incluso en los pozos más profundos, en los encubrimientos más densos, y tarde o temprano sale a la luz. Las palabras de Jeremías fueron escritas, leídas y entregadas también a mí, a Raquel, la madre inconsolable. Él, Jeremías, me escribe: tus hijos son asesinados por venganza, a causa de sus propios crímenes. Muchos se dejan consolar por esta razón. 

Pero yo soy Raquel, que significa «la oveja, la dulce, la mansa», y la razón de la venganza me repugna. ¿Cómo puede, en efecto, la muerte consolar a la muerte? ¿Qué justicia hay en la muerte? 

«Nadie entre los muertos te recuerda. ¿Quién en el infierno canta tus alabanzas?», dicen las Escrituras (Salmo 6,6); y aún más: «El vivo, el vivo te da gracias, como yo lo hago hoy» (Isaías 38,19). ¿Por qué quienes hoy actúan por venganza no citan estos versículos de la Biblia? ¿Por qué, en cambio, utilizan y abusan de otros versículos, tergiversándolos en favor de sus blasfemas acciones? La venganza aumenta mi dolor en lugar de aliviarlo, añade al horror de ayer el de hoy, clavando el presente a un futuro de tinieblas. 

Jeremías me apremiaba diciendo: la matanza de tus hijos servirá de lección a las próximas generaciones. Ni siquiera esto me consuela, porque la misma lección se ha dado a muchas, demasiadas generaciones, pero aún no han aprendido. Olvidan y son capaces de seguir repitiendo el mal cometido en el pasado, o de renovar actos de puro horror, sin recordar siquiera los horrores sufridos y sus daños infinitos. 

El profeta de Dios intenta entonces secar mis lágrimas con el sol de sus Oráculos de Consolación: «Refrena tu llanto, tus ojos de las lágrimas (...) Hay esperanza para tu descendencia» (Jeremías 31,16-17). María fue consolada por José, quien, de noche, «tomó al niño y a su madre» y los llevó a Egipto (Mateo 2,14). 

Pero yo soy Raquel y no hay escapatoria para mí ni para mis hijos, porque: «¡Ya no soy!» María pudo tener esperanza porque bajo la Cruz tuvo un «discípulo amado» que la acogió, que la adoptó haciéndola adoptar a un hijo en el Amor, un hijo que permanecería... (cf. Juan 20,25-27). 

Pero yo soy Raquel y sigo sola, dejando que el grito ahogado de mis hijos traspase mi cuerpo y mi corazón. No, no quiero ser consolada, sigo denunciando, quejándome a la tierra y al cielo, e incluso desafiando las palabras de los verdaderos profetas. Yo soy el grito de mis criaturas crucificadas... la voz del escándalo de la Cruz de todos y de cada uno de los Gólgotas. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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